Salir de la mediocridad

Hace unos días cayó en mi buzón de correo el comunicado que un socialista, al parecer ilustre, había difundido con ocasión de su renuncia a la militancia, después de haber competido por la candidatura a las autonómicas madrileñas sin haber logrado los avales suficientes. D. Ángel Gimeno Marín, no me atrevo a omitir el tratamiento, que firma como Ex Consejero de Economía y Hacienda de la Diputación General de Aragón, pero que también se identifica como Profesor, Economista, Matemático, Ingeniero Industrial, Empresario, Máster y PADE en Economía y Alta Dirección además de ser Miembro de Greenpeace y haber formado parte, hasta ese momento, del Comité Regional del Partido Socialista de Madrid, realiza en su escrito una crítica muy dura no sólo a la gestión, sino también a las personas que dirigen el país y el PSOE. Llega a manifestar, por ejemplo, que “ha intentado aportar catarsis a un Partido en el que la mediocridad se ha instalado tanto en su cúpula como en toda la organización y en el que nadie denuncia que Zapatero se ha cargado el trabajo de los españoles…”.

Más allá del aliento resentido que se pueda percibir entre las palabras de alguien que ha perdido frente a quienes critica, el comunicado no tiene desperdicio y es, sin duda, lo que piensa la gran mayoría de los españoles, y otros muchos más allá de nuestras fronteras.

“Mediocridad” es, probablemente, de las expresiones que utiliza D. Ángel Gimeno, la que mejor describe a las personas y a la actividad que desempeñan. Sin embargo, da la sensación de que D. Ángel se percibe al margen de tal descripción. Yo, sin embargo, no puedo ser tan osado y me debato, día tras día, para salir de una mediocridad en la que me veo envuelto sin quererlo. Una mediocridad que ha ido malogrando paulatinamente la formación y la educación que se recibe en este país. Una mediocridad que nos acomoda en nuestras apetencias y nos impide tomar decisiones con madurez y responsabilidad. Una mediocridad que nos empuja a la manipulación del lenguaje, utilizándolo a nuestra conveniencia; que nos impide calibrar la bondad o malicia de nuestros propios actos, haciéndolos depender de la moral que a cada uno le acomode; que nos hace indiferentes ante la verdad o que, al único amor al que nos impulsa es el que aflora desde nuestra dimensión biológica, o como mucho sentimental, haciéndonos incapaces de darlo todo a cambio de nada y abocándonos a las rupturas familiares. Que nos cualifica para engullir placenteramente la bazofia televisiva, para fijar nuestras aspiraciones en el hedonismo, en el poder por el poder, o en la adquisición desmesurada de bienes de consumo. Una mediocridad, en fin, que intenta camuflarse entre certificados de calidad, incentivos a una supuesta excelencia o complementos de productividad.

Pero a todo esto no hemos llegado por la acción exclusiva del Sr. Zapatero, como indica D. Ángel. En este país se ha ido labrando esta cosecha desde hace ya bastantes años, incluso podríamos hablar de siglo. Desde luego, los últimos gobernantes, entre los que se encuentra el Sr. Zapatero y también el Sr. Gimeno, tienen una gran responsabilidad; y cada uno desde nuestro estatus tenemos la responsabilidad ineludible de salir, y de hacer que otros salgan, de la superficialidad mediocre. Este grave condicionante ha anidado en todo tipo de persona, al margen de sangre, títulos o condición, sea ésta política o de cualquier otro cariz. He tenido muy cerca de mí a catedráticos mediocres. También a ilustres políticos que aludían con seriedad al humor de Groucho Marx cuando manifestaba: “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”.

 

 

 

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