Todos somos consumidores

 

El consumo responsable e informado es una de las asignaturas pendientes de nuestra población. Vivimos en un país maximalista y con abundante fe hacia nuestras instituciones. Somos muy críticos en mentideros y reuniones familiares y de amigos. Pero la cosa se queda ahí. Porque nadie actúa con consecuencia hacia lo que realmente piensa. ¿Será porque actuar da trabajo y requiere de un esfuerzo? ¿Será porque actuar reflexivamente moviliza nuestros sentimientos más íntimos, cuestiona nuestro paraíso de tranquilidades y nos pone en la picota de las inseguridades y de la denuncia del prójimo?

Como parece que hay cierto interés en este tema del comercio urbano, ahondare un poco más en ello –espero que ahora no se me acuse de alarmista.

Son numerosas las empresas europeas instaladas hace ya algún tiempo en nuestro país que se quejan del bajo nivel informativo del consumidor español. Es éste un país donde la normativa de etiquetaje y homologación de calidades mínimas es muy deficiente. Pero da lo mismo, porque aquí casi nadie lee las etiquetas de los productos y –es más- aún leyéndolas casi nadie sabe lo que significan. Con lo que es casi imposible argumentar la calidad de algunos de estos artículos frente a otros. Pondré un ejemplo: si yo compro unas albóndigas en lata y no leo la composición de la carne, cuánta ternera en proporción a la de cerdo, o si lleva canguro u otra especie animal, el porcentaje total en grasas y de que tipo, incluso la composición de la salsa en harinas o fécula ¿cómo la voy a comparar y hacer una valoración del precio, con la lata de al lado, de otra marca, en la estantería del supermercado?

En el colmo de la estridencia, son numerosos los casos de personas que compran carne guisada para perro, pensando que es para humanos, todo por no leer la etiqueta –pasa a menudo en los supermercados, donde las cajeras suelen avisar a los clientes errados a tiempo …y no es coña.

Pero la cosa, fuera de estas elementalidades, va a más. Por lo general el consumidor medio español no tiene ni idea de los peligros que conlleva el consumir grasas saturadas; o la diferencia de éstas, con las hidrogenadas y, ya no digamos, la diferencia entre unos conservantes a otros, o de unos colorantes a otros. Esto hablando de artículos de primera necesidad, como son los comestibles.

Pero si no miramos lo que comemos, ¿tendremos la misma confianza como para no mirar las etiquetas de lo que usamos –herramientas, electrodomésticos- o los tejidos que vestimos? ¿Que es mejor; una prenda de algodón o de poliamida? Y si lo mezclamos ¿en qué proporción es la ideal? ¿Sabe alguien que determinados componentes de algunos tejidos pueden ser tóxicos, incluso cancerigenos? ¿Y que en contacto directo con la piel se absorben y pasan al torrente sanguíneo con suma facilidad? ¿Realmente es de látex un colchón de látex? ¿O qué beneficios o inconvenientes nos puede aportar algo fabricado en aluminio frente a otro metal? En el caso de un electrodoméstico, ¿qué ocurre si contiene plomo, cobre o amianto? Y con las pinturas y barnices que usamos en nuestro hogar, ¿se pasaran años soltando emisiones volátiles con los cambios de temperatura? ¿Será esto nocivo para nuestra salud? A un gobierno tan preocupado por nuestra salud –Ley Antitabaco- esto le debería de preocupar ¿No creen?

Pero, cuidado, las etiquetas de los productos, aún siendo informativas, pueden no ser suficientes o inducir a confusión –están puestas por el propio fabricante-, por eso el consumidor tipo noreuropeo –Alemán, francés, belga, etc.- valora mucho que el producto, que va a adquirir haya superado alguno de los mas rigurosos y afamados tes, de calidad, como un “OECO-tex Standard; o un “TÜV Rheinland” u otros (Por no hablar, en otro orden de calidades, de ISO 9001. APPCC. BRC. IFS. ISO 22000), -según sectores comerciales y usos- calificaciones contrastadas, éstas, que algunas aquí suenan a chino; pero que en el estado Alemán se conocen tan bien que son multitud los productos, de diferentes sectores comerciales, cuya venta queda prohibida, en todo el territorio nacional, si no cumplen algún determinado test como los aquí nombrados.

Las empresas para competir necesitan argumentar y hacer productos de mayor calidad y a menor precio. Y ahora díganme: ¿Cómo vamos a subir la calidad de los artículos que producimos, con una clientela tan poco exigente que ni siquiera lee las etiquetas? El entuerto podría haberse solucionado hace ya mucho tiempo con la intervención oportuna de estamentos públicos y privados –cámaras de comercio, institutos, consejerias, etc. Tal vez con los mismos recursos Slogan y publicidades tipo a las que nos tiene acostumbrados “Yo consumo marca” por otro más real como “Yo no soy tonto y leo las etiquetas de los productos antes de adquirirlos”. O haciendo cursos gratuitos de información nutricional, y otras, encarados hacia el consumo de calidad, en centros cívicos.

Pero para qué molestar a la gente con estas naderías. Mucho mejor no crear preocupación. A los poderosos siempre les ha molestado la cultura y la excesiva información de sus dominados. Y así nos encontramos con que la gente solo mira la marca – con lo de las marcas hay razón para otro extenso artículo- y la fotito del producto… y poco más. Esta, y no otra, es la realidad del comercio nacional. Y, por si a alguien le interesa, eso también me cabrea, bastante.

 

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CLAVES EN OPINIÓN

Un comentario

  1. Primero hay que dar un contenido legal obligatorio y claro al etiquetado, luego entender qué significa y luego, entonces, al final, estaremos en condiciones de poder exigir.

    Pero ¿quién es el que pone informaciones parciales, confusas y a la postre tan inútiles que hacen que no merezca la pena leer?
    Las marcas, ylas marcas blancas.

    El comerciante, resulta que tampoco sabe lo que vende (la alternativa supondría pensar que sabe que lo que vende es malo, defectuoso o incluso peligroso, pero que no le importa).

    El consumidor está indefenso ante ambos.

    Los fabricantes quieren «colar» su grasa de palma como «aceite vegetal»; los comercios que venden esas galletas, pasan de averiguar, rechazar productos que contengan grasas hidrogenadas, no asesoran a su clientela… lo que quieren es vender (ande o no ande)… y en tercer escalón está el consumidor.

    Yo he visto letreros de galletas «bajas en colesterol» que en la composición, señalan el aceite de palma. Podría decir la marca.

    Si tengo que escoger entre dos galletas maría en ambos dice que «contiene grasas vegetales, que a su vez, pueden indicar (o no) si son hidrogenadas, parcialmente hidrogenadas), simplemente tengo datos insuficientes, no información. NO puedo juzgar por eso.

    Quiero que el comerciante que me atiende verifique, averigüe, complete la información, y me la sirva como una parte de su servicio. Si no, me da igual lo que ponga en el paquete, ¿no le parece?

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