Ayer, día 3 de marzo, los estonios fueron citados a las urnas para determinar cuál sería la composición del parlamento nacional en la próxima legislatura. Como ocurre en España, de la nueva composición del mismo dependerá el sentido de la investidura del nuevo Primer Ministro de esta república báltica (en este caso, también depende de las decisiones de los bloques parlamentarios, que no del criterio individual que pudiera tener cada representante).
Actualmente, gobierna Jüri Ratas, del Partido del Centro, una formación de centro-izquierda y prorrusa (cabe destacar que una proporción muy considerable de sus votantes resulta de la población rusoparlante: muchos estonios descienden de rusos que en buena parte formaron parte de esa «ocupación soviética por vías migratorias» que sufrieron los países bálticos), tras una moción de censura contra Taavi Roivas, del Partido Reformista (también miembro de ALDE).
Esta moción resultó de discrepancias en materia económica (el anterior dirigente prefería que la presión fiscal fuera mayor sobre el consumo que sobre la renta, es decir, cuanto más indirecta sea), respecto a lo cual cabe recordar que Estonia, aunque siga siendo la segunda economía menos restringida de la Unión Europea (UE), ha caído, según The Heritage Foundation hasta la 15ª posición global.
Cabe recordar que gracias a un plan anticrisis de corte orientado a la reducción del Estado, la crisis económica se pudo sortear con mucho más éxito y facilidad que en España y Portugal (igual que se logró despegar tras la sumisión al yugo del comunismo gracias a las medidas liberalizadoras que aplicara el ex ministro de Economía Mart Laar). Pero bueno, no nos vamos a centrar en ello, sino en claves más electorales.
La economía no parece haber sido, sin embargo, el asunto más determinante de la campaña electoral. En cambio, parece que el voto de desconfianza en el establishment progre-socialdemócrata bruselense también se ha emitido ahí, aparte de haberse incrementado las preocupaciones en el tema migratorio (no hay tanta inseguridad ni riesgo de islamización como en Francia y Suecia, pero se suscribió el polémico acuerdo sobre inmigración impuesto por la marxista ONU).
La derecha identitaria, arrasa como tercera fuerza
El Partido Reformista (no tan socialdemócrata como socios entre los cuales figuraría C’s) ha vuelto a ser el más votado, obteniendo cuatro escaños más que en 2015 (aunque tan solo un incremento de 1’1 puntos) mientras que el que lidera el actual gobierno ha perdido un escaño y casi dos puntos. Sus socios de gobierno del Partido Socialdemócrata y de Pro Patria (formación perteneciente al Partido Popular Europeo) pierden, respectivamente, 5 y dos escaños.
En cambio, el Partido Popular Conservador (EKRE), una formación socialmente conservadora, euroescéptica y nacionalista (incluso en materia económica, en la cual no aboga por una estricta y pura libertad del mercado y una sociedad civil más fuerte) ha sido el verdadero ganador. Con doce escaños y casi diez puntos más, se ha pasado de ser quinta a tercera fuerza política, representada por unos 19 parlamentarios.
De hecho, cabe destacar que este partido ha ganado en dos distritos electorales del sur: el Parnu y el que engloba a los condados de Voru, Valga y Polva. En la mayoría de los demás ha ganado el partido más votado (en todos estos, prácticamente, EKRE ha quedado segundo) mientras que los del Partido del Centro solo han ganado en dos distritos de Tallin y el condado de Ida-Virumaa, zonas con bastante población rusoparlante.
¿Habrá cambio político?
Como ha ocurrido en más de un parlamento europeo (por ejemplo, en Alemania y Países Bajos), se da la situación en la que un partido anti-establishment de derecha identitaria se enfrenta a todo lo demás. En este caso, al menos, en cuanto a formación de gobierno, habrá, en principio, «cordón sanitario». Los reformistas ya han anunciado que los socialdemócratas y los centro-derechistas de Pro Patria serán socios preferentes.
Así pues, lo más probable es una coalición pro-establishment formada por estos tres partidos y liderada por Kersti Kaljulaid, quien sería la primera mujer en asumir el cargo de Primer Ministro en esta república báltica. Pero como ocurrió en Alemania con la entrada de AfD, no son pocos los estonios que apuestan por darle un buen toque de atención a la eurocracia bruselense.
Cierto es que la política económica de esta formación es más colectivista que partidaria del laissez faire, así como que no pocos estonios prefieren seguir en la UE por temor a amenazas expansionistas de la Rusia de Vladimir Putin. Pero el hartazgo ante la corrección política, los ataques a la soberanía nacional y el temor a una invasión migratoria (en la muy atea Estonia pesaría más el concepto de identidad nacional que el religioso, al contrario que en Polonia) es evidente.
Por lo tanto, pase lo que pase, nada tendrían que celebrar las hordas progres que copan las instituciones eurocráticas y dominan lo que se considera como el mainstream a escala internacional. De hecho, cabe recordar, a pesar del ateísmo sociológico, que la terrible experiencia comunista dio lugar a que los estonios sean parte de esos europeos occidentales con mayor conciencia de la amenaza globalista y culturalmente marxista.