Los nacionalistas vascos se vuelven locos de contentos cada vez que encuentran algún elogio para nuestros Fueros formulado por algún santón de la ilustración y del liberalismo. Hace unos días el Alcalde de Bilbao ha inaugurado en la Gran Vía, junto al edificio de la Diputación, un busto dedicado a John Adams, uno de los padres de la Constitución norteamericana y segundo presidente de su País.
John Adams visitó Bilbao y escribió unas frases elogiosas sobre los vizcaínos que habían conservado sus antiguas leyes y lengua. Las frases han sido reproducidas en vascuence, inglés y español en el pedestal del busto.
El colaborador de “El Correo Español” J. M. Ruiz Soroa, varón de vasta cultura, admirador de la ilustración y del liberalismo, ha publicado un artículo, ampliando información sobre lo que en realidad escribió dicho señor, dando a conocer al público de hoy lo que se callan los nacionalistas. Según Ruiz Soroa, Adams advirtió a sus conciudadanos contra la experiencia de los sucedido en el gobierno de Vizcaya que era”bajo la apariencia de una democracia liberal, una reducida aristocracia” Seguimos copiando a Ruiz Soroa:
¿Qué ha sucedido en Vizcaya según Adams? Que ese teórico “pueblo” que elige a sus diputados y junteros ha ido admitiendo por ley que sólo pueden ser electos unos pocos: los de familia noble, sin mácula de sangre manchada, que no hayan ejercido nunca “oficios mecánicos” o el comercio, y que posean “millares”
Sigue citando a varios autores para decirnos que el porcentaje de vizcaínos con hidalguía reconocida era el 50%, y de ellos sólo la centésima parte reunía la propiedad y “millares” necesarios para ser elector y elegido.
Todo ello es verdad y avala el sentido común con que los vizcaínos, en tiempos anteriores a la Revolución Francesa, entendían la participación de la comunidad en la política.
El pueblo había ido admitiendo esas limitaciones a ser elegido o elector. Por algo las había ido admitiendo. Con esas limitaciones se evitaba el absurdo a que nos ha llevado el sufragio universal. Hoy votan todos, hasta los que no saben por qué votan (la inmensa mayoría) y eligen a desconocidos. Puestos en lo que se manejan importantes caudales, son gestionados por desarrapados que nunca han visto cinco euros juntos.
El pueblo tenía especial cuidado por evitar que a los cargos accediesen personas interesadas en sacar un beneficio de los mismos. Los mismos procesos de insaculación tenían por fin dejar a la suerte la designación de la persona, entre las varias que se consideraban aptas para ello. Así evitaban los pactos previos y los compromisos de buscar apoyos a cambio de posteriores tratos de favor.
Se buscaban personas aptas para gobernar. Con preparación para entender los negocios públicos. El hecho de que se les exigiera una fortuna tenía dos fines, por un lado suponía que estaban liberados de los afanes de lograr el pan de cada día y podían dedicar su tiempo al desempeño del cargo. También que si ya tenían bienes no iban a mancillar su buen nombre y el de su familia por “meter mano en la caja”.
A este respecto recuerdo los comentarios de un tío mío que había sido concejal en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera. Era republicano acérrimo, lo cual no obstaba para que nos trasmitiese sus experiencias: “en los cargos públicos hay que poner al que ya tiene, para que no se sienta tentado a robar”.
Don Domingo Martínez de Aragón y Urbiztondo fue el último Diputado General de Álava. Dimitió del cargo por no aceptar la supresión total de los Fueros. Su biznieto me dice que “mientras ejercía los cargos políticos, tenía descuidada la administración de sus bienes”. Esos eran los hombres (aunque fueran liberales) que ejercían los cargos en el periodo foral. No es extraño que el pueblo fuera admitiendo para acceder a los cargos unas limitaciones que suponían una selección.
Hoy nos parecen absurdas tales limitaciones. Y no nos parece absurdo vivir en un régimen político en que, como consecuencia de que cualquiera puede ser elegido, los casos de clara corrupción y los escandalosos sueldos que se asignan los políticos son el pan de cada día.
En los hombres de la ilustración y del liberalismo, domina el idealismo más absoluto con las consecuencias que todos vemos. Aquellos hombres de la tradición, de la foralidad, evitaban, con el sentido común y la experiencia, que la razón se extraviase y les llevase a soluciones inadmisibles.
Aunque nuestra sociedad foral no era democrática, era justa, o intentaba serlo. El pueblo aceptaba no ser elegido para unos cargos que no se sentía capacitado para desempeñar. Prefería que lo hicieran otros más preparados, lo que redundaría en bien de todos.
Son los nacionalistas vascos los que pretenden hacernos creer que nuestras leyes justas (gure lege zuzenak) eran democráticas al estilo de hoy. Con ello demuestran su ignorancia. Como resalta Ruiz Soroa al principio de su artículo:
Lo demostraba hace unos días Iñigo Urkullu al calificar de demócrata a Sabino Arana, algo que solo puede afirmarse si no se ha leído en absoluto a quien calificó la Revolución francesa como el más desgraciado suceso de la historia europea.
Y es que Sabino, en esto, tenía razón. Los que no saben por dónde se andan son sus actuales seguidores.
Un comentario
Cuernos.
Recuernos,
Increíble.
Es que lo leo una vez, y otra, y otra, y no me lo creo.
Ni el más ferviente antiforalista habría retratado mejor el pensamiento premoderno, que late tras esta ideología, que yo creía felizmente fenecida y sepultada.
O sea que «El pueblo aceptaba no ser elegido para unos cargos que no se sentía capacitado para desempeñar. »
¿Lo aceptaba? Ah bueno, claro. El que no lo aceptaba, era un liberal malnacido, ateo y masón, y ya podía correr. Porque como le cogieran aquellos prudentes tradicionalistas, defensores del statu q.. digo, la foralidad, les iban a dar «experiencia» pal pelo.
¿Puede decirse algo así y quedarse uno tan tranquilo, sin que le piten los oídos?
Parece que sí. Pero mejor no pensarlo no sea que la razón me extravíe.
En qué estaré yo pensando…