Si a las generaciones más jóvenes de Pamplona se les cuenta que en nuestra ciudad una persona fue asesinada en el mercado de mayoristas y, aunque era conocida y cliente habitual, su cuerpo permaneció durante hora y media en el suelo, tapado con una manta, mientras continuaban trabajando a su alrededor como si nada hubiese sucedido, sin que se oyera un grito, un lamento o sin hacer un simple gesto de lamento, ni siquiera de conmiseración al pasar al lado del cadáver, no se lo creen. Si se les dice que ese mismo día otras dos personas cayeron abatidas por la explosión de un coche bomba colocado cerca de un Colegio Público, donde había niños, y el Ayuntamiento no reaccionó y no convocó ni un pleno extraordinario, ni una concentración silenciosa, ni tan siquiera, días después, se digno aprobar una simple moción de condena presentada por la oposición, no salen de su asombro. Si se les dice que ese mismo Ayuntamiento, estando reunido en sesión plenaria, se vio sorprendido por la detonación de una bomba trampa que muy cerca de allí segó la vida de un niño de 14 años y de un policía nacional y, conociendo el trágico balance del atentado, continuó impasible con el debate del orden del día, finalizó la sesión sin condenarlo y, después, los corporativos se negaron a suspender una cena que tenían organizada para celebrar un aniversario porque, dijeron, “la vida tiene que seguir”, y se fueron a un restaurante, se llenan de perplejidad y creen que les estamos hablando de tiempos remotos, al menos de la época de la República o de la Guerra Civil. Si se les dice que esto sucedía hace tan sólo 25 años su incredulidad no la pueden disimular.
Ellos no saben que eran los tiempos en los que la sociedad española en general y la pamplonesa en particular vivían atemorizadas y no reaccionaban ante ETA. Los tiempos en los que si un terrorista caía en un enfrentamiento con la policía, inmediatamente se producía la glorificación del muerto, las llamadas a la conciencia universal, a los paros, a los desfiles, a las pancartas injuriosas contra las fuerzas de orden, los lutos, las lágrimas y hasta algunas homilías. Que eran los tiempos en los que había un miedo cerval a exteriorizar un simple sentimiento de piedad hacia las víctimas de ETA y el dolor se quedaba reservado para las esposas, hijos, madres y para un grupo reducido de amigos. Los tiempos en los que en el Ayuntamiento de Pamplona se alardeaba de que la “mayoría natural” estaba formada por PSOE y Herri Batasuna (brazo político de ETA), por lo que las mociones de condena de los atentados que presentábamos los concejales de la oposición sistemáticamente eran rechazadas por las rechazaban con el apoyo del PNV, como sucedió ahora hace 25 años, en mayo de 1985, cuando kilo y medio de «goma 2» ensangrentaron la pamplonesa calle Monasterio de Fitero y amputaron las piernas y un brazo del teniente de la Policía Nacional don José María Izquierdo. Entonces, el Pleno municipal fue tan mezquino que ni condenó el atentado, ni tan siquiera felicitó a un sargento de la Policía Municipal que, en un alarde de eficacia y con tres cinturones de otros tantos viandantes, consiguió cortarle en gran medida el flujo de sangre, con lo que le salvó la vida.
El teniente Izquierdo, como todas las víctimas del terrorismo, estuvo por encima de las circunstancias y tan sólo tres días después de su atentado, hablando de sus verdugos, dijo: “ni les guardo rencor, ni odio, ni siquiera deseo verlos en mi situación”, al tiempo que añadió que “si lo que quieren es eliminarnos o que nos marchemos de aquí, no lo van a conseguir, me voy a recuperar y nos vamos a quedar a vivir en Pamplona”.
Dicho y hecho. Desde entonces han transcurrido 25 años que han tenido que ser durísimos para José María Izquierdo, su mujer y sus hijas, que vieron como se truncaba una familia el 7 de mayo de 1985. A lo largo de todo este tiempo, guardando en su interior el dolor y el sufrimiento, se les ha visto por las calles de Pamplona sin ningún gesto de rencor. Tampoco han pretendido el más mínimo protagonismo ni han caído en la tentación de convertirse en víctimas mediáticas del terrorismo, como otros lo han hecho, para lo que tenían méritos sobrados. Por el contrario, la familia Izquierdo ha vivido durante todo este tiempo en el anonimato sin pretender ni buscar cargos o prebendas por su atentado.
Estamos en 2010 y, afortunadamente, la sociedad pamplonesa ha cambiado, y mucho, durante todos estos años. Por eso ha llegado el momento de que nuestro Ayuntamiento salde la deuda que tiene pendiente con todas las víctimas del terrorismo que en nuestra ciudad se cometieron durante todos esos años y en su momento no quiso condenar. Este mes de mayo, cuando se cumplen los 25 años del atentado del teniente Izquierdo y del asesinato del niño Alfredo Aguirre y del policía nacional Francisco Miguel Sánchez, debe ser el momento en el que se haga justicia con todos ellos. Se lo merecen.
2 respuestas
Buena idea, señor Palacios. Quedamos a la espera de que la conejala de su partido en el ayuntamiento de Pamplona presente alguna iniciativa al respecto.
Es chocante comprobar como el principal periódico navarro, al mismo tiempo que dedica una gran espacio en estos últimos días a recordar lo sucedido hace 25 años, nada dice del comportamiento mezquino del Alcalde Balduz y sus compañeros socialistas en pacto municipal con los Batasunos. Ahora, 25 años después, la señora Esporrin debiera pedir perdón (Tan exigentes ellos con los errores del franquismo) y encabezar una moción municipal de condena de aquellos actos y de reconocimiento a las víctimas