El avance del escrutinio (resultados provisionales) de las elecciones autonómicas gallegas celebradas este 18 de febrero ya ha sido lo suficientemente completo como para poder compilar un análisis con ciertas conclusiones e interpretaciones en un artículo o columna.
Cualquier cosa podía pasar, teniendo en cuenta tanto la demoscopia pública y privada como un amplio abanico de movimientos políticos, ya fueran más institucionales o más partidistas. Cambios de gobierno, fin de mayorías absolutas, entrada de nuevos agentes en las escena parlamentaria…
La cosa es que, con lo que se maneja en este momento, el PP mantiene la mayoría absoluta, aunque no sea holgada como tal. Conforme a lo previsto, el nacional-galleguista comunista BNG es la única opción de izquierdas que mejora su músculo mientras que el PSOE se desploma. Al mismo tiempo, el controvertido orensano Jácome consigue su escaño.
Aún para quienes podamos coincidir en una misma línea de opinión, lato sensu, puede ser complicado concluir con comodidad en base a los resultados. Sí, aún pese a la idea principal, por una serie de acciones, discursos y razones que iremos abordando a lo largo del artículo.
Para empezar, es cierto que el PP de Galicia es una de las facciones más progres y funcionales al nacionalismo periférico de un partido cuya renuncia a la batalla de las ideas (en un prisma socialdemócrata y relativista) es más que evidente, desde hace años.
Alfonso Rueda es un aprendiz de Alberto Núñez Feijóo, quien destacó por favorecer ciertas imposiciones del gallego (incumpliendo la libertad de elección como principio), honrar a la masonería y aprobar leyes liberticidas relacionadas con la ideología de género (la cuestión trans, por ejemplo) y la libertad sanitaria en los tiempos del llamado «virus chino».
Ergo, en Galicia, el PP está muchísimo más alejado del liberalismo conservador que en Madrid. Pero aún así es la opción votada, por distintas razones, por el gallego no izquierdista, aparte de tener un importante caladero de votos en las zonas rurales (mucho más conservadoras que las urbanas).
VOX tampoco ha conseguido un escaño, aunque su cantidad de votos supere a la de PODEMOS y SUMAR juntos. Era complicado (por falta de estructura), pero es que, aparte de cuestiones internas, el gallego de derechas es bastante regionalista mientras que, ni el problema antiespañol es tan fuerte como en Navarra ni la amenaza multicultural-islamista es tan notoria como en Vizcaya y Barcelona.
Con lo cual, no se puede decir que haya habido una importante victoria del conservadurismo político. Pero si bien uno no se olvida de la necesidad de romper con el malminorismo y de librar la batalla cultural y espiritual en todos los frentes, no se puede negar la satisfacción ante otro suceso muy considerable: el hundimiento del PSOE.
Es cierto que los comunistas del BNG, herederos de Resistencia Galega, simpatizantes de Hugo Chávez y Fidel Castro, y amigos de los herederos de Lluis Companys y del brazo político de ETA, mejoran su representación parlamentaria con respecto a 2020.
Hay mucho voto urbano y juvenil que se deja seducir por los novedosos cantos de sirena de la izquierda (algo similar a lo que ocurre en Irlanda con el Sinn Féin y en las Provincias Vascongadas con Bildu). El PSOE ha normalizado a todas estas opciones nacional-comunistas mientras que el entreguismo pepero ha engendrado al monstruo en cierto modo.
Pero el PSOE, que es el mayor enemigo de las Españas, que tiene instaurado un régimen dictatorial posmoderno en la Moncloa, con la colaboración de los nacionalistas periféricos y de comunistas varios, no ha salido muy bien parado esta noche. De nada le ha servido, ni siquiera, tener a buena parte de la prensa comprada a efectos prácticos.
Azuzar al miedo con la «ultraderecha», la «privatización de la sanidad» y los «recortes en las pensiones» no ha servido de nada. Tampoco demonizar a pacíficos y legítimos manifestantes de todos los niveles económicos y ámbitos profesionales, entre los que hay víctimas de gases lacrimógenos y apaleamientos injustificados del llamado «estatismo policial» de Marlaska.
Tampoco ha tenido que ser de recibo que figuras de las que el PSOE necesita algo para poder seguir, aunque en alguna ocasión le amenacen con la pérdida de protagonismo por eclipse, hayan obtenido resultados pírricos y ridículos, pese a las cursiladas estéticas y las manipulaciones de las cifras macroeconómicas de empleo.
Puede decirse eso de que «nadie es profeta en su tierra», no habiendo servido de mucho vertir una chabacana madrileñofobia que ya cubría aspectos geomarítimos. Del mismo modo, hay quienes tendrán que buscar ciertos empleos temporales hasta que la Inteligencia Artificial los haga prescindibles, teniendo que dar lugar a otros puestos con otras habilidades.
Con lo cual, aún a la espera de lo que pase con las tractoradas y en las elecciones vascas y europeas, se puede decir que el PSOE ha sufrido un considerable castigo. No hay miedo que valga, aunque eso no quite que haya que seguir trabajando en la contrapolítica, en defensa de España, de sus tradiciones, de las libertades concretas, de la vida y de la propiedad.