El voto contra el «republicanismo islámico» crece en Francia

El primer semestre del año 2024 va a finalizar con otro mensaje político bastante sugestivo en Francia. Hablamos de algo que ha podido ser posible a raíz de un fenómeno político o tendencia que se marcó, el pasado 9 de junio, en la mayoría de países europeos.

Los franceses han participado en la primera vuelta de los comicios electorales legislativos (a la Asamblea Nacional). Estos fueron adelantados por Emmanuel Macron, actual presidente francés, tras la debacle sufrida por su plataforma centro-izquierdista y socialdemócrata.

A estas horas, se desconocen los resultados oficiales. No obstante, los sondeos a pie de urna resaltarían la misma tendencia que se manifestó en la primera quincena de este mes: una victoria considerable de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, que lleva unos años in crescendo.

No se sabe a estas horas si habrá una segunda vuelta electoral, sino una extendida previsión sobre un resultado que quizá no deje tan lejos a los nacionalistas lepenianos de una mayoría absoluta (este escenario sería previsible el 7 de julio).

La cuestión, en cualquier caso, es que se puede leer en más de un medio de comunicación, con un tono cierta y potentemente pseudoapocalíptico, que «la malvada ultraderecha xenófoba dictatorial nosecuantoqué estaría impregnando con fuerza las instituciones francesas y europeas».

Pero eso ha de rebatirse, por así decirlo. No ha de limitarse uno al mero titular bajo cierto sesgo ideológico.

Los matices, básicamente, han de saberse

La formación política de Marine Le Pen bebe de las mismas raíces ilustradas que el llamado macronismo y la versión gala del «Frente Popular». Todas estas formaciones han avalado, de una u otra forma, el espíritu igualitarista y planificador que eclosionó con la Toma de la Bastilla.

Recuérdese además que la idea del Estado-nación así como del nacionalismo en el sentido no patriótico fue un fruto de la segunda fase de la Revolución Francesa (en la que se nació también el artificio demoníaco y monopólico del Estado tal y como lo conocemos).

De hecho, el otrora Frente Nacional tiene considerables alineaciones con la izquierda en materia económica. Básicamente, reduce todo a la «escala nacional». Entre sus propuestas se pueden encontrar apuestas arancelarias (lo que la UERSS aplica al Tercer Mundo), nacionalizaciones de empresas y mecanismos de expansión artificial crediticia (previo retorno a la divisa nacional gala).

Ni el macronismo (algo más moderado en su programa económico aunque muy partidario de la censura «progre» y de las tiranías sanitarias) ni el frentepopulismo representan algo tan distinto, bajo cierto prisma. Estos tres grandes bloques son colectivistas y anteponen el Estado a la sociedad orgánica.

La reacción pro-Occidente de la sociedad

En vistas de las líneas anteriores, uno puede suponer que quien escribe esta entrada está bastante disgustado en estas fechas estivales, a la vista de la confirmación de una tendencia. Pero no es así, y no porque uno haya abjurado en sus principios defensores del orden natural cristiano, regido por la espontaneidad.

Francia formaba, junto a Alemania, un eje importante en una Unión Europea cada vez más sovietizada y preocupada por imponer las agendas revolucionarias en base a los postulados del wokismo y la fatal arrogancia, ahogando el «verdadero progreso» (por ejemplo, la Inteligencia Artificial) frente al «falso progreso» (los desarrollos de la dictadura del relativismo).

Ergo, más razón para pensar en estrategias, en un país que cada vez está más cerca de ser un Estado fallido (no solo por su bastante mejorable fiscalidad, su aún hiperregulado mercado laboral o su espiral de deuda financiera, sino debido al creciente clima de inseguridad callejera y de incremento probabilístico de ataques terroristas).

Francia es uno de los países de Europa donde ser judío, mujer u homosexual es mucho más arriesgado (mientras que ciertos medios de desinformación piensan que el peligro acecha en las orillas no germanoparlantes del río Danubio).

Años y años de negación religiosa bajo la premisa de la laicidad y la igualdad cosmopolita han permitido que los musulmanes, indispuestos a integrarse en su amplia mayoría, campen a sus anchas por Francia. No hace falta pensar en la exclusiva circunstancia terrorista, sino en la delincuencia en líneas generales.

Francia es un país cada vez más inseguro, donde se disparan las violaciones sexuales, los ataques a lugares de culto, los robos con violencia y otra clase de acciones contra los viandantes (no necesariamente en horario nocturno).

También crece el número de establecimientos islamistas, la extensión de los guetos multiculturales, el aumento de la cantidad de mujeres con velos islámicos y la habilitación de centros religiosos que siguen a Mahoma (mientras que no pocas iglesias católicas han sido derruidas por un considerable abandono).

Ergo, la inmigración descontrolada ha superado ciertos límites. Francia es, junto a Suecia, Bélgica y Cataluña, uno de los mayores ejemplos de fracaso del multiculturalismo (por culpa de una «falsa religión» cuyos versículos se rigen por el principio de sumisión).

Con lo cual, los franceses están comenzando a decir que se pare esta situación. Por eso votan al proyecto de Marine Le Pen, a veces con la nariz tapada. Este proyecto (aparte del de Eric Zemmour) ha sido de los pocos que han abordado los drásticos errores de la consideración de que «cualquiera cabe en Francia».

A la vez que se da un toque al establishment eurosoviético, se sigue una tendencia que algún día será notoria en España. De hecho, vuelvo a recordar que la reacción francesa no solo se está dando en el ámbito electoral, sino en el ámbito religioso, precisamente, el católico, al margen del clericalismo oficialista.

Francia tiene una potente minoría católica que no solo fue muy aguerrida contra las vulneraciones de la libertad religiosa bajo el pretexto del «virus chino», sino que defiende el tradicionalismo católico desde un prisma práctico.

Anualmente, se celebra la Peregrinación de Chartres, que sigue los estilos del Vetus Ordo (para entendernos, la misa tradicional, a veces en latín). Este evento suele diferir de los avances de la Iglesia posteriores al interpretable Concilio Vaticano II. Esta lleva un bienio marcando récords y acercándose a las veinte unidades de millar.

Preciso, eso sí, que el quid del artículo no es una desviación temática sobre la cuestión litúrgica. Simplemente se quiere resaltar que en el país que gestó el laicismo ilustrado y la más agresiva expresión masónica haya una reacción que siga el tradicionalismo, de una manera sana, pues en países como España, ese entorno tiene bastante sectarismo conspiranoico colectivista.

Con lo cual, confiemos en que, no solo por el mecanismo electoral, se reaccione contra la islamización de Europa, una gran amenaza para la seguridad y la libertad de todos (especialmente de aquellos a los que los «colectivos» dicen defender). Y sí, sin olvidar que hay que enmendar ese relativismo que la ha propiciado (restaurando el orden cristiano).

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