Vamos a tener comicios o elecciones y, aunque de todo hay en la viña del Señor, es de esperar que por parte de algunos el populismo vaya a campar a sus anchas. A pesar de su pobreza doctrinal esta doctrina política lleva siglo y medio de vida alardeando de ser vía ideal hacia el cambio y el progreso. No llega a entenderse bien el porqué, pero sea de extrema izquierda o de extrema derecha siempre encuentra eco en determinadas áreas sociales. Probablemente se deba a que invariablemente la capitanea un jefe que es maestro en una demagogia de amplio espectro: abnegación por el pueblo, reclamo de transparencia, denuncia de un pretendido maniqueísmo social por el sometimiento a una clase política que debe ser abolida, hostigamiento sin empacho del pluralismo social, religioso o ideológico como algo perverso… Es curioso haya gente que acepta semejante discurso, pero se explica porque los populistas utilizan espléndidamente los medios que la democracia, de la que íntimamente reniegan, pone a su disposición. Lo malo es que a veces los populistas terminan haciéndose con el poder. Ahí están Hitler y Mussolini, que fueron democráticamente elegidos y no tardaron en desvelar sus verdaderas intenciones.
Guy Hermet, autor de la colosal obra “Les populismes dans le monde. Une histoire sociologique des siécles XIXe y XXe”, distingue entre “populismos fundadores” y “populismos estabilizados”. Entre los primeros menciona los “narodniki” del imperio ruso, que creyeron ver en el campesinado de los años 1840 a 1880 una clase revolucionaria llamada a derrocar la monarquía, y el “People’s Party” (“populismo rural”) de la América profunda que apareció en la década de 1890. Tales populismos, dice Hermet, fueron “una manifestación histórica, incipientemente representativa, de las diferentes expresiones con que este fenómeno se ha mostrado después”. Ese “después” llega a nuestros días y se refiere a los segundos, refiriendo las experiencias políticas llevadas a cabo en Hispanoamérica con Getulio Vargas en Brasil, Lázaro Cárdenas en México y Juan Domingo Perón en Argentina, para añadir que tienen áspera confirmación en la Venezuela de Hugo Chávez, la Colombia de Álvaro Uribe, el Ecuador de Rafael Correa o la Bolivia de Evo Morales. Da cuenta también de otros populismos que, con luz propia, aparecieron por Europa central y Rusia, y que aún siguen vivos. A vía de ejemplo, subraya los populismos antifiscales escandinavos, los nacionalismos de Le Pen y Haider (Francia), de Blocher (Suiza), el de los republicanos alemanes, el de los secesionistas de la Liga del Norte y la Alianza Nacional (Italia), el de Vlaams Blok (Holanda) y el mediático de Berlusconi.
Hoy el populismo campa a sus anchas por el campo de lo “técnico-electrónico” -es decir, las redes sociales- y explota con gran desenvoltura espacios en la prensa, la radio y la televisión. Gracias a eso el líder (o cualquiera de sus edecanes) se luce con gran efectividad, habla, dice, critica y anuncia recetas políticas que da a entender tienen efecto curativo instantáneo. Miente, y hasta insulta, pero no importa. Su propósito es silenciar las restricciones que alcanzado el poder fuerzan a una eficaz y eficiente gestión de la economía, así como la intercionalidad y complejidad de unos hechos que en este mundo globalizado afectan irremediablemente a todos. Esto le lleva a no reconocer adversarios sino enemigos. En verdad, es desconcertante que en sociedades donde hay un aceptable o buen vivir tenga el populismo tal éxito como para haber logrado asentar el descontento y la indignación en las clases sociales bajas, en las medias y en delimitados sectores de las altas. Cabe sospechar que en España esto es fruto del desastre educativo que padecemos y la nula formación en humanidades con que durante años se ha obsequiado a los jóvenes, sumiéndolos así en una temible incultura. Junto a esta realidad hay que añadir, naturalmente, los efectos de la crisis económica. Sea como sea, se comprende que un buen puñado de ellos opte equivocadamente por la peor de las soluciones posibles.
Daniele Albertazzi y Duncan McDonnell (profesores de la Universidad de Birminghan) definieron el populismo como “ideología que persigue oponer el pueblo virtuoso y homogéneo a un conjunto de “elites” y demás grupos de intereses particulares existente en la sociedad, acusándoles de privar (o intentar privar) al pueblo soberano de sus derechos, bienes, identidad y libertad de expresión”. Bien, habrá que estar alerta. Ya verán como una buena parte de la mediocre clase política que padecemos se dedica a exacerbar las frustraciones personales, alentar la indignación, prometer lo imposible, fomentar la división y crear la confusión. Se trata de alcanzar el poder, aunque sea atentando contra el sentido común y el verdadero instinto humano de los votantes.
“Habemus comitium”, pero no olvidemos que el populismo está dando importantes pasos por toda Europa. Afortunadamente, hasta el 26 de junio hay tiempo para pensar.
Un comentario
Muy Sr. mío:
Perdone que le diga que en las actuales circunstancias de males extremos y hasta hace poco impensables, tanta erudición me abruma.
Como a otro contertulio le he indicado, NO PODEMOS PONER TRONOS A LAS PREMISAS Y CADALSOS A LAS CONSECUENCIAS. Se han hecho cosas muy mal, y en Navarra y España las malas consecuencias lógicas se agudizan a pasos agigantados.
Era impensable hace unos años llegar a dónde hemos llegado. Tiene sus responsables.
R. de A.