Ciertamente no es la primera vez que escribo sobre Ernesto Guevara de la Serna, quien se ha vuelto un tema de estudio recurrente para mí en el último tiempo, y tampoco es la primera vez que escribo sobre Alexis de Tocqueville, habiéndolo previamente comparado con Juan Donoso Cortés en sus distintas perspectivas y transiciones desde el liberalismo a doctrinas políticas más concisas, el conservadurismo y el tradicionalismo.
Pero en estos últimos meses, y haciendo contraste con mi propia experiencia en Polonia como un viajero, estudiante y observador de la realidad política en un país extranjero, me he percatado que Tocqueville y el Che pertenecen, a una misma categoría, dentro de sus muchas y notables diferencias: aquella del intelectual y político errante, cuya obra principal fue directamente inspirada en sus viajes.
De Tocqueville, la referencia es más que obvia: De la Démocratie en Amérique, o Democracia en América, como también es conocida, es probablemente su obra más famosa y la que mejor refleja su pensamiento, el de un aristócrata liberal pero católico, preservador de una sociedad civil en libertad, y crítico de los excesos del poder en las masas, que debía ser organizada parlamentariamente para moderar sus pasiones y guiarlas para el bien común.
Democracia en América fue el resultado de su viaje a los Estados Unidos junto a su amigo Gustave de Beaumont, durante el que fue encargado por el gobierno del Rey Luis-Felipe de Orléans de inspeccionar y observar el sistema penitenciario norteamericano para ver si su implementación en Francia era plausible.
Si bien Tocqueville realizó lo pedido por la Monarquía de Julio, y efectivamente entregó un reporte sobre el tema, sus observaciones y anotaciones durante nueve meses de la realidad social y económica de los Estados Unidos fueron la base de su obra monumental por la que es hasta nuestro día aclamado como uno de los pensadores inigualables del siglo XIX, tanto en Francia como en Norteamérica, inspirando esencialmente aquella doctrina liberal-conservadora que, en principio, sería fundamento de las derechas moderadas occidentales.
Por los giros de la vida y de la política decimonónica, Tocqueville viajó a muchos otros países, entre ellos las Inglaterra, la colonia francesa en Algeria e Irlanda, experiencias de las que también produjo sendos escritos, como su controvertido, nacionalista y agresivo Discurso sobre la Conquista de Algeria en 1841, y finalmente participaría en la Revolución de 1848, contribuyendo en la redacción de la Constitución de la 2da República Francesa, que remplazaría a la Monarquía Liberal de los Orléans.
Tocqueville igualmente formaría parte del gobierno del General Cavaignac como su ministro de relaciones exteriores en los pocos años que duraría el experimento republicano antes que fuera remplazado a su vez por el populismo socialista de Luis-Napoleón Bonaparte, quien luego de hacer un golpe de estado, e imitando a su tío Napoleón Iero, sería el último Emperador de los Franceses, y monarca galo en general.
Tocqueville terminaría autoexiliándose y enclaustrándose en su castillo ancestral en Normandía, y ahí redactaría lo que sería su obra final, una reflexión sobre El Antiguo Régimen y la Revolución, como el mismo lo tituló, concentrándose en esclarecer las causas políticas, sociales y económicas del colapso del viejo orden en Francia.
Ahora, sobre el Che Guevara, su vida es extrañamente similar a la del conde de Tocqueville, aunque tomando en cuenta que Ernesto Guevara de la Serna provenía de una familia burguesa, y Alexis de Tocqueville de una familia aristocrática.
Reconocer al Che por su obra literaria es menos fácil que considerarlo por su labor revolucionaria en favor del comunismo global, y como tal, contrastarlo con Tocqueville parecería talvez una locura, o una exageración, pero sin duda es un sujeto de estudio interesante y complejo.
No pretendo hablar aquí de la vida del Che, como tampoco mencioné la vida de Tocqueville más allá de sus viajes, y desde luego, aquí es donde comienza la comparación.
Al igual que Tocqueville, Guevara tuvo un viaje trascendental en su vida, y en el mismo continente, América, aunque no la Norteamérica del aristócrata francés, sino la Hispanoamérica que recorrió junto a su amigo Alberto Granado.
