Ya sea para alegrías, actitudes pesimistas o desesperaciones, el fenómeno protagonista de las próximas citas electorales estará a la derecha: hablamos, ni más ni menos, de VOX. En cambio, gracias a pronósticos electorales de dudosa fiabilidad y el potencial de las redes sociales se está dando «algo más de notoriedad» a otra formación política: el PACMA. ¿Qué es eso?
El llamado Partido Contra el Maltrato Animal (término al que se deben sus siglas) es una formación fundada en 2003 cuya misión principal responde, según lo que indican en su página web, a «la firme convicción de que es factible cambiar la situación legal que ahora padecen los animales en España», aparte del medio ambiente y la «justicia social».
Con frecuencia, han organizado manifestaciones contra la actividad cinegética (la caza), el concepto realmente mitológico del «cambio climático», el sacrificio de animales y la tauromaquia. Por cierto, también es evidente (aparte de estar muy a la vista) su interés en entrar en el sistema-régimen partitocrático pero, ¿conseguirán algo?
Que puedan obtener representación parlamentaria a nivel nacional, autonómico, municipal o comunitario no lo sé. Pero que conste que nada alternativo pueden ofrecer al elector a la hora de hacer una decisión sobre la papeleta a depositar en las urnas. Sus propuestas no solo son exclusivas de estos, sino que son componentes de la hegemonía cultural y política de la izquierda en todas sus modalidades.
La prohibición de la tauromaquia es algo que se reivindica con mayor acentuación, principalmente, por la sencilla razón de tratarse de una tradición española (sabemos muy bien de la recalcitrante hispanofobia). PODEMOS insiste mucho en ello mientras que C’s juega a la ambigüedad y el PSOE quizá se vea «limitado» en la medida en la que ostentan varias alcaldías en el entorno rural.
Todos estos partidos de izquierdas -con el PP incluido- callan, por otro lado, cuando en vez de asestar novilladas a los toros, los hechos se tratan de sacrificios de corderos en base al rito halal (parte de esa tradición musulmana que es totalmente ajena a la hispano-occidental), basado en cortes en el cuello a la vez que se mira en el sentido cardinal que apunte hacia La Meca.
Adicionalmente, no deja de ser cierto que, aunque de manera no unánime, hay más de una voz partidaria de acabar con la actividad cinegética. No quieren ser coherentes ni entender correctamente que el control poblacional de algunas especies es conveniente y que la caza y la pesca son parte de la cadena trófica.
Es más, puede que pronto haya iniciativas legislativas y normativas de corte veganista, cuya antesala sería esa propuesta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ente globalista y social-comunista, basada en la petición de regulación reductiva del consumo de raciones cárnicas (habitualmente, una considerable fuente de proteínas).
A su vez, nos consta que hay cierto consenso político-partidista para tratar a los animales como si fueran seres humanos en plenitud (esto va más allá de la mera oposición al maltrato) mientras que la dignidad humana cada vez corre más peligro (la cultura de la muerte avanza, actualmente, con la pendiente legislación de la eutanasia a nivel nacional).
Por otro lado, hay que decir que los defensores del totalitarismo de género, el multiculturalismo («puertas abiertas» a musulmanes, que no se adaptan a la cultura occidental cristiana, entre los cuales figuran los llamados «refugiados») y el Bienestar del Estado (con la hipertrofia que conlleva, en contra de nuestra libertad y propiedad) brillan por su excesiva presencia parlamentaria y mediática.
Eso sí, el PACMA no ha hecho falta. El régimen partitocrático y el artificio iuspositivista del setenta y ocho han sido piezas clave en la consolidación hegemónica de los dogmas de la izquierda, sin una fuerte oposición sociológica (España no se libra de las tendencias nihilistas y relativistas que caracterizan el fenómeno culturalmente suicida de Europa, especialmente de su parte occidental).
Por lo tanto, consideremos al PACMA como un mero lobby animalista e integrante del tinglado de entes defensores del marxismo cultural que simplemente tiene ganas de entrar en un régimen de partidos donde no se sentiría incómodo, con campañas electorales en las que el discurso tenga más contenido animalista que en otros partidos totalmente afines a ellos.