Nayib Bukele, líder de una nueva era

Nayib Bukele ha ganado, como se esperaba, las elecciones de El Salvador. Su triunfo, aplaudido por la derecha, se ha visto como un triunfo de la democracia, y eso no es así. Yo defiendo que la democracia es un sistema perverso, en el que las masas se guían por instintos irracionales y salvajes, y en comparación, es mucho peor que por ejemplo una monarquía hereditaria. No se puede decir que el pueblo haya votado bien (aunque todo indica a que sí), sino que Bukele ha usado la herramienta del populismo y ha podido validar su discurso en hechos reales, como la seguridad.

De origen cristiano-palestino por parte de sus abuelos paternos, nació en una casa cristiana y con un padre empresario (como bastantes árabes en América), pero su padre posteriormente se convirtió al islam y fue Imán, seguramente por la influencia de la comunidad árabe de El Salvador. Este origen seguramente haya influido en su cosmovisión del mundo y, por tanto, en su manera de gobernar. Empezó como un político izquierdista, del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), pero con una visión muy tecnócrata, como demostró durante sus dos alcaldías, y acabó enfrentándose al FMLN y siendo expulsado, dándose cuenta de que las élites izquierdistas no promueven nada similar al desarrollo que necesitaba un país empobrecido.

Por tanto, fundó un partido populista, Nuevas Ideas, y formó una coalición con socialdemócratas disidentes, GANA, en la que se enfocó en las redes sociales para atraer el voto joven. Al igual que con el fenómeno Milei, ganó. Sus puntos estrella eran acabar con la corrupción y con la criminalidad. El Salvador tenía una de las tasas de criminalidad más altas del mundo, si bien no había una guerra civil, las “maras” imponían su ley. Al inicio de su mandato, fue cómplice de los encierros y del control social con la excusa del “Covid” (aunque tal y como ha conocido a las élites globalistas, no creo que lo repitiese), pero es cierto que también lo usó para combatir a las “maras”.

Su baza más fuerte ha sido la reducción de la criminalidad. En 2018 hubo 52 homicidios por cada 100.000 habitantes y en 2024 se estima que sea de 1,6 al ritmo actual. Para llevar a cabo esta política aplicó un estado de alarma permanente, destituyó a jueces contrarios y practicó detenciones masivas a todo posible miembro de bandas.

Sí, se le puede considerar autoritario. ¿Y lo malo? Amnistía Internacional, demás ONG y periodistas han atacado a Bukele por violaciones de derechos humanos, sobre todo en el trato a los presos en las cárceles, pero su respuesta ha sido contundente: «¿Los derechos humanos de quién? De la gente honrada, no. Tal vez dimos prioridad a los derechos de la gente honrada sobre los derechos de los delincuentes, eso es lo único que hemos hecho y es a lo que ustedes le llaman violar derechos humanos».

También arremetió contra «Lo País» por las acusaciones de desmantelar la democracia, y respondió que los salvadoreños solo pedían respeto. Y por mucho que el trato a los presos se pueda considerar inhumano, el primer derecho de todo ser humano es el derecho a la vida, ya que sin él no se pueden ejercer el resto. La única verdad es que en una situación de crimen prácticamente institucionalizado son necesarias medidas extraordinarias, para proteger los derechos de la gente honrada.

Aun así, será autoritario, pero no totalitario. No parece ser que entre sus planes se encuentre el control orwelliano de la sociedad. Es más, sus ideas están yendo más de la mano de promover Bitcoin, reducir impuestos, atraer inversión extranjera y promover el turismo. Parece ser que tampoco está entre sus ideas destruir los pilares básicos morales de la sociedad y fomentar la cultura de la muerte y del goce momentáneo, oponiéndose frontalmente al aborto, al matrimonio homosexual y a la eutanasia.

Por último, no hay que olvidar que empezó como un empresario izquierdista, que pensaba que esa cosmovisión era por algún casual buena. A lo largo de su gobierno ha vivido un proceso de transformación ideológica hasta llegar a sus antiguas raíces, seguramente por el rechazo y el odio a las élites progresistas, que parece que les importan más los presos y los delincuentes que los ciudadanos honrados. Su cambio ideológico tiene muchas similitudes con el de Elon Musk.

Por otro lado, su autoritarismo y su conservadurismo pueden deberse también a su origen árabe, que  en general ven la sociedad de manera más jerárquica y su base moral les impide aceptar nada similar al wokeísmo. Su proyecto de acabar con el crimen de manera autoritaria puede verse perfectamente como un intento de ser el Bashar al-Assad de El Salvador, el segundo de la primera “monarquía” alauita.

Nadie sabe si intentará si montar una especie de monarquía hereditaria en El Salvador, pero en principio queda Bukele para años. Su proyecto político anti-globalista es algo totalmente nuevo, y su tecnocracia autoritaria en una pequeña jurisdicción podría llegar a considerarse en un futuro como una especie de feudalismo empresarial, así como lo piden Curtis Yarvin o Peter Thiel, admitiendo algo que los tradicionalistas ya avisaban: democracia y libertad no son compatibles.

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