La Valencia de Ribó: al servicio del catalanismo y de la Agenda 2030

Los valencianos hemos vivido un año más el 9 de octubre, festividad grande del Reino de Valencia que conmemora la entrada de Jaime I y sus tropas en la ciudad en 1238 para completar la reconquista cristiana del Reino por sus tropas, después de que el Rey Zayyán capitulase tras cinco meses de asedio.

Pero el de este año ha sido un 9 de octubre más donde, desde que en 2015 accediese a la alcaldía de la ciudad el infausto Joan Ribó, no hemos tenido el Te Deum tradicional de acción de gracias en la Catedral de Valencia para conmemorar la efeméride ni, tampoco, la Real Senyera ha bajado del balcón del Ayuntamiento a los acordes de la Marcha Real, como debería ser por su condición de honores de Capitán General que le concedió el Rey Alfonso XIII en 1925.

En ese sentido, el de este año ha sido un 9 de octubre más donde se ha visto a las hordas pancatalanistas subvencionadas desde la Generalidad de Cataluña venir a insultar a todos los valencianos en su día grande por la tarde, con el apunte de que han sido unos pocos y que ya no congregaban a tantos este año como en otras ediciones para su aquelarre imperialista, separatista y excluyente. En esa manifestación pudimos ver a Gabriel Rufián, siendo increpado no violentamente por varios ciudadanos que le recriminaron que viniese a Valencia a realizar sus provocaciones imperialistas y separatistas.

Pero este humilde servidor que les escribe quisiera detenerse en otro de los que participó en esta manifestación, y no es otro que el ínclito concejal de movilidad Giuseppe Grezzi, quien con denuedo aplica no solamente el catalanismo en sus políticas, sino también la Agenda 2030 criminal que empobrece y destruye nuestra industria y nuestro campo.

Y es que la Valencia de Joan Ribó no sólo se caracteriza por subvencionar a entidades pancatalanistas, otorgar calles a personajes ilustremente antivalencianos como Joan Fuster, impedir el Te Deum en la Catedral el 9 de octubre, eliminar el castellano de las calles de Valencia -también el idioma valenciano está suplantado desde la época de Rita Barberá, cuando decidió sustituirlo por el catalán- o, en definitiva, sufragar la destrucción de la unidad nacional para que Valencia pase a formar parte de ese conglomerado imperialista ficticio denominado països catalans.

También se caracteriza por haber eliminado totalmente el uso del coche, como marcan los cánones de la agenda criminal que se impulsa desde la ONU con la aquiescencia de la tiranía china y que todos los partidos desde la extrema izquierda hasta la derechita cobarde han aceptado sin rechistar. En Valencia, incluso, algunos partidos que se dicen valencianistas han aceptado de pleno la Agenda 2030 y se suman con entusiasmo a que se elimine el coche de nuestra ciudad o al despliegue total de un ruinoso carril bici por parte del Ayuntamiento y se impongan medidas de pleno autoritarismo climático, como bien sea la no ampliación del Puerto de Valencia, celebrada por el inefable Esteban González Pons, los impuestos medioambientales aprobados por la Generalidad Valenciana para 2025 o que se reduzca la iluminación en nuestra ciudad, siendo un polo de atracción no de industrias ni de inversiones, sino de bandas latinas e inmigrantes ilegales.

Además de ello, no podemos olvidar su demagogia con los planes de empleo juvenil, donde la principal puntuación se da a las mujeres maltratadas y a las acciones en favor de la mujer, dejando en una situación total de absoluta discriminación a los hombres, pues no se valora para nada en estos concursos de méritos ni la experiencia en el puesto ni el tener una titulación más alta por encima de la requerida.

Esperemos que en las próximas elecciones municipales salga una mayoría alternativa que revierta todas las políticas comunistas y pancatalanistas que esta Corporación Municipal está impregnando en la ciudad.

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