Se siente, pero no hay colectivismo que valga

A día de hoy, la mayoría de problemas socio-políticos responden a la izquierda sociológica, política, intelectual y filosófica. Da igual que nos refiramos al comunismo, a esa socialdemocracia más que consensuada en Europa o a la “dizque nueva modalidad” que trabaja sobre los aspectos más culturales.

Las razones por las que más de uno puede no prosperar más o encontrar todas las oportunidades posibles que por justicia moral debería poder encontrar, así como aquellas en base a las cuales no disfrutamos del libre albedrío al que, por naturaleza, tenemos derecho, o se originan situaciones caóticas, no responden sino a factores mencionados en el párrafo anterior.

Ante ello, no debe de extrañar que haya gente que, sin dejar de pensar “qué sería de ellos sin la certidumbre y seguridad que nos puede brindar el Estado”, considere más oportuno depositar su confianza, por ahora, de momento, en la parte contraria del clásico espectro político, de herencia gala.

Por poner ejemplos, no ha de extrañar que haya gente que desee contundencia y firmeza frente a aquellos que, con plena ansia destructiva, y colaboración de terceros (tanto activa como pasiva) no solo promueven el odio hacia el resto de individuos españoles, sino que buscan la destrucción, sí o sí, de la Nación Española, del concepto de España.

Tampoco debería de sorprendernos que pueda haber ciudadanos a los que la “invasión migratoria” que proviene de países musulmanes y busca la islamización del continente europeo, les genere incertidumbre, aparte de preocuparles el caos de inseguridad a ocasionar y la “discriminación positiva” de un asistencialismo que aporta en cierto modo al “efecto llamada”.

Todo esto, por lógica, no solo será, a priori, de recibo, para quien pueda alegrarse de que ante ciertas cuestiones uno haya empezado a abrir los ojos o a “tener algo de sentido común”, sino también, máxime, para quien aspire a tener presencia y un rol determinante en el sistema de partidos. No suele disgustar discrepar menos con alguien o tener más respaldos electorales.

Ahora bien, quienes somos conscientes de la importancia de la libertad y de la tradición desde una perspectiva culturalmente católica, más amigable con el principio de subsidiariedad -corolario con la solidaridad cuya legitimidad estriba en la voluntariedad- y el orden espontáneo que con cualquier otro esquema, deberíamos de aconsejar cautela e “inteligencia”.

Asegurémonos de la ruptura con la idea de la “falsa seguridad”

Puede ser verdad que haya ciudadanos que si bien creen que los burócratas de turno deben de garantizarle una serie de servicios básicos de bienestar en concreto, una serie de “limosnas asistencialistas” y soluciones ante la incertidumbre que genera la espontaneidad y puede preocupar algunos, se preocupan por el promovido multiculturalismo y la hispanofobia.

Pero, ¿no era la izquierda enemiga de las identidades nacionales? Sí, el marxismo abomina de la diversidad de identidades igual que de las tradiciones y cualquier institución natural, incluso de la religión. En acabar con todo esto consistían las tesis gramscianas, suscritas por los socialdemócratas e, incluso, dizque defensores de la libertad, más bien “tontos útiles”.

Ahora bien, el socialismo es en sí un sistema de planificación centralizada, mientras que el colectivismo, entendido como la antítesis absoluta a esa libertad conferida por Dios, puede tener diversas modalidades, entre estas, particularidades entre las cuales figura el nacionalismo -que nada tiene que ver con el patriotismo, a pesar de la intimidación terminológica progre.

Por ello, hay quienes pueden abogar y/o trabajar por un Estado cuya degeneración expansivo-intervencionista no responda tanto al globalismo como, lato sensu, a factores nacionalistas, a la idea de la nación, de la prevalencia de los nacionales sobre cualquier clase de foráneo (nada de esto es condición sine qua non para controlar la inmigración e ir contra el multiculturalismo).

