Dícese que la tecnología siempre ha supuesto una «revolución» en más de un ámbito (por lógica, se han dado avances). La ingeniería informática no se trata, en absoluto, de ninguna excepción. De igual modo, centrándonos en las diversas áreas de conocimiento, podríamos atrevernos a afirmar que la organización política se vería marcada por un paradigma muy peculiar.
En este caso, no me referiré, como hice en su día, en este mismo digital, a las aplicaciones que brinda Internet como arma de batalla contra la férrea intervención de los burócratas de turno (las cuales, en cualquier caso, no han de dejarse de tener en cuenta). Hablaremos, más bien, del «paradigma», por decirlo de algún modo, basado en el software libre y el código abierto.
Consideremos el software libre como aquellas aplicaciones que se pueden distribuir, editar y modificar con facilidad, al tratarse de código abierto, lo cual se debe a que su código fuente no tiene el acceso y modificación restringido al propietario del mismo, ya se trate de una persona física o de una entidad o persona jurídica.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver un paradigma de software con el «politiqueo»?
Para empezar, nos encontramos en el deber moral de denunciar el férreo intervencionismo de unos entes coercitivos, generalmente muy problemáticos, conocidos como Estados. Sabemos de la amenaza que tienden a suponer para la libertad, los cuerpos intermedios, la religión, la familia y ciertas normas morales, basadas en la responsabilidad y la entrega al prójimo.
Todo eso se sustenta, bajo cierta perspectiva, en la «falsa seguridad» que brinda, aprovechándose de la incertidumbre de los individuos, más bien, una sensación que permite a algunos excusarse e intentar hacernos creer que sin la existencia del Estado nos pasaría poco más o menos que lo mismo que si no tuviéramos oxígeno en la atmósfera.
Es fácil argumentar y corroborar que la previa inexistencia del Estado tal y lo conocemos a día de hoy no fue la causa de una menor esperanza de vida (de hecho, lo que a día de hoy nos permite poder vivir más años y en mejores condiciones así como ser más productivos y eficientes no es sino la serie de acontecimientos de avance científico-tecnológico, impulsados por el libre mercado).
Pero podemos centrarnos en el paradigma de software en cuestión, y así lo haremos, a lo largo de este texto, aunque sin profundizar tanto en aspectos técnicos como en aquellos de tipo socio-organizativo. Mejor dicho, recurriremos al ejemplo explicativo que respecta a las open source communities y el mantenimiento vital de este software (no me refiero a la fase de desarrollo sin más).
Normalmente, las soluciones de código abierto resultan, única y exclusivamente, de la iniciativa de algún desarrollador particular o de una empresa, no siendo estrictamente raro el mantenimiento de las mismas dependa de los correspondientes responsables. No obstante, no permiten que la responsabilidad recaiga únicamente sobre ellos: por ello liberan su source code. ¿Qué implica esto?
Las comunidades de desarrolladores que están esparcidas por Internet, que atienden a un amplísimo rasgo de especializaciones (C#, Java, Python, Node.js, PHP, R, LISP, F#, Microsoft .NET, Apache Cordova, Ionic, Swift, …) tienen un amplio interés en emprender nuevos proyectos basados en los anteriores, mejorar sus conocimientos y destrezas, o contribuir con extensiones y mejoras de las soluciones ya existentes.
Gracias a estas, aplicaciones como Gimp (solución libre alternativa al popular programa de edición de fotos conocido como Photoshop, de Adobe), plataformas web de e-learning como Moodle y sistemas operativos como Debian (distribución de Linux) cuentan con cierto soporte y probabilidad de sacar nuevas versiones que sean capaces de apreciar la luz.
Eso sí, eso no lo realizan como parte de un trabajo remunerado por empresa empleadora o fundación alguna. No hay ningún «jefe» que continuamente imponga directrices y marque las pautas de desarrollo. Los desarrolladores de estas communities investigan por sí mismos y se ayudan mutuamente entre ellos, haciendo uso de los canales de comunicación existentes o más útiles para ellos.
En cuanto a las bifurcaciones de las soluciones (conocidas como forks), entre las cuales podemos encontrar la suite de ofimática LibreOffice (derivada de OpenOffice, bajo «custodia» de Oracle) o el navegador web Iceweasel, un derivado de Mozilla Firefox que se buscaba acoplar a las distribuciones de Linux Debian, hay que decir que estas tienden a cumplir estándares pro open source.
En muchas ocasiones, pesa más el interés de crear algo basado en una cosa pero mejorándola de modo que vayamos por un camino alternativo, sin aniquilar la oferta originaria. De todos modos, licencias de software libre como las de GNU/GPL y BSD vienen a establecer cláusulas contractuales que implican el respeto al prójimo comunitario y fomentan esta salud colaborativa.
Apreciamos, por ello, una ingente cantidad de soluciones informáticas generalmente solventes (las tres que cité en el antepenúltimo párrafo a este son buen ejemplo de ello), que evolucionan gracias al esfuerzo desinteresado de cuerpos intermedios y «familias» (encontraremos en estas a las comunidades de desarrolladores). Hay códigos de conducta así como ausencia de «directores centralistas» que marquen el rumbo.
Así pues, si con razón la mayoría de servidores web y de videojuegos implementan Linux, tampoco pasaría nada (salvo mayor justicia moral) si nuestra sociedad civil fuese mucho más fuerte y libre para prosperar (respetando a las familias, claves para la sociedad floreciente, así como a otros cuerpos intermedios), empezando a prescindir del Estado. Estoy convencido de que ganaríamos más.