Está en nuestras manos


De aquí a un año, elecciones autonómicas y municipales. El lapso de tiempo que precede a toda cita electoral es un momento ideal para recapacitar con calma sobre los resultados de la gestión moral, social y económica de los actuales dirigentes, calibrar las dificultades que acechan por el horizonte y debatir las vías para mejorar en el futuro. Basta con tener sentido común y darse cuenta de que este es el momento para invitar seriamente a la reflexión y, lo que es más importante,  dar un definitivo toque de atención a las “diferentes marcas comerciales” del Partido Socialista en España porque debe reconocerse y apreciarse con toda sinceridad que, si vuelve a entrar en razón, es un partido absolutamente necesario para la democracia española. Los verdaderos socialistas, que “haberlos háylos” y muchos más de los que parece a simple vista, deben plantarse, decir “hasta aquí hemos llegado” y sacudirse el férreo yugo que desde hace seis años les ha impuesto un grupo de impresentables sectarios que, ignorantes de las calamidades de la desastrosa II República, han cosechado los amargos frutos de una brutal desconfianza generada por su manifiesta incapacidad para gobernar. Están a punto de llevar a España al borde del desastre, al tiempo que al Partido Socialista a la consolidación de un descrédito sin precedentes y su casi práctica demolición. Sólo un ciego incondicional y fanático puede negar tal evidencia.

Estamos inmersos en un cúmulo de situaciones tan graves como cruciales: una enorme incredulidad alimentada por la doble inseguridad económica y física, la eclosión de una corrupción generalizada a todos los niveles, un progresivo aumento de delitos y violencias físicas recogido con absoluta frialdad en los informes de la Fiscalía General del Estado, una pavorosa quiebra de los más elementales valores morales, un espantoso e interesado fracaso escolar que facilita hornadas y hornadas de gente ágrafa, inculta y dócil para seguir al pastor que enseñe el más vistoso escardillo, la ruina y voladura controlada de la institución familiar, el agresivo y cutre laicismo de nuevo cuño que babea contra la Iglesia Católica con artera saña… Todo ello cocido en el seno de una sociedad entregada al subsidio estatal, la negación del esfuerzo y la carencia de voluntad, porque se ha asentado en el individuo la equívoca idea de que los poderes públicos velarán ad aeternum por sus necesidades y mantendrán ese enteléquico “estado de bienestar” que ya se ha demostrado con toda claridad que no es financiable.

La única salida a todo esto se halla en el pleno ejercicio de la libertad sin detrimento de las responsabilidades, tomando conciencia de que el bienestar sólo es posible a nivel personal, trabando decisiones personales y cultivando personalmente la ética de la verdad. Este es el momento ideal para analizar con el debido detenimiento lo que nos han procurado las diferentes formaciones políticas, valorar seriamente los resultados logrados en la escuela, la formación, la sanidad, las cuentas públicas, el debido respeto a las creencias religiosas, la deferente consideración a la historia y la cultura, la demostrada capacidad o incapacidad para gestionar, la honrada decisión para mantener en sus justos límites el ejercicio de la autoridad…

Navarra y España, como escribió Julián Marías, están en nuestras manos.


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