El interés por descentralizar el poder no está en la gran masa de población, que fue y sigue siendo embaucada y seducida con la idea de que lo mejor siempre es acercar la administración al pueblo. El empeño está en aquellos que se benefician de múltiples maneras derivadas de una autonomía que genera amplias parcelas de poder y pingües beneficios económicos. Estos personajes forman parte de unas élites que, siendo minoritarias respecto a la gran población, se distribuyen en círculos de influencia, preponderancia y dominio.
Uno de esos amplios círculos con intereses creados es el de los políticos, que se han multiplicado en progresión geométrica. Deben nutrir los diecisiete parlamentos y dos ciudades autónomas, que generan sus correspondientes gobiernos autonómicos, jefaturas de gabinete, asesores, direcciones generales, jefes de secciones y departamentos cubiertos por personal colocado “a dedo” y un cúmulo de personas gestionando recursos y un sin fin de diferencias que pretenden hacer de la propia comunidad la mejor, la más auténtica y genuina de cuantas conforman la geografía española. Detrás de todos ellos, alimentados caudalosamente, se encuentran los partidos políticos, con su personal, sus infraestructuras y medios de todo tipo costeado con nuestro dinero, ya que la afiliación es insignificante.
Los políticos en nuestro país gozan de unos privilegios como en ningún otro. Pensiones vitalicias, pasarelas entre la actividad política y los consejos de administración de las empresas públicas, aforamientos... Toquemos este tema de los aforados, que son prácticamente inexistentes en otros países. En Francia sólo está aforado el presidente de la República y los miembros del gobierno. En Portugal e Italia, tan sólo el presidente de la República. En Estados Unidos, Alemania o Reino Unido no hay aforados. En España hay 250.000 aforados. ¿Van a estar éstos en contra del régimen autonómico que les ha proporcionado privilegios tan suculentos?
Pero estas élites políticas, convertidas en las nuevas oligarquías, no son las únicas beneficiadas del empoderamiento autonómico. Alrededor de estos gobiernos regionales pululan como satélites multitud de asociaciones, entidades y chiringuitos de toda clase y condición que se nutren de cuantiosas subvenciones salidas de las arcas públicas. A su vez, estas entidades ponen a sus representantes en los distintos órganos de representación social.
Uno de estos órganos son los consejos escolares. En España ya existe un Consejo Escolar del Estado, que cuenta con 107 miembros, pero cada una de las Comunidades Autónomas tiene el suyo propio. En ellos están representados los profesores, los padres, los alumnos de enseñanza no universitaria (menores de 18 años), el personal de administración y servicios, las patronales de la enseñanza, la propia administración, algunas personalidades de “reconocido prestigio” (colocados a dedo por el gobierno de turno) e incluso la universidad. Podríamos resumir todo este conglomerado de personal diciendo que su designación se hace -por este orden- desde los partidos políticos, los sindicatos y las asociaciones. El número de quienes los componen es de unos 955 consejeros escolares autonómicos. A todos estos podríamos sumar los de los consejos escolares territoriales y los municipales.
Ciertamente, no son puestos retribuidos; salvo el de presidente, vicepresidente y secretario. Pero todos se nutren económicamente a través de cuantiosas dietas. Por supuesto, cada consejo escolar requiere para funcionar de personal asalariado y de una infraestructura, con los correspondientes gastos por consumos diversos.
Determinadas élites empresariales también se han visto hechizadas por esta perversa inclinación a los regionalismos, viendo en ello una oportunidad de negocio y de beneficios económicos. De igual manera, el mundo de la universidad tampoco se ha quedado atrás en esto de promover y avalar las autonomías. La degeneración de la universidad española ha discurrido en paralelo a este cúmulo de excesos orientados a promover y abundar en las diferencias autonómicas. Y todo ello, y mucho más, aderezado, ilustrado, enaltecido, inducido y adoctrinado por un desproporcionado conglomerado mediático.
De tal forma, todas estas élites se han venido situando en un rango social que flota sobre nuestras vidas. Siempre han existido personajes que han trabajado en favor de sus propios intereses y al cuidado de no perder parcelas de dominio y fuentes de ingresos económicos. Pero nunca como en la actualidad han proliferado de tal manera estas élites locales y regionales, ávidas de poder e influencia y destructoras de todo lo que nos une en nuestra identidad española.
José Manuel Contreras