Dentro de la derecha identitaria europea hay partidos que si no abrazan, moderadamente al menos, los principios del conservadurismo fiscal, independientemente de sus adaptaciones programáticas a las facciones socialistas de parte de su electorado, se oponen estrictamente al libre comercio y a la desregulación de la economía, anulando a la sociedad civil.

El llamado tándem conservador del Visegrado también es partidario de un Estado fuerte y bastante intervencionista: me refiero a los partidos del mandatario magiar Viktor Orbán (quien por suerte entiende algo de economía, por lo cual rebaja impuestos y flexibilizó en cierta medida el mercado laboral) y el considerado presidente polaco de facto, Jaroslaw Kaczynski.

El partido que gobierna Polonia, cuyo modelo reivindica parte de la derecha europea, la española también, dista mucho de ser un partido de derechas tal cual. Aboga por un férreo intervencionismo del Estado en la economía, y recela de una sociedad civil fuerte. Para colmo, en la cuestión pro-vida se están comportando como el Partido Popular (PP), traicionando.

La “deificación de la patria o la nación” es materialista

Es totalmente digno de apreciar que haya ciudadanos que se sientan orgullosos de su país, de su patria, de su nación. En los tiempos que corren, la reacción no deja de ser sino más que crucial, ante las pretensiones globalistas de la eurocracia bruselense y el establishment, y los movimientos nacionalistas periféricos, de corte liberticida y expansionista.

Ahora bien, evocar continuamente al concepto de España sin más, llegando a aparentar reemplazar ese punto de las tablas de mandamientos de la ley deística conferidas a Moisés, recogidos en las enseñanzas catequéticas, según el cual, uno debe amar a Dios sobre todas las cosas, es ya demasiado.

Nadie habla de subestimar cuestiones como la Nación Española o la Hispanidad; simplemente, tan criticable es la obsesión economicista como la tendencia patriotero-nacionalista. Estratégicamente, conviene centrarse en otros problemas, entre los cuales están el avance de la cultura de la muerte y el suicidio cultural de Occidente también.

De hecho, “deificar la patria o nación española” es más bien una degeneración materialista, que se ha podido apreciar en cualquier clase de movimiento nacionalista, ya se trate de los independentistas catalanes y vascos, o de movimientos nacionalistas como el representado por la líder gala de la alt-right, Marine Le Pen.

Amar y defender España no ha de reducirse a una vacuidad material (igual que tampoco a artificios iuspositivistas), sino consistir también en la defensa de las libertades, de las tradiciones, de la independencia, de la dignidad humana y de la subsidiariedad, así como en una reafirmación de valores cristianos (católicos).

Los patriotas polacos, de ese país que a pesar de su gobierno es un faro de esperanza y ejemplaridad moral para una Europa que se suicida culturalmente, no se centran en vacuidades materiales. A lo largo de la historia, han destacado por la defensa de la libertad e independencia, y no dejan de enorgullecerse de su cristiandad católica (más intensamente en la parte sur).

El objetivo debe de ser abominar del socialismo en cualquiera de sus modalidades

Insisto en que una de la labor de los defensores de la libertad es acabar con el socialismo en cualquiera de sus modalidades, independientemente de que afecten en mayor o en menor medida bien a los aspectos culturales o a los económicos. Un verdadero conservador, por ende, seguidor de una derecha ideológica bien entendida, debe de respetar el orden natural.

El feminismo, el homosexualismo, el laicismo y el nacionalismo, de una u otra forma, repercuten negativamente, en contra de nuestras libertades, ya sean tanto civiles como económicas, aparte de atacar, en mayor o en menor medida, a esas instituciones naturales o cuerpos intermedios que garantizan la sociedad libre.

Así pues, una vez dicho todo esto, hay que marcarse como objetivo activista (los movimientos bottom-up, de los grupos cívicos y otros individuos partícipes del activismo) la renuncia a cualquier clase de colectivismo. Una sociedad floreciente debe de ser fértil y libre, algo para lo que no tiene por qué renunciar a sus tradiciones y valores (de corte católico en nuestro caso).

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