Nos encontramos a menos de una semana del aniversario de la última fase de ofensiva contra la integridad de Israel y la seguridad de quienes libremente habitan en sus territorios. Queda menos tiempo para llegar al 7 de octubre. Desde el entorno de la Franja de Gaza, se emprendió una ofensiva humana y armamentística que afectó drásticamente a varios kibutz del Sur de Israel así como a muchos de los oyentes del festival Supernova, que fueron secuestrados y/o asesinados allí.
No ha habido ningún momento en el que el responsable de este grupo, la plataforma terrorista e islamista Hamás haya manifestado interés en establecer una tregua lo más indefinida posible. Los ataques han trascendido las proximidades del territorio gazatí (en cierta medida, se han lanzado cohetes sobre Tel Aviv, uno de los puntos más estrategicos, en lo económico y lo social, de lo que supone la existencia del Estado de Israel).
Es cierto, aún así, que las Fuerzas de Defensa de Israel han conseguido debilitar, en cierta medida, al grupo terrorista Hamás, por cuanto y en tanto, el pasado mes de julio, se derrotó a Ismail Haniya, que era presidente del Buró Político de la entidad. Este había asistido a la toma de posesión del nuevo presidente de Irán, un Estado cuyo régimen ayatolá se ha convertido en una figura de apoyo clave para estas ofensivas antioccidentales.
Lo mismo ocurre en el Líbano. Un territorio otrora cristianizado ve cómo el porcentaje de cristianos se desploma considerablemente. Cada vez es mayor la influencia de un grupo terrorista conocido como Hezbolá, con el apoyo del régimen ayatolá. Este grupo amenaza a Israel, centrándose en las zonas más septentrionales, con las que se comparte frontera. Eso sí, se le ha roto un eslabón importante pues, tras lo acontecido con Nasrallah, todo su comando militar estaría siendo inexistente en cierto modo.
Todo esto es una desgracia. La paz en Oriente Medio está siendo seria y gravemente vulnerada. Incluso muchos palestinos y libaneses de buena fe sufren diariamente la consecuencia de la opresión preponderante de estos grupos terroristas de corte islamista. Huelga decir que los segmentos cristianos sufren la persecución cristianófoba habitual y que en estos países islámicos, las mujeres tampoco tienen libertad.
Eso sí, se están poniendo en evidencia dos cosas. La primera es un recordatorio del peligro que supone para la paz y la apertura de la sociedad (bienentendida) el avance del islamismo. Israel es el único territorio de Oriente Medio donde se respetan, en mayor medida, los derechos naturales del individuo. Hay libertad de expresión, de culto, de empresa y de pensamiento. Además, se cumple con el principio de isonomía legal de trato. Existe, igualmente, una considerable seguridad jurídica.
El Occidente con mayores tasas de inmigración musulmana está siendo testigo de varias cosas, más allá de una mayor probabilidad de un atentado terrorista. El narcotráfico, los hurtos, las ocupaciones ilegales y los ataques a la integridad sexual se convierten en la norma de muchos lugares de Europa Occidental. Hablamos de ciudades como Rotterdam, Amberes, Londres, París, Niza, Manchester, Hamburgo, Berlín, Barcelona y Bilbao.
Pero es que, por otro lado, se está dejando en mayor evidencia de la ya existente la catadura moral de la izquierda y de otras cédulas del wokismo imperante. Recientemente, se les ha visto llorar por las derrotas de Hezbolá en sus redes sociales, mientras que no tienen la más mínima compasión por los presos políticos de los regímenes comunistas así como por aquellos que, debido a sus políticas, pueden tener problemas de salud o de supervivencia.
Hay quienes intentan aparentar una postura totalmente equidistante, pero al final, el sesgo es inevitablemente descubierto. Cuando hay algún problema que afecta al Estado de Israel, tratan de eludirlo, como ocurre ante los múltiples escenarios de cristianofobia, no solo debidos al islamismo, sino también al socialismo y el secularismo, en muchos de estos países de Occidente. Tampoco cuestionan los dictados de la Organización de las Naciones Unidas, comandada por los enemigos del mundo libre.
Ellos, al buscar el aplauso de Hamás y, ahora de Hezbolá, han contribuido a la alimentación del antisemitismo en Europa, en Estados Unidos, en Canadá y en Australia. No hay que atribuir todo a la minoría de neonazis y otra clase de representantes de la llamada «fenomenología turuleca». Y ya de por sí, ese odio contra los judíos se dispara por cuanto y en tanto hay alto riesgo de islamización (es el caso de países como Reino Unido, Francia, Alemania y España).
Recuérdese que países como Hungría, Polonia, Croacia y Lituania son, hoy en día, opciones más seguras para los hebreos y otros judíos. Eso sí, tampoco hay que olvidar que las «inclusivas ideas» que copan la Academia también son corresponsables del antisemitismo (sí, del mismo modo que se dedican a soltar otras proclamas en favor del eco-socialismo, la ideología de género, el igualitarismo extremo y el intervencionismo económico).
Podríamos decir, para terminar, que la llantina woke es muy contradictoria, pues ni Hezbolá ni Hamás están a favor de garantizar la dignidad de las personas homosexuales así como tampoco la libertad de las mujeres. Pero, una vez más, nos recuerdan que lo que más les importa es establecer tantas alianzas como les sea posible para destruir el Occidente judeocristiano, garante de desarrollo moral, social, cultural, intelectual y económico.