No he leído más que un libro de Mario Vargas Llosa, publicado al menos hace veinte años y que no ha tenido el eco de otros: ¿Quién mató a Palomino Molero?, y perdónenme si no iba entre interrogantes o en lugar de Molero era “Moreno”. Vayan al buscador que ahí está todo. Pero no vayan al libro, porque estando el buscador, para qué perder el tiempo.
Esta es la mentalidad de muchos de los españoles alfabetizados. Ahora toca decir que Vargas Llosa es un hombre muy comprometido con el mundo y que se lo merecía hace tiempo. Que puede ser verdad. Pero la lectura en profundidad, la riqueza léxica, la consideración del estudio de la Lengua Española en su calidad de ciencia llevan años de capa caída.
Estamos en un país en que se lee, pero no tanto como fuera deseable. Empecemos por confesar lo que no leemos. A mí, por ejemplo, Quién mató… me pareció una novela floja, más cerebral que inspirada. Los comentarios que he recibido de Vargas Llosa nunca me han animado lo suficiente para leer más. Lo cual tampoco es un criterio de fiar. Estudié en un colegio religioso y tuvo que ser un médico, quien años después de pasar por la universidad me descubrió, leyendo en voz alta, la belleza incomparable del Eclesiastés, en traducción también incomparable de Alonso Schöckel. Me siento en una generación en la que se leyó, pero se confiaba ya poco en los clásicos.
Hablar de libros después de leerlos es un gran placer y un método, aunque trufado de anarquía, para seleccionar. El problema está en que hoy Vargas Llosa tiene que recordarnos que ”la bella lengua española” ha sido en parte la razón de su premio. Lengua que él no habla solamente, sino que ha cultivado con muchas lecturas y un diccionario a mano.
Hoy quisiera unirme al elogio de Vargas Llosa. Tú, lengua española, voz romana, madurada en un cruce de caminos que se ensanchó hasta ser España y un imperio allende los mares; te han criado desde los trovadores reales, juglares de corte hasta los ciegos y cazurros mendicantes. Tu paisaje tiene colores y matices para cualquier estación y no hay día en que no ofrezcas a quien se acerca a ti, como paseante curioso, un fruto de la inteligencia y del corazón. Tu voz suena limpia y literaria en tantos prosistas; en la historia, la filosofía, la zoología… se destila también el alma. Retratada en soberbios diccionarios, deberías acompañar al estudiante como un faro a un barco.
Pero hoy estás amordazada en buena parte de tu país de origen. Tampoco siento que seas el orgullo de muchos. Y en las mismas escuelas han desbancado a muchas de tus grandes voces por cantinelas juveniles de escaso vuelo. Y son pocos los muchachos que aprenden a zambullirse en las cristalinas páginas de un diccionario.
Bienvenido sea este premio literario, al menos si sólo ha servido para que una voz con autoridad nos haya recordado que hablamos la bella lengua española. Hoy más que nunca, cuando la pizarra digital es la ambición de izquierdas y derechas. Hoy es un día de enhorabuena para los que aún se admiran de la bella Lengua Española.