En los últimos días, hemos podido ver, en las noticias, que varias universidades estadounidenses han visto interrumpida su actividad habitual, debido al conflicto existente entre Israel y Palestina.
Centros académicos como la Universidad de Berkeley, la Universidad de Texas en Austin, la Universidad de Connecticut, la Universidad de Columbia y la Universidad de Los Ángeles han sido escenario de diversas acciones de protesta en defensa de Palestina.
Ahora bien, nada de esto ha sido libre como tal, sino que ha sido en base a unos modos que no nos han de extrañar de quienes practican la coacción, en línea con su cosmovisión totalitaria.
Intimidaciones a alumnos y profesores que querían asistir a las clases con normalidad, desórdenes y destrozos de mobiliario, así como bloqueos y otra clase de encerronas han sido los métodos, que han resultado en arrestos policiales.
La defensa de Palestina se ha presentado con el eslógan Free Palestine, pero no ha sido un alegato contra el fin del terrorismo islámico. Tampoco un alegato en defensa de las mujeres y de las personas homosexuales.
La reacción, bajo un falso pretexto pacifista, no solo es que critique que EEUU tenga que enviar o no armas para dar respaldo militar a un país extranjero, sino que acusaban al Estado de Israel de incurrir en “agresiones injustificadas” en la Franja de Gaza.
La narrativa es bastante habitual, en determinados sectores de la opinión pública. Entre estos figura el wokeismo, con la correspondiente implicación tradicional de la extrema izquierda.
Se niega que el Estado de Israel haya incurrido en su derecho a defenderse frente a una agresión terrorista, igual que se niega que los palestinos han rechazado muchas propuestas de partición y que se emplean escudos humanos y habilitan centros de operaciones terroristas en hospitales y escuelas (en su subsuelo).
En cualquier caso, la cuestión es que Israel, con todas sus imperfecciones políticas, representa el único territorio de Oriente Medio donde se disfruta de un amplio margen de libertades concretas, respetándose los derechos humanos.
Igualmente, se puede considerar que se trata de un elemento geopolítico clave en la resistencia del verdadero Occidente, que no se basa en el relativismo nihilista, sino en la los valores judeocristianos, bajo la herencia grecorromana y la impronta aristotélico-tomista.
Ahora bien, ¿por qué hemos de hacer cierto énfasis en la Academia? Dicho sea que, con Academia, nos referimos, en gran medida, a las instituciones educativas en su sentido más amplio (universidades, centros de pensamiento, institutos…).
En más de un país americano y europeo, los entornos más academicistas tienden a tener una clara orientación ideológica general (lógicamente, tanto cada país como cada área de conocimiento y región tienen sus peculiaridades).
Esta viene a ser la misma que la de los entornos más relacionados con las Ciencias Naturales y Exactas. En temas económicos, puede darse bien una errática ansia de creer que se innova planificando el progreso, contra natura, o hay miedo, sin más, al orden espontáneo, considerándose como algo irracional, imposible de modelar.
En temas sociales, no es extraño que, a día de hoy, haya un escepticismo hacia el más allá (pese a que instituciones como la Iglesia Católica y otra clase de personalidades cristianas tuvieron una impronta considerable en ciertos desarrollos hidráulicos, teórico-astronómicos y matemáticos).
Esa desconfianza hacia el más allá hace que la lógica racionalista se desarrolle con más facilidad, lo que es el punto de anclaje perfecto para la incorporación, como sujeto activo o pasivo, en el grado que sea, a los ámbitos más relacionados con el marxismo cultural y las actuales contribuciones revolucionarias (ideología de género, ecosocialismo, multiculturalismo…).
Así pues, se puede decir que la Academia, en línea con los planteamientos socialistas, comunistas y revolucionarios, trata de suicidarse, ya que fueron los valores judeocristianos de Occidente los que permitieron que se desarrollasen algunas de las universidades más antiguas, aflorando de manera innovadora la libertad de pensamiento.
A cuento de esto, hay que decir que, quizá no tan sorprendentemente, han sido las universidades estadounidenses, al margen de su titularidad y financiación, las que más han contribuido al desarrollo del wokeismo. Esto se puede observar en la Critical Race Theory o la ideología transgénero.
Así pues, no ha de extrañar que, del mismo modo que han tenido algo de responsabilidad en que el socialismo se convierta en algo cada vez menos impopular, contribuyan a dar pábulo a fenómenos de protesta antioccidentales.
De hecho, dan pábulo a un antisemitismo que, en ocasiones, puede remontar nuestras mentes a lo que podamos conocer sobre la Alemania Nazi, el pasado siglo. Es más, los países más woke son puntos inseguros para muchos judíos, a diferencia de otros más conservadores, como es el caso de Hungría.
Se da lugar al señalamiento de los judíos en general. Se promueve el boicot injustificado contra negocios de judíos (que legítimamente pueden participar de la libertad de mercado, de corte natural).
Es más, cabe recordar que ya, de por sí, la Academia contribuyó considerablemente a la cultura de la cancelación, junto a grandes corporaciones. Esto implicaba boicotear u ocasionar la muerte civil de voces generalmente conservadoras.
Pero la cuestión es que la ideología imperante, basada en el wokismo, aupada por ciertos medios y por la Academia, va contra las libertades concretas, lo cual les hace aborrecer y abjurar de todo lo que represente a Occidente, ya sea Israel, Europa (no la Unión Europea) o los principios fundacionales de los Estados Unidos de América.
Un comentario
Ya me gustaría saber cuantos de esos acampados se han matriculado en alguna carrera de esas universidades