Esa coincidencia, que desde la derecha involuntaria de Tocqueville y Beaumont pudieran reflejarse en Guevara y Granado en una izquierda deliberada no debería ser coincidencia sino sincronía, la manera en la que la Historia puede no repetirse sino rimar cíclicamente, como se puede entrever de las obras de Spengler y Toynbee. Todos los grandes, buenos y malos, tienen sus similitudes.
Diarios de Motocicleta fue el resultado del viaje del Fuser por Sudamérica junto a su amigo Alberto Granado, y a diferencia del viaje de Tocqueville y Beaumont, este no fue encargado por ningún gobierno, sino que respondió al sueño de un par de jóvenes soñadores e irresponsables, que en su aventura, planearon atravesar los Andes en una vieja moto, llegar hasta el Perú y colaborar en un leprosario administrado por otro médico afín a la izquierda, navegar en balsa por el Amazonas, y llegar incluso hasta Miami antes de regresar.
El trayecto del Che tuvo fases importantes en Chile y en el Perú, y efectivamente fue ahí donde percibió, desde su sesgo socialista preconcebido, una realidad social y económica de la América hispana, plagada por una pobreza material en su modelo republicano, que luego sería la base de su obsesión y su activismo político que lo guiaría al terrorismo revolucionario, razón por la que es hasta nuestro día aclamado como una de las figuras inigualables del siglo XX, ícono de izquierdas dispersas y definidas y marca comercial paradójicamente adoptada por el mismo capitalismo al que se enfrentó desde su trinchera, inspirando esencialmente aquella esquizofrenia posmoderna que caracteriza a nuestra era.
Por sus propias decisiones de vida y sus afinidades revolucionarias en la política continental, el Che Guevara continuó su viaje tras graduarse de médico, llegando a muchos otros países, entre ellos las repúblicas centroamericanas, donde se instalaría para iniciar su vida revolucionaria en Guatemala, y luego México, dónde entraría en contacto con el futuro tirano cubano Fidel Castro, a quien apoyaría como su cerebro y su segundo al mando en su invasión, guerra irregular y golpe de Estado al gobierno de Fulgencio Batista en la isla de Cuba.
Sus experiencias como guerrillero en esta fase de su vida quedarían plasmadas en su manual de Guerra de Guerrillas, que inspiraría la estrategia de muchos otros grupos disidentes de izquierdas en el mundo, como en Sudáfrica, y hasta ahora es estudiado por expertos de contrainteligencia norteamericanos, que lo aplicaron contra su propio autor en su captura en un intento de revolución posterior en Bolivia.
El Che, como fue conocido una vez ya parte del círculo de Fidel Castro, terminaría igualmente formando parte de su gobierno socialista en Cuba, primero como juez en los tribunales de guerra contra los enemigos de su revolución, y luego como Ministro de Industrias, de Finanzas y Presidente del Banco Nacional de Cuba, posiciones conjuntas en la que diseñó el colapso de la economía cubana y su posterior dependencia, primero diplomáticamente, y luego también económicamente, a la Unión Soviética, y que actualmente es cubierta por otro país también arruinado por el socialismo: Venezuela.
Al igual que Tocqueville, Ernesto Guevara también terminaría autoexiliándose, pero en lugar de enclaustrarse y dedicarse a escribir, decidió emprender otro camino, y viajar nuevamente por el Tercer Mundo, ofreciéndose para promover la causa de la revolución.
En todo caso, las reflexiones que nos quedan de este periodo ya dejan demostrado su creciente descontento con el comunismo soviético, al que veía como un paralelo imperial del capitalismo estadounidense, en un reflejo de lo que otro pensador, el padre olvidado de la Unión Europea, el burócrata y filósofo hegeliano franco-ruso Alexandre Kojève, también compartiría, aunque sin que jamás haya siquiera existido contacto entre ellos.
En sus últimos viajes, sobre todo en el Congo y en Bolivia, los intentos de revolución fracasarían y finalmente el Che sería capturado y ejecutado, poniendo fin a su capítulo en esta historia.
Aquí valdría la pena plantearse: como estos dos personajes representan ese ideal del intelectual viajero, cuyas ideas fueron formadas por sus trayectos y sus trayectos terminaron moldeando su vida política, pero concluir con una mera comparación de las vidas y obras del pensador itinerante por excelencia en la derecha y su par socialista en la izquierda sería un tanto mediocre, y en honor a ambos, amigo y enemigo de mis ideas, respectivamente, debería introducirse un tercer personaje: el poeta romántico polaco Adam Mickiewicz.
