La puta feliz.

Parece existir un cierto consenso social en que la prostitución es algo repugnante cuando se realiza de forma involuntaria. Por el contrario, el consenso se debilita cuando de lo que se trata es de la prostitución voluntaria. El mito de la puta feliz. Podríamos preguntarnos cuántas mujeres se prostituyen realmente de manera voluntaria, pero la verdad es que la respuesta a esa pregunta me parece irrelevante porque voy a ir más allá de ella. Yo digo que la base del rechazo a la prostitución no puede consistir sólo en la voluntariedad. ¿Creen ustedes que quien trabaja en una mina lo hace de manera voluntaria? Pues yo creo que, si el viernes a un minero le toca el eurobote de la primitiva, el lunes no baja a la mina. Yo en su lugar no bajaría. O sea, que lo de voluntario es sólo relativamente voluntario. Como el trabajo de casi todos nosotros. Sin embargo, me parece dignísima la profesión de minero. Por tanto no veo que el problema de la prostitución consista en que sea algo voluntario. Al revés. Imagínense a un puta que le toca el euromillón y sigue siendo puta. En realidad, puede que sólo entonces fuera realmente “puta”. Por tanto, no creo que la voluntariedad convierta la prostitución en algo bueno.

Esto nos lleva a otro aspecto del asunto, el de si ser prostituta es un trabajo como otro cualquiera. Creo que Navarra Confidencial lo planteó bien aludiendo a un caso sucedido en Alemania, donde una mujer vio amenazado su subsidio de desempleo al rechazar trabajar como prostituta. Y es que si la prostitución es un trabajo como otro cualquiera y un parado rechaza un trabajo, deja de ser un parado para convertirse en un vago. El argumento aún puede retorcerse un poco más pensando en si alguien a quien el INEM coloca como prostituta (o prostituto) al menos podría elegir el sexo de los clientes. No lo tengo claro, si realmente es un trabajo como cualquier trabajo. Pregúntese usted, en todo caso, si le parecería un trabajo normal para su madre, su novia, su hija, su mujer o su hermana, y si le parecería bien que el INEM la obligara a ella a aceptarlo. Si lo que le parecería un trabajo normal en general, no le parecería un trabajo normal en este supuesto particular, su idea de la prostitución claramente falla en uno de los dos casos. 

Concluyo mi razonamiento con una pequeña reflexión sobre el motivo por el que han sido necesarios los dos párrafos anteriores como introducción. Creo que en la medida en que alguien trivializa la sexualidad, mayores problemas tiene para condenar la prostitución. Fíjense que, quien defiende la prostitución, lo hace afirmando básicamente que es un trabajo como otro cualquiera. Es decir, que ofrecer sexo o lavar coches es en esencia la misma cosa. No sé qué pensarán de esto quienes tienen sexo con estas personas. Pero o a los demás se nos escapa casi toda la emoción que ellos deben sentir al lavar un coche, o creo que a estas personas de algún modo se les escapa casi todo lo que significa el sexo. O al menos casi todo lo importante. Y claro, eso tiene consecuencias. Lo que me devuelve al principio del párrafo pero desde el punto de vista opuesto: a lo mejor la compraventa de sexo sí es esencialmente distinta de cualquier otro trabajo. A lo mejor es un error partir del supuesto de que es lo mismo. Y si partimos de esta otra base, a lo mejor entonces ya encaja todo el artículo.

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Adolfo Pérez-Jacoiste.

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