Han transcurrido ya un año y algo más de cinco meses tras la reedición de mayoría absoluta del nacionalista-conservador Viktor Orbán en Hungría (este logró alcanzar los dos tercios requeridos para reformar el texto constitucional sin necesidad de sumar a diputados de otros bloques políticos).
Con ello, tanto la progresivamente irrelevante izquierda magiar -incluyendo a un grupo de neonazis que parece estar más interesado en servirle de utilidad al magnate George Soros- como el establishment progre-socialdemócrata eurosoviético siguen en pie de guerra.
De hecho, mientras que en los pasados comicios parlamentarios eurosoviéticos, la formación política FIDESZ reforzó su representación con casi un 62% del espacio asignado en la cámara, en Budapest, Itsván Tarlós, candidato independiente apoyado por los anteriores, volvería a ganar en octubre.
En pocas palabras, se puede decir que, pese a ciertas presiones y la amenaza constante de una eurocracia soviética que pretende anular la independencia política de este país centroeuropeo e imponer, en el mismo, políticas culturalmente marxistas como el abortismo, el multiculturalismo y la ideología de género, el apoyo político que recibe Orbán va in crescendo.
Para algunos, se trata de una manipulación de resultados electorales mucho más sutil y «discreta» que la que se ha llegado a dar en Venezuela y en Cataluña (con motivo del referéndum ilegal y golpista del pasado octubre de 2017). Pero, pese a unos soristas que pretenden arrogarse más autoridad que nadie, existe una serie de razones contundentes.
Cumplimiento de compromisos electorales: más nacimientos, Nación Húngara y STOP SOROS
La visión futura que tiene Orbán, tal y como la expresó tanto en la pre-campaña como en la post-elección y su día a día, puede resumirse en la idea de una sólida y fuerte Nación Húngara, libre de injerencias eurocráticas y de dizque «filántropos» como George Soros, en la que los nacimientos de familias magiares se disparen y no haya una invasión musulmana.
Las políticas de fomento de la natalidad siguen expandiéndose y desarrollándose (aún, con los combinados de rebaja fiscal y de subsidios: préstamos de vivienda para padres con dos hijos, exenciones de pago de IRPF a familias numerosas con más de tres descendiente, prestaciones para abuelos que asuman labores de cuidado de los nietos…).
Mal que le pese a George Soros, la cámara parlamentaria magiar sacó adelante una ley que penaliza hasta con prisión a los traficentes de personas humanas (las oenegés soristas incurren en estas acciones, en su labor de islamización del continente) mientras que la seguridad fronteriza sigue siendo una realidad pese a Schengen y se ha investigado a los tentáculos de semejante individuo en Hungría.
Aparte de ello, también existe una intención de que se eduque a los niños húngaros en «valores nacionales». Pero, para ello, no se ha hecho un llamamiento a las familias, sino que, por vías de imposición, del monopolio curricular estatal, se incluirán esos programas de «formación en el espíritu nacional» (no pretenden negar la herencia cristiana del país magiar).
No hay frutos del azar y la casualidad
Hay quienes pueden sostener que Hungría ha tenido suerte con un político como Viktor Orbán, que ciertamente es elocuente y tiene suficiente coraje así como altura de miras (con independencia de que no suscriba en la totalidad todo lo que hace: básicamente en la medida en la que tiene una visión nacionalista e incurre en un upholding of big government).
También es habitual que algunos digan: «Ojalá nos caiga un Trump o un Orbán en España» (esto era más frecuente aún cuando la formación política VOX no tenía representación parlamentaria alguna. Pero en el caso magiar todo ha ido más allá de un mero depósito de papeleta por parte de una proporción poblacional electoral que no es aún lo suficiente mayoritaria.
En Hungría, existe una mayoría sociológica que ha sido caldo de cultivo para las «políticas orbanianas». En líneas generales, hablamos de una sociedad más o menos tradicional y católica, que a diferencia de los polacos, adolece de las facetas nacionalistas que son propias de buena parte de los pueblos europeos no orientales.
E insisto, no suscribo la faceta nacionalista sociológica magiar (no soy estatista-nacionalista; prefiero la Europa de Liechtensteins), pero aparte de decir que a orillas del Danubio el clima es mucho mejor que el sueco o el neerlandés, esto puede servir de ejemplo, aunque imperfecto, para el argumento de la importancia de la sociedad como factor que marca el rumbo (efecto bottom-up).