Todos los parlamentarios que votaron a la actual presidenta del Parlamento sabían de su poca preparación para el cargo y de su fatuidad, pero sabían que tenían que dar una pieza importante a Podemos a cambio de conseguir el Gobierno. Todos ganaban. Izquierda Unida, que siempre ha sabido vender bien sus pocos votos, encontró en media docena de nóminas su plato de lentejas. Bildu tocaba poder (y dinero para repartir a su clientela) en ayuntamientos y mancomunidades. Tampoco le importaba mucho que las cosas salieran mal, se mueve bien en aguas turbulentas y el mal funcionamiento de las instituciones navarras quizá pueda llevarnos antes a su anhelada Euskal-Herria independiente. Y la Señora Barcos, encantada. Su ambición no tiene escrúpulos políticos si el apaño le beneficia. Poner a sabiendas a personas no preparadas en cargos públicos es la modalidad de corrupción con la que se inició el cuatripartito. Después, todos han hecho la vista gorda a las desdichadas ocurrencias de la Sra. Aznarez y a la vacuidad de esta legislatura. Pero de esta pieza dependía el Gobierno y mejor mirar hacia otro lado. Pues bien, la inutilidad de la presidenta ha llevado a la mayor crisis institucional de nuestra democracia. Todos los que la pusieron, saben que no debe seguir en el cargo, pero lo siguen consistiendo. Si un Parlamento no cumple su reglamento, ¿qué credibilidad tiene? Ninguna. Bildu, Geroa Bai e Izquierda Unida están alargando los plazos y los días para que no caiga el Gobierno. Corrupción también al final de la legislatura. Es evidente que como dice el refrán “los pescados se pudren siempre por la cabeza”.