Desde la semana pasada, las administraciones educativas han iniciado las convocadas pruebas de Evaluación de Acceso a la Universidad (EvAU), conocidas como «Selectividad». La convocatoria no es común a todas las regiones (en algunas se realizaron la semana pasada mientras que, en las restantes, comenzarán esta misma semana).
Ha habido alguna que otra incidencia en lo que ya ha transcurrido. Por ejemplo, una supuesta pregunta errónea en el examen de Inglés convocado en Extremadura y la dificultad del elaborado en la Comunidad Valenciana para la asignatura de Matemáticas II (se conoce como tal a la que es componente curricular del itinerario de Ciencias).
No obstante, ese no es el motivo que nos lleva a escribir este artículo. Es «tradición anual» un debate que aborda cuestiones como la diferencia de nivel en algunas regiones a pesar de tener «derecho» a acceder a cualquier universidad del territorio español así como una supuesta preocupación por lo que consideran como «desigualdad entre los españoles».
Por ello, hay quienes reivindican un modelo de exámenes que sea común a todo el territorio nacional (bajo cierta perspectiva, como si de oposiciones a algún puesto de trabajo de la Administración General del Estado se tratare). Yo también creo que, de alguna forma, ha de llegarse a una especie de «Selectividad común». Daré más detalles a continuación.
La Selectividad es un mero «coladero»
Una prueba viene a ser, normalmente, una especie de filtro que solo permita el paso a aquellos con ciertos dotes de excelencia (con el examen del MIR ocurre prácticamente eso). En cambio, la actualmente conocida como EvAU es una prueba que, normalmente, supera más de un 95% del alumnado, independientemente de la región en la que se encuentre.
De hecho, no se trata sino de una especie de examen global de las materias que «con celeridad» se han impartido en el segundo curso del Bachillerato, la fase no obligatoria y pre-universitaria de la Educación Secundaria. Es más, en ocasiones, hay modelos de examen más sencillos que los que los profesores han establecido para estos en sus respectivos colegios e institutos.
Se impone una evaluación común e imprecisa
Normalmente, uno cursa una carrera universitaria en base al itinerario por el que se ha decantado durante el Bachillerato (alguien que aspira a estudiar Medicina suele proceder del itinerario de Ciencias de la Salud mientras que quien desea estudiar Filología Clásica suele provenir del itinerario de Humanidades).
No obstante, cuando corrigen tus exámenes de Selectividad y calculan (con las correspondientes ponderaciones tu nota final), lo único que importa es la calificación que resulta de la nota media de Bachillerato y la de estas pruebas escritas posteriores. Para entrar en una carrera solo basta con tener nota de corte suficiente (las ponderaciones de la fase específica dependen ciertamente de la relación carrera-itinerario).
Eso sí, si sorteas el acceso por medio de una universidad privada (donde basta con «aprobar» la EvAU) o, probando suerte, cursando antes otra carrera del ramo (pudiendo así convalidar a posteriori), no tendrás seguramente obstáculo alguno. Tampoco es difícil cursar Filología Inglesa si tus calificaciones en la asignatura de Inglés son muy bajas. Y como esos, «mil ejemplos»…
Los centros universitarios deberían de adoptar sus propios criterios de selección
Lo justo sería que el acceso fuera similar al de algunas ofertas de máster o posgrado así como a la ocupación de determinados puestos de trabajo. Una vez finalizado el Bachillerato, debería de ser el propio centro universitario cuya oferta interesa al futuro alumno de la misma el que estableciera sus propios criterios de selección: nota media, experiencia, conocimientos autodidactas, certificaciones, vocación, etc.
Por lo tanto, coincido, sin duda, en que necesitamos una especie de «Selectividad» única en todo el territorio nacional. Esta se basaría en la ausencia de exámenes únicos y centralizados previos (aunque dependan de la región en la que nos encontremos) así como de otras trabas, de modo que garanticemos la libertad organizativa de admisión de los propios centros universitarios.