La gota fría

Tal vez el lector recuerde este suceso, hace ya unos cuantos años, que los medios difundieron: una señora intentó cruzar las vías del tren con un niño en una silleta. La silleta se atascó en las vías; un paseante que lo vio se llegó hasta la vía y desatascó el pequeño vehículo, segundos antes de que el tren pasara. Los protagonistas fueron entrevistados en televisión, el héroe aplaudido y todos tan contentos.

Hay situaciones en la vida en las que la verdad se desnuda y no hay lugar al ego. Tal vez había una prohibición de cruzar la vía, pero aquel jubilado se la saltó. Corría un riesgo, pero aquel jubilado sabía que si actuaba rápido el acto suyo era vital. Los protagonistas políticos de la gota fría de hoy se habrían quedado plantados en el andén, haciendo cálculos políticos sobre qué me conviene hacer y apelando a que “la normativa dice que”. Mientras esto está sucediendo, hace un rato ya que el tren ha pasado.

Como en la pandemia del 2020, en España se representa otro esperpento, ahora sobre la gota fría. Ya desde el mismo nombre segado, para cambiar la naturaleza de las cosas y no hablar de una mortal gota fría, conocida de toda la vida y para la que, aunque con las limitaciones evidentes, un país puede prepararse mejor o peor. Para no hablar de que frente al desvío de las aguas del Júcar en época de Franco, hoy el Levante sufre la derogación del plan hidrológico nacional y el acatamiento ciego a los idearios ecodementes de Europa, demoliendo una presa tras otra. Uno estaba de sobremesa, otro en la India, otros discutiendo si ponían el mensaje en valenciano o no; se desecha la ayuda extranjera, la ayuda voluntaria ha tenido que sustituir a la oficial que no llegaba, el gobierno tarda una semana en reunirse de urgencia, y ni Mazón exigió la presencia del ejército en cuanto empezó a escampar ni Pedro Sánchez mandó movilizarlo como era su obligación. Las noticias sobre la prontitud de las ayudas a países como Marruecos, así como -de nuevo- el negocio de la emigración ilegal amontona fango sobre fango.

Se ha dicho que Sánchez huyó cobardemente de Paipona. Disiento: no tenía más remedio que huir. A la gente de bien le ha faltado tiempo para buscar en garajes, locales, calles, deshacer los montones de coches, llevar ropa y pan y una palabra de aliento, buscar si había alguien vivo atrapado en algún rincón. ¿Pretenderá que le aclamen a quien se atrevió a decir “Si quieren ayuda que la pidan”? Y siempre para más inri, con este socialista que ha recuperado el canto de la Internacional, llama fascistas organizados a esos vecinos que lo han perdido todo y que no aguantaron la rabia de estar gobernados por semejante narciso, cínico e inepto. Sí: al presidente solo le quedaba huir como una rata.

Se han comentado y alabado mucho las imágenes del rey Felipe VI manteniendo el tipo y hablando con algunos vecinos, pero no se ha hecho un análisis más fino, más racional y menos emotivo. En un momento dado en el que los vecinos se quejaban amargamente de la situación el rey se escuda no sin rubor en un “Estamos en democracia” y un vecino le contesta que esto no es una democracia. El gesto de Felipe VI es valiente, sin duda, y significativo es que mande inmediatamente a su guardia personal. Pero no es suficiente. Todo lo que pueda pasar en España desde que el rey firmó la ley de amnistía no puede ser bueno. Y todos los movimientos que Sánchez seguirá haciendo, mientras finge un luto, es controlar más y más los medios, anunciar leyes censoras, pagar a sus voceros y utilizar a las instituciones para salvar su familia pillada in fragranti; y si un juez se atreviera a pedir el suplicatorio para él, el congreso, con todos los socios comunistas, separatistas y filoterroristas que dependen de él y que sin él no son nada NO VAN A PERMITIR QUE SÁNCHEZ SEA IMPUTADO. Y si tiene que manipular las elecciones lo hará, porque para algo están blanqueando a Maduro en Venezuela. Ojalá me equivoque.

En Valencia, sin tiempo de llorar a sus muertos, no hay tiempo para la diplomacia. Con mucha educación le han dicho al rey la verdad: que esta ineptitud ya es insoportable. Y Felipe VI reflejaba el apuro de quien sabe que en el fondo, su interlocutor, tiene razón: esta situación es insostenible.

La muerte ha entrado con un aluvión de fango en nuestras pantallas. El doctor Sánchez apeló al fango como un rey Midas que desea riqueza, y el fango le salpica allá donde pone sus grandes pies. Los cautos pensarán que cuanto más se hunda Sánchez en su propio fango mejor. Pero es que Sánchez no se está hundiendo solo. Después de Rodríguez Zapatero (al colaborador del criminal Maduro no le cabe eso de que cualquiera tiempo pasado fue mejor) Sánchez es el peor personaje que ha alumbrado la política desde la época de los Negrín, Largo Caballero y demás cantantes de la internacional. Felipe VI tendría a la mayor parte del país a sus órdenes si en nombre del artículo 8 disolviera el gobierno y el Tribunal Constitucional (al que deberían procesar), por romper la unidad de España y la igualdad ante la ley, y convocara eleciones. Ha tenido una oportunidad de oro ahora para, en nombre de ese artículo 8 y como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, haber disuelto el gobierno y puesto SU ejército a disposición del pueblo sufriente.

Entiendo perfectamente a quienes no quisieron compartir funeral con la clase política: yo tampoco habría entrado en la catedral de Valencia. En medio de la tragedia de estos días, me consuela que al menos no han conseguido que la gente salga a aplaudir a los balcones.

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