Un ejemplo que viene al caso puede ilustrar esta forma de juzgar. Estamos en junio del 87 y un comando de ETA ha colocado un coche-bomba en el aparcamiento de Hipercor en Barcelona. Cuando se encuentran a una distancia segura, uno de los terroristas acciona el detonador remoto. Si este hubiera sufrido un cortocircuito y fallado ¿diríamos que la acción del comando ha sido inocua? Según la moralidad que se sustenta en el consecuencialismo, sí: no ha habido víctimas ni daños, luego la acción no puede tacharse de moralmente reprobable.
Algo chirría en este principio que utilizamos cuando juzgamos la barbarie asesina en función de sus víctimas. Y es que las personas no actuamos bien o mal en función de los resultados de nuestras acciones, sino en función de las acciones que llevamos a cabo para alcanzar la finalidad que perseguimos. Y así debemos ser juzgados. Tomada una decisión, ésta determina ya el carácter moral y legal de la acción sin que pueda modificarse sustancialmente como consecuencia de sus resultados. Un disparo en la nuca es un disparo en la nuca se atasque o no el percutor. Por eso es un asesinato, al menos en grado de tentativa.
Un juicio que no se apoye en el consecuencialismo, sino en la valoración de la acción ejecutada y la determinación para hacerlo, revela una maldad muy superior a la que se desprende del mero recuento de las víctimas y, sobre todo, no se hace recaer en ellas la causa de la mayor o menor injusticia demostrada por la banda terrorista.
Y es que parece que unos y otros juzgamos a ETA en función de las consecuencias de sus atentados poniendo la pelota de su reintegración a la sociedad democrática en el tejado de las víctimas. Y esto es injusto. Injusto para los terroristas e injusto para sus víctimas.
Una persona merece condena moral y legal cuando ejecuta una acción reprobable en sí misma, con independencia de sus resultados. La maldad de un asesinato se establece cuando el asesino aprieta el gatillo, no cuando el asesinado recibe la bala. Por eso ETA se merece un juicio que valore sus acciones con independencia de sus resultados. Un juicio que no involucre a sus víctimas para establecer el grado de culpabilidad de la banda. Un juicio justo.
4 respuestas
Efectívamente, el coche bomba colocado en la Universidad de Navarra en 2008, no produjo víctimas mortales, y no por eso deja de ser un atentado a la libertad y a la democracia. Si las hubiera habido, además hubiera sido una tragedia.
Estoy de acuerdo,la maldad de Eta supera con creces el recuento de muertos.
Muy interesante reflexión. La comparto plenamente. Les propongo la del catedrático Aurelio Arteta, en su blog/bitácora. http://www.fronterad.com/?q=node/3942
Efectivamente: no son las víctimas quienes deben juzgar a los etarras, porque la justicia la debe establecer el juez, no la víctima. Pero tampoco es de recibo la presión a la que se van a ver sometidas las víctimas para que, mediante su actitud de comprensión y perdón, minimicen la condena legal a ETA y faciliten su reinserción social.
No podemos hacer a las víctimas del terrorismo responsables del tratamiento jurídico de la banda. La posibilidad del perdón es prerrogativa exclusiva de las víctimas y solo puede producirse tras un juicio justo. ¿O no aconsejamos a las mujeres maltratadas que no retiren su denuncia cuando, movidas por el Síndrome de Estocolmo, vuelven al hogar conyugal? Al violador lo condenan sus hechos, no sus víctimas.
Brillante reflexión. Es precisamente esa forma de pensar que ud. denuncia la que provoca la delirante situación política actual, en la que, el hecho de que los etarras dejen de matar, provoca en nuestros politiquillos una euforia como la que hemos tenido que soportar.