Soy católico, pienso en católico y, cada vez más, vivo en católico. Esto no me hace ser mejor que nadie, pero sí me ha permitido ser cada vez mejor; depurar mis errores de comportamiento y mantener el necesario equilibrio cuando se produce el conflicto con los demás. Al mismo tiempo me permite vivir con ESPERANZA, sin esperanza el ser humano se derrumba. Ser católico me concede también el inmenso privilegio de poder mantener con mi Creador una relación paterno-filial de intimidad personal y directa que no se produce en ninguna otra religión. Todo ello es gracias a algo que no existe en las demás religiones: el Sacramento del Perdón y el Sacramento de la Eucaristía.
Naturalmente, a lo largo de los años, mi catolicidad ha debido madurar. Para ello, he tenido que profundizar en las Verdades de mi Fe. He cultivado la oración, he frecuentado los Sacramentos, he leído a los grandes pensadores católicos (también a algunos que no lo son), he aprendido de los más relevantes conversos al catolicismo, he analizado los documentos que hablan de la doctrina de la Iglesia, las encíclicas de los Papas… Sí, ya lo sé, para los tiempos que corren, ¡demasiada lectura! Pero siempre intenté evitar las trampas que nos ponen los tiempos modernos, y que luego saldrán a relucir.
Como católico me siento heredero de los grandes personajes que han sido el sano motor de la civilización occidental: San Agustín, San Anselmo, San Ildefonso, Santo Tomás, San Francisco de Asís, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, y un larguísimo etcétera. Como católico, me siento orgulloso de pertenecer al mismo círculo de fe y sistema de concepciones vitales de conversos como: el que fuera presbítero anglicano, y luego Cardenal de la Iglesia Católica, John Henry Newman; Richard John Neuhaus, que antes fue pastor luterano; Francis Beckwith, que llegó a ser presidente de la Sociedad Teológica Evangélica; el judío converso Cardenal Jean-Marie Lustiger; de la filósofa judía-alemana y monja Carmelita Descalza que murió en Auschwitz, Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein); Chesterton, Tolkien, Thomas Merton, Gary Cooper, John Wayne,…
Mi condición de católico, sin embargo, o quizá precisamente por ello, no me impide afirmar rotundamente que los pederastas, pertenezcan al ámbito profesional, institucional o religioso al que pertenezcan, deben ser juzgados y condenados con arreglo a la legislación correspondiente. Los encubridores, también. Personalmente, creo que ambos deben ser recluidos y separados de la convivencia con sus semejantes. Si han tenido responsabilidades relacionadas con menores, deben ser juzgados mucho más severamente. No importa que sean católicos, evangelistas, mormones, testigos de Jehová o musulmanes. Eso es la anécdota circunstancial.
Pero ¿cuál es la razón para que, a la anécdota, se le dé tal relevancia? Ciertamente, el hecho de que unos sacerdotes católicos hayan abusado de menores es motivo de escándalo. No importa que, en paralelo, existan corrientes ideológicas que defiendan la legalización de las relaciones sexuales con menores, cuando sean consentidas. Este tipo de relaciones ya fueron aceptadas en los albores del «mayo del 68», y sucesivos. El escándalo de los curas católicos pederastas choca con la aceptación generalizada de que la Iglesia Católica y los católicos somos intransigentes, intolerantes, fanáticamente conservadores y retrógrados hasta la médula. No se tolera el conservadurismo católico. No en vano, este último informe sobre la escandalosa pederastia del clero católico se da a conocer en todo el mundo justo cuando se celebra el día de la Asunción de la Virgen María, una figura que rechina en las mentes antipapistas como si una lija del 8 se frotara en sus cuidadas, y probablemente tatuadas, nalgas.
Existe mucha literatura razonada y razonable sobre el hecho de la intolerancia hacia lo católico. Uno de los últimos libros de los que tengo referencia es el de Jorge Soley, autor de «La historia de los Estados Unidos como jamás te la habían contado». Pero no quiero abrumar ofreciendo lecturas a quienes, probablemente, no estén dispuestos a leer ya sea por falta de tiempo o interés. Las sociedades capitalistas occidentales alardean de la libertad religiosa recogida en sus constituciones, pero no toleran a los «papistas católicos». El acoso y derribo generalizado hacia la religión católica no es menos escandaloso que la pederastia de su clero.
