¿Gobierno de progreso?

 

Hay políticos que al hablar de progreso casi levitan en plena disertación. Confieso que, cuando escucho ese tipo de soflamas, me echo a temblar. En su versión política la bandera del progreso la levantó la izquierda y al referirse a ella suele caer en el ilapso Sin embargo, todos los discursos y soflamas sobre el progreso son una libre versión del popular timo conocido como “tocomocho”.

El procedimiento para perpetrar ese engaño sólo se diferencia en quien actúa como gancho. Entre los profesionales del timo el estafador actúa como si fuera medio lelo y entre los políticos quien actúa lo hace de manera locuaz, con florida y torrencial palabrería, per ambos ofrecen prosperidad, bienestar y fortuna. Captada la atención entran en juego los compinches (correligionarios del partido, periodistas afines y medios de comunicación entregados a jalear el atraco) cumpliendo a la perfección el papel de sagaces animadores del timo. La operación se remata cuando los ciudadanos ―muchos o pocos, que eso depende de la eficacia de los compinches y el tiempo dedicado a bombardear desde los medios de comunicación― votan al flamante timador. Pasada la elección los estafados se quedan con la boca abierta. Abren el sobre y se enteran de que “del dicho al hecho, hay un trecho”. Ven que lo prometido es un montón de recortes de papel hechos de burda ideología, nepotismo, absolutismo partidista, subida de impuestos, recortes sociales… Muchos de los embaucados caen en el desencanto, la indignación y un acentuado cabreo. Evidencian que se han metido en una situación de un retroceso económico y social que los artistas del “tocomocho” sólo saben negar con cantos de sirena.

Si se cae en semejante trampa es porque hay palabras especialmente aptas y eficaces para encandilar y captar la atención. Una de ellas es “progreso”. Proviene del latín progressus (“adelantamiento”, “aprovechamiento”) y no suele repararse en que sólo tiene perfecto acomodo en el mundo de la ciencia y de la técnica, porque una y otra avanzan sobre bases sólidas y empíricas. De la mano de la filosofía moderna se la metió con calzador en el mundo del hombre y la cultura para sugerir algo tan poco sólido y empírico como los cambios políticos e institucionales. Lo malo es que siempre se impone la realidad y, ante la carencia de medios suficientes para hacer viable lo prometido, se acaba aumentando el gasto, recurriendo al crédito y sacudiendo la fiscalidad (¡que paguen los ricos!), amén de echar mano de las más pintorescas recetas.

Aplicar la palabra progreso fuera del contexto científico y técnico no trae más que problemas. Hombres y culturas están uncidos al yugo de significativas diferencias porque los valores son relativos y varían tanto en el tiempo como en el espacio. El progreso prometido, aun poniendo la mejor buena voluntad, queda inevitablemente en los límites de lo etéreo y desgraciadamente toca de lleno a lo social, económico y personal que circunda la vida humana. ¿Se ha reparado alguna vez en que las correlaciones entre riqueza y bienestar de los individuos son muy fuertes en los países pobres y casi nulas en los países ricos? Dicho en la jerga que tanto nos gusta a los economistas: la utilidad marginal del dinero es mucha cuando se tiene poco y mínima cuando se tiene mucho. Difícilmente se pondrán de acuerdo ricos y pobres en catalogar como progreso una mejora, por importante que sea. Las cuestiones políticas y económicas no incrementan el desarrollo individual tanto como la consecución de un buen nivel intelectual, afectivo, estético, lúdico y espiritual.

Gustará o no, pero el sentimiento religioso es lo único que evita funestas roturas en la convivencia y la concordia social. Hasta las filosofías orientales (como, por ejemplo, el budismo) recomiendan e instruyen acerca del desapego de las cosas de este mundo. Miremos a Oriente u Occidente el sentido religioso es lo único que por insuflar fortaleza moral ayuda a la cohesión y el bienestar social. Pueden mejorarse las necesidades materiales, pero sólo la trascendencia metafísica del ser humano puede aumentar el bienestar de las personas. Arremeter contra el sentimiento religioso es lo que más pone en solfa la cohesión social. Hay políticos que, junto a ciertos periodistas y creadores de opinión adscritos a determinadas ideologías, son incapaces de reconocer que la enseñanza de la Iglesia Católica deposita en el interior del hombre valores tan decisivos, importantes y necesarios, como respeto a las leyes e instituciones, esfuerzo en el trabajo, tolerancia, sentido de la justicia… ¿No es esto lo que da mejor respuesta al verdadero progreso?

Gourmont, novelista y escritor francés muerto en 1915, dijo: “El progreso cuenta por civilizaciones como nosotros contamos por años y querer reducirlo a una, dos o tres legislaturas, es empequeñecerlo al nivel de nuestra menguada y decadente talla”. Algunos deberían tomar nota.

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