La humanidad a pesar de contar con muchos medios y con un gran desarrollo tecnológico, reacciona con un miedo irracional ante los grandes desastres naturales. Una liberación imprevista de fuerza, en un plis plas, ha conseguido que una gran nación como Japón, se encuentre en una situación muy difícil, al soportar: 1/ un terremoto de 9 grados Risther, y sus numerosas réplicas; 2/ un tsunami de grandes proporciones y 3/ un accidente nuclear de primer orden. Hemos visto la reacción de los japoneses, con una disciplina y una mesura admirables, que nos ha producido sana envida. Un comportamiento así no se improvisa, requiere que se tengan interiorizados unos valores colectivos muy importantes, y que cuando vienen crudas, sacan lo mejor de ellos mismos.
El hombre moderno parece haber olvidado que la vida es muy frágil, y que nuestras sociedades también lo son. Los periodistas pronto giraron su foco, desde los miles de japoneses muertos y desaparecidos, al tema del accidente de las centrales nucleares. Diagnosticaron y titularon dramáticamente, sus peligros. Los europeos, representados por el Comisario de Energía, hemos dado muestras alarmantes de nuestra decadencia, del histérico electoralismo de nuestros dirigentes, que precipitadamente auguran siempre el más lúgubre escenario, incluso de una próxima Apocalipsis. De momento hay varias diferencias entre Chernóbil y Fukushima, la primera es que el grado de contaminación de momento, no es comprable, y la segunda, es que en el accidente de Chernóbil hubo una negligencia clara y en este no se ha producido. De hecho, las instalaciones han resistido más de lo teóricamente planificado.
Ante la realidad de un grave accidente nuclear, se está intentando por todos los medios, refrigerar las vasijas de los reactores, seriamente afectadas, para evitar lo peor. Estamos asistiendo, en vivo y en directo, a una prueba sobre la seguridad de las centrales nucleares ante eventualidades que no eran imaginables, ni por la gravedad del terremoto y ni la fuerza del tsunami, soportados
Sabemos que el peligro cero no existe. Pero cuando se produce un cataclismo, siempre los políticos de turno se ponen en lo peor, sus juicios se alejan de la mesura, no esperan la confirmación de los datos. Se dejan jalear por periodistas poco responsables, que siempre presionan para que se adopten posturas extremas, en consonancia, con las posiciones políticamente correctas. ¡Nosotros no hemos olvidado! el caso de la Gripe A, nos asustaron todos los responsables, los periódicos dieron una información sesgada, gastamos un pastón en vacunas favoreciendo a las farmacéuticas, y después…. ¡no paso nada! Se perdieron millones de vacunas no necesarias, y nadie que yo se sepa, dimitió por ello.
Auspiciados por los eco oportunistas, los políticos han reabierto un debate en caliente, sobre los peligros de la energía nuclear, anunciando más controles y test sobre peligros extraordinarios. Como ha asegurado Claudio Magris, entre nosotros se ha perdido la conciencia del riesgo, vivimos el sueño de poder crear un mundo en el que el peligro sea nulo. Solo los adolescentes, ni siquiera los niños, se creen inmortales. Hasta ahora el hombre adulto siempre ha sido consciente de su fragilidad, pero hoy muchos tienden a olvidarlo, queriendo siempre buscar culpables a los que responsabilizar.
Antes la noticias tardaban años en llegar, ahora las vivimos en vivo y en directo, pero sin demasiada reflexión, incluso con corresponsales que se dejan arrastrar por el miedo escénico. Fukushima, será sin duda un nombre difícil de olvidar, pero no como piensan los actuales hechiceros de la tribu: los ecologistas, los políticos oportunistas, los miedosos de todo pelaje que auguran el enterramiento de la energía nuclear, pintándonos siempre los panoramas más desastrosos.
Por el contrario, nosotros nunca olvidaremos la valentía de los primeros 50 trabajadores de la central, que jugándose la vida en los momentos de mayor incertidumbre, han intentado y conseguido de momento, que no se produzca la fatídica fusión nuclear. Aplaudimos a todos los bomberos y demás trabajadores jubilados que se han presentado voluntarios. Qué dándolo todo, intentan evitar el desastre para todos los demás, aun a costa de su propio bienestar.
Para los que somos creyentes, la Apocalipsis no incita al miedo, sino a la esperanza. Suceda lo que suceda, la última palabra sobre la vida del hombre la tiene Dios, y no las fuerzas de la naturaleza o los poderes de cada momento. Esta perspectiva permite afrontar los duros trabajos en torno a la central nuclear de Fukushima con serenidad y rigor, lo mismo que permite afrontar con seguridad y alegría los desafíos de cada circunstancia personal y social.
Un comentario
Hola Ricardo,
He leído tu artículo, que me ha encantado.
Saludos, Antonio.