Reconózcase que algunos estábamos preocupados, a lo largo de las últimas semanas, ante el estrecho gap de ciertos preparados demoscópicos. Se temía también por la enésima aplicación de algo en lo que la izquierda tiene experiencia maestra en el continente americano como es el fraude electoral. Igualmente, preocupaban ciertas manipulaciones a las que algunos no pudieran resistir.
Ahora bien, lo que ocurrió finalmente, fue bastante satisfactorio y emocionante. De hecho, quienes tenemos husos horarios más próximos al meridiano de Greenwich pudimos irnos a dormir con un gozo de tranquilidad mucho más elevado. No hubo demora en confirmar lo que para unos eran simples esperanzas y para otros pues confirmaciones de tendencia a medida que el escrutinio iba avanzando.
Las elecciones presidenciales argentinas cerraron su segunda vuelta con una victoria de Javier Milei, el presidenciable libertario ya electo, en la mayoría de regiones argentinas (con la salvedad de Santiago del Estero, Formosa y la provincia de Buenos Aires). De hecho, no tardaron mucho en reconocerlo en la Casa Rosada ni en los entornos del continuador del legado kirchnerista, Sergio Massa. También hubo derrota de la izquierda en la mayoría de consulados (el español también).
Esto puede traducirse como una derrota histórica del socialismo en Argentina (teniendo en cuenta que el centrismo de cierta legislatura no ayudó a mejorar la garantía de las libertades concretas de los argentinos). No se habla de «una oposición más moderada» o de un «cambio de aires», sino de una candidatura que tiene principios libertarios y que tiende a reducir a la mínima expresión las dimensiones del mastodóntico Estado argentino.
De hecho, en el programa político de Milei existe un compromiso férreo con el cierre del Banco Central (por haber contribuido a una hiperinflación superior a los 110 puntos, aparte de haber imprimido excesivas masas monetarias), la eliminación de más de una decena de ministerios (15% del PIB), la completa flexibilización del mercado laboral y del comercio global, y la reducción de la presión fiscal en distintos tramos de renta.
Es más, no todo es económico. Milei entendió que la contrapolítica no solo era economía pura y dura. Por ello, durante años, a la par que ha seguido trabajando en hacer llegar su mensaje a muchos hispanohablantes, ha sido consciente de los problemas del marxismo cultural. De ahí que se le haya visto en actos conjuntos con intelectuales conservadores de la talla de Agustín Laje y Nicolás Márquez, que advirtieron de la «nueva izquierda».
Prueba de ello es que, más allá de contar con un consistente activo defensor de la vida como es la persona de Victoria Villaruel, entre sus propuestas programáticas podemos encontrar un interés en poner trabas al asesinato-exterminio de niños no nacidos en Argentina (considera que es contrario a los principios del liberalismo) así como en eliminar las disposiciones de la llamada Educación Sexual Integral (adoctrinamiento feminista-homosexualista).
Si hay compromiso y éxito, la República Argentina puede volver a ser un país prometedor en términos económicos, al que, en su momento, muchos europeos (mayoritariamente italianos y españoles) emigraron en pos de una mayor prosperidad económica. Sí, un país donde primen la seguridad personal, urbana y jurídica. Un país que sea atractivo para los inversores y que sea una tierra de oportunidades, potenciando así las economías hispanohablantes.
Pasaría lo que debería de ocurrir en Chile y en otros países, siguiendo la estela de El Salvador, que ha pasado de ser un pequeño país irrelevante y decadente a ser un espejo en el que España y Portugal pueden fijarse. De todos modos, no todo son legítimos y sensatos sueños, por cuanto y en tanto uno se preocupa ante los distintos males temporales que acechan el orbe. También hay unos mensajes a tener en cuenta.
Los argentinos son hermanos nuestros, totalmente. Pero hay un punto muy importante, más allá de lo acontecido en ciertas mesas consulares. Precisamente, la derrota histórica del socialismo en Argentina es un nítido mensaje para nosotros, para los españoles, pero también, muy en especial, para quienes son responsables mayores de la progresiva y acelerada pérdida de fuerza como sociedad.
En unos momentos en los que se ha consolidado una fase de un proyecto político dictatorial posmoderno en España, donde se espera tanto un control más férreo de las distintas instituciones de contrapeso y de los cuerpos policiales así como un deterioro notorio del poder adquisitivo (y del atractivo inversor), esto no deja de ser un mensaje interesante. La Verdad no deja de estar de nuestro lado mientras que el éxito socialista sigue siendo una mentira.
Los argentinos son víctimas del socialismo más extremo. Ellos saben lo que se sufre cuando se lleva al extremo lo que puede salir de las deliberaciones de Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Mónica García. Pueden servirnos como modelo, más allá de que la estrategia del entorno de Milei haya sido bastante buena. Argentina era ejemplo de la miseria salarial, la reducción drástica del salario neto, el nulo valor de la divisa propia y la corrupción político-jurídica.
Con lo cual, hay un claro mensaje para el socialismo del siglo XXI así como para su mayor garante actual en España. El dictador posmoderno Pedro Sánchez no debe de negar que se ha refrendado, con toda la razón, en la buena dirección, una cierta culminación de sus aspiraciones. España no tiene derecho a más Ceauçescus ni imitadores de Maduros y Castros. Queremos una sociedad libre, sin corrupción moral, con suficiente florecimiento.