Necesitamos una alianza (II) Soplan vientos de cambio (VI)

 

El relativismo es una base demasiado débil sobre la que edificar una democracia plural. Muchos autores estiman que el Estado y la economía libre, no se asientan en el vacío, sino que hunden sus raíces en presupuestos culturales (cristianos, o bien traducciones secularizadas de valores cristianos). Para Alexis de Tocqueville, “el despotismo puede prescindir de la religión; pero la libertad, no” Para John Adams IIº presidente de los EEUU- la Constitución norteamericana está hecha sólo para un pueblo moral y religioso.

Conviene recordar que los valores básicos de libertad, igualdad, solidaridad, dignidad, progreso, tienen su origen en el cristianismo. Si bien es cierto que la Iglesia combatió de manera miope el liberalismo y la democracia, vemos que el siglo XIX estuvo lleno de malentendidos históricos y de resistencias equivocadas por parte de la Iglesia Católica, pero todo  aquello, afortunadamente fue superado por el Vaticano II. Conviene recordar que también ha pedido perdón reiteradamente por sus pecados históricos y por sus violaciones pasadas de tales derechos (Inquisición).

Hoy la solución constitucional / convivencial consiste en la articulación de unas reglas de juego neutrales para la vida pública, aceptables por todos, que para unos serán unas creencias morales, de carácter religioso en unos casos, y para otros puramente laicas, para la conducción de la vida privada de los ciudadanos. Las reglas públicas laicas deberan ser minimalistas, no pudiendo sustituir o desplazar a las creencias metafísicas privadas. La ética laica no debería a aspirar a convertirse en una nueva religión o en un sustituto de las religiones, una y otras operan en planos distintos. El Estado liberal necesita de las religiones, puesto que las creencias religiosas ayudan a los ciudadanos a asumir sus responsabilidades cívicas y, por tanto, deben ser vistas con ojos favorables por el propio Estado. Sabemos hoy que las sociedades totalmente agnósticas -como empiezan a serlo las europeas- pueden llegar a ver amenazada la misma sostenibilidad de la propia democracia.

Todos debemos respetar la practica religiosa, tanto privada como pública, dentro del estado no confesional, y alejarnos del laicismo radical siempre interesado en arrinconar la fe religiosa. Vivir en una sociedad  poco intervencionista, produce un verdadero placer, respetando la practica de  las virtudes privadas y las satisfacciones sencillas de los hombres. El papel de los cristianos debe ser la de unas minorías necesarias para contribuir a que Europa recobre de nuevo lo mejor de su herencia y esté así al servicio de la humanidad entera.

Necesitamos cristianos, que a través de su fe y sus obras ,presenten a Dios ante el mundo, como una realidad creíble. Todos los valores europeos –libertad, dignidad, igualdad de los sexos, separación Iglesia-Estado- proceden en último extremo de semillas cristianas. La Ilustración los secularizó, creyendo que podrían sobrevivir privados de su raíz religiosa. Pero la experiencia ha demostrado que eso hoy, no es factible. La mejor salida es la de un cristianismo, desde el Vaticano II, reconciliado con la modernidad y la democracia, trabajando junto a una Ilustración, liberada a su vez de sus reflejos antirreligiosos, emprendiendo los dos un nuevo tipo de colaboración.

El funcionamiento de las instituciones, las prácticas y conquistas occidentales, mejoraran si actuamos como seres libres e iguales, como si todos fuesemos hijos de Dios. Si nos respetamos unos a otros como si hubiéramos sido creados a imagen de Dios. Si nos amamos como si respondiéramos a un mandamiento de Dios.

La unidad de acción de los agnósticos y ateos de buena voluntad con los cristianos se concretará en la defensa de los principios básicos de la moral occidental, hoy tan deteriorados: hay que comprometerse en la defensa de valores, principios e instituciones básicos, como: la dignidad de la persona, el matrimonio heterosexual y la familia (como concepto biológico y natural) y garantizar la libertad religiosa. Sería como el común denominador no confesional, a defender por los europeos

 

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