Leo en el panfleto de izquierdas EL PAÍS, en palabras de la ensayista Olivia Muñoz-Rojas, en relación al auge de la puesta en cuestión del establishment progre-socialdemócrata eurocrático, lo siguiente:
[…] Existe la percepción de que, en un mundo regido por el marketing y la seducción, la Unión Europea carece de una marca cultural e identitaria potente con la que contrarrestar las campañas eurófobas de sus detractores, más exitosos, aparentemente, a la hora de blandir sus respectivas marcas nacionales. ¿Por qué, supuestamente, la UE no ha logrado crear y posicionar su marca con éxito? ¿Hasta qué punto resulta determinante esta potencial debilidad simbólica del proyecto europeo? […]
A priori, tal especulación compartida viene a ser un sinsentido, dado que ya existen símbolos definidos para las instituciones eurocrático-soviéticas: un himno derivado de cierta composición del músico Ludwig van Beethoven y una bandera de fondo azul cuya circunferencia estrellada se toma de la imagen de la Inmaculada Concepción.
Igualmente, por decirlo de alguna manera, hay mucha mentira intencionada, en la que se incurre tanto por vías de omisión intencionada como de tergiversación semántico-conceptual y de esfuerzos para que el entendimiento de uno sea confuso y errático a drede, conforme a lo que sí podría considerarse como certero y real.
Europa ya tiene su identidad
Siendo conscientes de que se quiere confundir la realidad cultural, espiritual, histórica y social que yace sobre un continente geográfico con lo que es un proyecto de unión política al que no pertenecen todos los países del mismo (todo hay que decirlo), hay que decir que ya existe una identidad común.
Hablamos del cristianismo, que no solo es lo que hay en común entre distintas interpretaciones como la católica, la ortodoxa y la protestante, sino una religión que, en base a las enseñanzas de Cristo y los valores inculcados, ha definido saecula saeculorum la esencia social, histórica y política del continente.
Ahora bien, no preocupa tanto como sería adecuado y necesario que ese «nexo» que sí es real sea continuamente negado, a conciencia y con toda intencionalidad, por parte de esas altas esferas que vendrían a ser las élites que rigen la eurocracia bruselense, en connivencia con otras entidades del Nuevo Orden Mundial (NOM) y el mismísimo George Soros.
La ingeniería social, a la orden del día
Del mismo modo que algunos idean conceptos falaces de nación y de historia geopolítica, otros buscan, jugando con el lenguaje y recurriendo a la tergiversación habitual de la prensa, medios educativos (por ejemplo), y la dichosa propaganda institucional, a «sacralizar» la eurocracia y todo su proyecto institucional.
Eslóganes como Europa es el futuro vienen a tratar de inculcarnos que la providencia no es divina, sino terrenal, artificial y burocrática. Cabe recordar que se promueve una visión totalmente nihilista de la realidad europea, a la par que las instituciones europeas no dejan de lanzar nuevos planes de subsidios e ideas que nos complican la vida más aún (regulaciones).
El marxismo busca que la sociedad no tenga fe en un Dios que les hizo libres (y permite vivir en esas condiciones). La fe y la creencia en la familia y otros conceptos avalados por la ley natural son un escollo para quienes pretenden coaccionar más al ciudadano. Por ello también, la esencia cristiana obstáculo para consolidar ese Estado Único Europeo de corte social-comunista y masónico.
No existe eurofobia, sino descontento con una élite
No hay un sentimiento notorio y mayoritario de odio hacia «lo europeo no nacional», hacia «el resto de europeos» ni hacia «el mero hecho de ser europeos» (distinto es que, en base al suicidio cultural, cada vez más personas se hayan apeado de sus raíces históricas, morales y espirituales). Simplemente hay una serie de acciones de la eurocracia con las que no se está conforme.
La apertura de puertas a los llamados «refugiados» (inmigrantes musulmanes) y la inseguridad y amenaza a la libertad que supone la negativa de ese tipo de inmigración a integrarse en las sociedades europeas y respetar los valores cristianos comunes a las mismas han sido el catalizador para el auge de los partidos de la derecha identitaria.
Eso también influyó en el voto de los británicos a favor (mayoritariamente) a desprenderse de los dictámenes de Bruselas, si bien, por regla general, eran escépticos a que la eurocracia ejerciera mayor soberanía sobre estos. A su vez, en general, es algo determinante el hartazgo ante la imperante corrección política de carácter «progre».
La Europa de las Naciones
El concepto de la «Europa de las Naciones» es positivo en la medida en la que, grosso modo, se evita la injerencia constante de los burócratas bruselenses en más de un asunto y, en cierto modo, se respetan identidades nacionales y culturales frente a la pretensión de dilución absoluta y nihilista que evidencian las decisiones de las élites.
A pesar de sus aspectos negativos, que responden a las pretensiones proteccionistas de parte de la derecha identitaria (recuerdo que la eurocracia es enemiga indudable del libre comercio) y a ciertas visiones nacionalistas (adoración de vacuidad conceptual y cierto paganismo), el hecho de suponer cierta fragmentación política es una ventaja al obstaculizar ciertas pretensiones centralizadoras.
En todo caso, una vez dicho esto, ha de quedar claro que la identidad europea se llama cristianismo (hemos de reafirmarnos y a reconciliarnos con la ley natural frente a esos Bienestares de Estado que obstaculizan el florecimiento y la prosperidad de las sociedades). No necesitamos estatismo, sino sociedades fuertes, lo cual solo es viable si los mercados son libres y no negamos nuestros valores.