Sin duda, Mickiewicz va a ser el más desconocido de todo el grupo, y con injusta razón. Probablemente el poeta polaco más famoso e importante de su historia, no solamente reciente, Mickiewicz es un nombre del que no se conoce fuera de Polonia, y aquellos que tienen alguna idea de quién fue probablemente no pueden percibir la importancia que su obra tuvo para la nación polaca.
Al igual que Tocqueville o el Che, la vida de Mickiewicz estuvo marcada por los viajes y la política, aunque a diferencia de ellos dos, la esencia de la obra del bardo polaco-lituano no fue ni la filosofía ni la práctica de la guerra, sino la literatura, la poesía principalmente.
Nacido después de las desdichadas particiones, y educado en territorio ruso, la primera experiencia itinerante de Mickiewicz sería en lo tierras ucranianas, Odessa y Crimea, hasta que finalmente pudo salir de Rusia y exiliarse en Europa occidental, comenzando en Alemania, dónde tendría contacto con Hegel y Goethe,
Suiza e incluso Italia, dónde tomaría contacto con los Carbonari (de ahí el vínculo entre los nacionalismos italiano y polaco) antes de regresar a territorio polaco, esta vez en la partición prusiana, y luego ir a Francia, dónde se asentaría, revinculándose con Suiza, en su parte francesa, poco después.
Mickiewicz era, ante todo, un romántico, y su obra, que fue en buena parte producida antes de sus viajes, refleja esa inclinación filosófica, demostrando un fuerte nacionalismo, que sin duda estaba justificado, ya que su patria, lo que habría sido la Confederación Polaco-Lituana, había sido partida entre rusos, austriacos y prusianos meros años antes de su nacimiento.
Al igual que Tocqueville y el Che, los escritos de Mickiewicz representan una perspectiva política propia, plasmada de diversas formas, algunas más estéticamente bellas que otras.
Si Diarios de Motocicleta y Democracia en América fueron narrativas autobiográficas de sus autores, y estudios sociológicos sobre las realidades del continente americano en dos periodos distintos, los muchos poemas épicos de Mickiewicz, como Konrad Wallenrod o Pan Tadeusz, muestran no solo detalles de su vida de nobleza en desgracia, sino también del colapso, lucha y sacrificio del pueblo polaco bajo la ocupación imperial a la que se encontraba sometido, razón por la que muchas de las rebeliones polacas del siglo XIX, contra Rusia eminentemente, estarían inspiradas en los textos del bardo lituano.
Adam Mickiewicz, al igual que Tocqueville, moriría en el exilio, aunque no en Francia, sino en el Imperio Otomano, rodeado por sus seguidores y coidearios, como el Ché, y si bien no pudo alcanzar el grado de influencia de estos dos, su espíritu sigue vivo entre monumentos y doctrinas fundacionales del Estado polaco.
Talvez su idea central, que perdura hasta ahora, es la de Polonia como el Cristo de las Naciones, bien representada en su drama teatral Dziady, que, sin ser el empirismo conservador de Tocqueville, ni la praxis revolucionaria del Che, es sin duda el espíritu místico de un pensador profundo y leal a una causa, no la de la libertad y la cooperación, ni la de la igualdad y la superación de la pobreza, sino la patria y de su renacer desde el sacrificio.
Hago esa comparación porque en este punto de mi travesía polaca, entre la nostalgia por una Hispanoamérica rebelde, que se ve representada por el Che, y la esperanza de una libertad ordenada hacia el bien mayor, encarnada en Tocqueville, lo que me queda es el sacrificio ante las adversidades y la búsqueda de un espíritu arraigante, que curiosa, o tal vez divinamente, se manifiesta en Mickiewicz.
No deja de asombrarme que sea nuevamente una combinación extraña de autores y de ideas la que se gesta en mi cabeza, pero ciertamente fue lo que ocurrió con todos los intelectuales itinerantes que he mencionado y explorado en este texto.
Es justamente la conexión y la sincronía que se da en favor de aquellos que buscan la grandeza, para bien, para mal, y para su patria.