Aunque algún diario publicó en portada su éxito, en mi humilde opinión, el éxito se fundamentó en buena parte en elementos que poco o nada tienen que ver con lo musical. Flórez eligió un programa rossiniano, que para el que le guste, vale: coloraturas para arriba y para abajo, agilidades y agudos, y obras en la misma línea que dejaron al público indiferente; indiferente hasta que al final de la primera parte se comió un pedazo del aria para luego disculparse. Eso sí: con mucha gracia, para dar ya el agudo final y ganarse al público.
Yo tuve la impresión de que se le aplaudió más eso que otra cosa, más los agudos finales y la Furtiva lacrima de propina, que todo el mundo conoce. Pero me pareció, salvo excepciones, un programa aburrido, una voz medida con falta de bravura como para llenar un Baluarte, porque debería tener en cuenta que no sólo cantaba para las primeras filas.
Todo esto lo decimos porque el cantante cobra muchísimo dinero por un recital como ese. Flórez tiene una gran voz, pero todo tiene su medida. Estuvo excepcional en La dama del lago hace unos años, pero no en el recital; exactamente igual ocurrió con Daniela Barcelona, que también dio luego un recital. Son cantantes que saben a donde vienen. Aquí se aplaude todo, y como el cantante caiga simpático, no digo nada. Eso, en una celebración familiar, es incluso sano. Cuando salgo de conciertos como el del viernes, pienso que, verdaderamente, el público está avido de emociones fuertes.
Javier Horno