Como es sabido, la situación que nos llama en más de un país occidental a librar la batalla cultural no es un todo homogéneo global: si sumerges tal cual tu cabeza en el agua durante una hora correrás el riesgo de morir ahogado tanto en Taiwán como en Tabasco, pero tu libertad no corre el mismo peligro en California que en Gaflei.
En el también conocido como Estado Dorado, hay dos problemas bien acentuados y notables que podemos clasificar como un intenso avance político del marxismo cultural y los esfuerzos por imponer la promoción de la hispanófoba Leyenda Negra en el que se ha de considerar, sin ninguna duda, como un territorio hermano, parte relevante de esa gran empresa conocida como Hispanidad.
Ahora bien, no deja de escaparse del debate social y político una cuestión que, de hecho, ha vuelto a resonar en los últimos días: el secesionismo californiano. Hay movimientos que reivindican que este territorio se independence política y jurídicamente, en la totalidad, de los Estados Unidos (EE.UU). Bueno, y según los sondeos, eso desea más de un 10% de la población.
Eso sí, igual que ocurre con movimientos separatistas-expansionistas como el catalán y el vasco, también se dan particularidades ideológicas. California es uno de los Estados más abiertos al socialismo, el relativismo y el secularismo, sociológicamente hablando. Habitualmente gana comicios electorales el Partido Demócrata.
De hecho, tras la victoria de Donald Trump (en el año 2016), estos activistas separatistas se vieron algo impulsados (francamente, lo que hubiera ocurrido en Texas si Hillary Clinton hubiera sido la sucesora de Barack Obama, referente del zapaterismo norteamericano). Ahora bien, el quid del artículo no es tanto explicar el origen y fondo, sino abordar la actitud que hemos de abordar.
Para comenzar, podemos considerar al Estado Dorado como uno de los órganos vitales de esa maquinaria centralista que continuamente se ensancha en cuanto a poder (el llamado federal government de Washington), especialmente, tras la victoria lincolniana en la Guerra de Secesión y las manos de Alexander Hamilton, un keynesiano y socialista bastante convencido.
De hecho, la circunscripción californiana aporta 53 diputados (tan solo 4 pertenecen al Partido Republicano, en el que, sin duda, hay mucha diversidad de criterio) y 2 senadores a los órganos legislativos federales. En España, se dice que la anexión de la región de León a lo que se conoce como autonomía castellano-leonesa fue ideada en detrimento de «la derecha».
Adicionalmente, hay que decir que el progre-estatismo está ahí bastante avanzado: la presión fiscal y burocrática es mucho más elevada ahí que en buena parte del resto de Estados (con Florida y Texas en los primeros puestos), el no nacido está bastante desprotegido y la persecución feminista-homosexualista es grave (se pretende castigar a quienes no utilicen el llamado «lenguaje no sexista»).
A su vez, no deja de aumentar la proporción de californianos que consideran emigrar a otro Estado en el que hubiera mayor libertad fiscal (también hay, entre estos, muchos conservadores sociales hartos de progresismo). También se da un éxodo empresarial (la capital texana, Austin, está convirtiéndose en un polo de atracción de inversiones tecnológicas).
Por ello, más de uno, independientemente de su idea general sobre el hecho de la secesión, se alegrará si se produce la secesión. En cualquier caso, como ocurriría también en una República Catalana, más de un residente estaría preocupado, precisamente por temer que independizándose de Washington, la infernalidad sea mayor.
Esa actitud sería comprensible, pero no por ello hay que echarse para atrás. Tampoco es cuestión de «claudicar» en la defensa de la vida, la libertad y la tradición. Hemos de ver el llamado CalExit como toda una oportunidad para reducir el ámbito de expansión de la terribly liberal California. Los californianos tienen derecho a separarse de ese dichoso gobierno.
Nadie está hablando de emigrar a Texas o Alabama, sino de tener en cuenta que el derecho a la autodeterminación es individual (no colectivo ni exclusivo a naciones y comunidades) y, en base al mismo, ser independientes también. La idea de Nueva California es un modelo a seguir (impulsado por la parte no costera y geográficamente interna, mucho más rural y conservadora).
«Votar con los pies» no tiene nada de malo e ilegítimo, pero hay que reconocer que para muchas familias será más fácil emigrar «a la ciudad de al lado» o mantenerse en la misma pero liberada de ciertas garras socialistas que emigrar haciendo miles y miles de kilómetros. Esto vale también para cuestiones como la tabarnesa o la de la secesión de comunidades en Nicaragua y Venezuela.
Finalmente, ya concluyendo, hay que decir que a largo plazo no ganarían esos socialistas que se asegurarían un Estado fallido y una sociedad poco próspera, sino quienes vean más fácil liberarse de la misma. La descentralización y la autodeterminación individual favorecen la libertad y disminuyen los efectos nocivos del expansionismo socialista (evitan también ciertas «dictaduras de la mayoría).