Unas sociedades capitalistas que se han edificado sobre el protestantismo anglosajón. Protestantismo que, como un aceite ungüentoso que todo lo impregna, ha calado también entre los propios católicos. Se suele decir «católico ignorante, seguro protestante», y algo tiene de cierto. Sin ser conscientes de ello en muchas ocasiones, los católicos estamos cada vez más imbuidos del protestantismo circundante. Es mucho más llevadero, hay menos compromiso y es mucho más permisivo. Muchos católicos ya no acuden al Sacramento del Perdón, si acaso piden directamente perdón a Dios como hacen los diversos cristianos protestantes. Católicos y protestantes, sin darse cuenta de ello, han perdido la conciencia de pecar. Muchos católicos ya no acuden al Sacramento de la Eucaristía o lo hacen de manera aleatoria sin conseguir descubrir en el Sacramento su verdadero sentido de INTIMIDAD PERSONAL con Dios. Entre los propios católicos el Sacramento del Matrimonio está profundamente devaluado, como ya antes lo estuvo en los círculos protestantes. Cada vez más católicos se involucran en ONG,s humanitarias o animalistas que persiguen un mundo más justo y solidario, ejercen una actividad filantrópica pero no tienen a Dios como principio y fin de su razón de ser. Promiscuidad, aborto, homosexualidad, amor libre, extinción del celibato, todo ello se expande como la más virulenta pandemia social. El mejor caldo de cultivo para que en la propia Iglesia Católica proliferen actitudes y comportamientos afines a la mentalidad reinante (también, lamentablemente, la pederastia). Pero ya antes, este protestantismo multiforme y corrosivo dio lugar a la más cruenta esclavitud, al racismo más aniquilador, a las ideologías más devastadoras del siglo XX e, incluso, a las guerras preventivas del más deshumanizado capitalismo liberal.
Soy católico, y profundizar en mi religión de manera razonada me confirma cada vez más en mi FE. Es cierto, me resultaría mucho más fácil y llevadero ser un folclórico evangelista, mormón, metodista, pentecostal, anglicano, testigo de Jehová, o incluso cuáquero puritano. Existen personas a mi alrededor que se han pasado a los Testigos de Jehová, pero su mediocridad superficial adornada de sentimentalismo y expresiones más o menos bonitas, su comportamiento esperpéntico y su concepción extravagante de la realidad y de la vida no me mueven a seguir unos pasos inciertos, excluyentes y, en gran medida, absurdos. A estas alturas, he preferido elegir el camino arduo, cansino, rompedor y revolucionario del catolicismo. Me siento feliz, equilibrado y esperanzado. Si no fuera católico habría cambiado ya de esposa (varias veces), no me hablaría con mi madre y hermanos, me hubiera distanciado de mis hijos o no los hubiera tenido, y mis amigos serían superficiales y abyectos. Eso sí, me habría rodeado de dulces y encantadores animales con los que resulta más fácil convivir. Cada vez que me he enfrentado a mi conciencia he podido vislumbrar el «lado oscuro de mi fuerza», y los sacerdotes me han ayudado a ello. Ellos han sido el vínculo propiciatorio del Perdón de Dios. Cada vez que he recibido al Señor en la Sagrada Forma, he podido mirarle cara a cara desde mi corazón, una experiencia inigualable, aunque a veces pueda parecer rutinaria. Y los sacerdotes han sido los mediadores indispensables de este milagroso acontecer que la mentalidad antipapista, protestantemente católica o anticlerical no puede ni oler.
SOY CATÓLICO, Y POR ESO DOY GRACIAS A QUIENES ME HAN FACILITADO QUE LO SEA. DOY GRACIAS A LA IGLESIA CATÓLICA Y A SUS SACERDOTES, Y REZO PARA QUE SIGA HABIENDO PERSONAS QUE DECIDAN CONSAGRASE A ESTE VENERABLE COMETIDO.