El pasado 21 de enero, a la que se esperaba iba a ser una gran manifestación en defensa del estado de derecho, el líder del PP Alberto Núñez Feijoo no acudió, con la excusa de que era la sociedad civil la protagonista de dicha concentración. Quien se presenta como líder de la oposición no quiere protagonismos o piensa que su persona no suma nada. Curiosa manera de ejercer la cara visible de una oposición.
Al Sr. Feijoo no le parece suficiente motivo para salir a la calle la deriva de España, que es la de Venezuela. No ha sido suficiente la gestión de la pandemia, la memoria bildutarra en las Cortes, la ETA en la calle, los golpistas anunciando el próximo referéndum, la inflación, el paro juvenil, el sí es sí y la sedición también. O que el Tribunal Constitucional sea un vergonzoso contubernio de exministros y fiscales socialistas. ¿Qué tendría que pasar para que el Sr. Núñez F. se uniera a una manifestación de la sociedad civil en defensa del país que quiere gobernar?
Soy de la opinión del historiador Pío Moa sobre el PP y su connivencia con el PSOE en la asunción mejor o peor disimulada de la ideología neocomunista. La propia base social de la derecha lo llama “los típicos complejos de la derecha”, pero son algo más que complejos. El sector dominante popular renuncia a batalla ideológica alguna, aceptando que la izquierda se crea con superioridad moral por el hecho de que fue víctima del franquismo. Y la más grave consecuencia de esa supuesta superioridad es la desligitimación de la Transición. Como el tiempo pasa y la izquierda cada día tiene menos credibilidad, necesita imponer su superioridad por ley, pero el PP solo habla de economía.
Es cierto que han sido Rodríguez Zapatero y Sánchez quienes explícita y oficialmente han utilizado la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo. Pero el prólogo a la coacción intelectual de la Memoria Histórica ya empezó en época de González con toda una fabulación antifranquista en documentales y películas, en el uso de los dóberman, en la deslegitimación de los jueces, a los que tachaba de conservadores, es decir, franquistas (maniobra inteligente para acabar con la independencia judicial). Incluso el GAL dejaba entrever una asunción negativa del monopolio de la fuerza, como símbolo del pasado. El PP, en época de Aznar, que cambió eficazmente la política antiterrorista, cayó en la trampa propagandista de la izquierda, promoviendo una condena oficial al levantamiento nacional del 36.
Esa condena supone el ocultamiento de que las fuerzas de izquierda de la Segunda República no creían en la democracia y provocaron la guerra, a la que explícitamente apelaban, si uno quiere leer a historiadores sin complejos. La idealizada república de Pedro Sánchez no resiste un debate de cinco minutos. La persecución religiosa no es el único pero sí el más llamativo de los capítulos, sobre la que no se ha hecho una sola película en época de la democracia. España, nos guste o no, se libró del régimen creado por Lenin y continuado por Stalin, atávicos asesinos sobre los que el cine europeo tampoco apenas ha hecho un par de retratos (y régimen al que el PSOE de la República quería llevar a España). Así que ese comunismo puede ser una referencia todavía hoy para Podemos sin pudor ni asco alguno. El PSOE, que es más educado, se conforma con aplaudir a la República.
La izquierda, con la declaración oficial de que el franquismo llegó hasta los años ochenta, ha declarado anatema todo el proceso que permitió la transición y la instauración de la democracia, de manera que la misma transición queda moralmente deslegitimada, aunque en realidad fueran las cortes franquistas las que dieron el paso más decisivo, pues admitieron una tendencia que nacía en el franquismo, encarnada en la figura del rey Juan Carlos I, elegido como sucesor por el propio Franco. Amparada en esa desfiguración de la Transición, Sánchez saca a Franco de su tumba mientras improvisa letalmente en una pandemia y da dos palmaditas a los violadores. Sabe que nadie va a protestar. Cuando el rey Felipe VI tiene que firmar el indulto a los golpistas a los que Su Majestad denunció en una alocución oficial, el centro derecha se apresura a decir que el rey no puede hacer nada, por supuesto.
Escribí en su día que Pablo Casado, si pudiera, pactaría con el PSOE. No erré en el pronóstico: Casado sólo tenía que quitarse de en medio el ala valiente del PP. Descubierto el complot contra Díaz Ayuso, lejos de que se produjera una catarsis en el Partido Popular, todo se redujo a salvar las apariencias cambiando a Casado por Feijoo.
Hay más que indicios de que nada ha cambiado en Génova: se mantuvo a Teodoro González en un cargo del partido y Cayetana Álvarez de Toledo no recuperó la portavocía del congreso, que sigue siendo de Cuca Gamarra, quien a su vez había apoyado a Casado en la maniobra. Hace muy poco, el PP se echaba atrás respecto a una medida sanitaria acordada con Vox en Castilla-León, visto el revuelo creado en medios progres y no progres. Hace unos días, Juan Manuel Moreno, presidente del gobierno de Andalucía, pedía clemencia para José Antonio Griñán: 640 millones robados de las arcas públicas no es mucho si el ladrón es de guante blanco y rosa roja.
Fíjense que Feijoo se harta de decir que quiere desalojar a Sánchez, pero no nombra al socialismo. Es cuasi imposible que Sánchez, cayendo cada día un punto en las encuestas, con los históricos de su partido presionándole para que se vaya, se vuelva a presentar. Encontrado un candidato más razonable, quedará la vía expedita para que Feijoo logre –así se venderá- un gran pacto de estado.
Si ese gran pacto condujera a la independencia del poder judicial, a acabar con el uso corrupto de los medios de comunicación, a la recuperación de una política educativa unificada, a cambiar la ley electoral para que los nacionalismos no estuvieran sobrerrepresentados, a devolver la libertad de cátedra sobre la memoria histórica, a proteger a la familia, a controlar la inmigración… Pero ¿creen que Núñez Feijoo va a hacer algo distinto de lo que hizo Rajoy?
El expresidente gallego está muy cómodo con el nacionalismo, que algunos llaman ingenuamente moderado, y con casi todas las leyes progres, que allende los mares se replican en Europa: la asunción de la agenda 2030, de la baja natalidad, del dogma del cambio climático, del empobrecimiento del mundo occidental frente al auge del comunismo chino, y la decadencia de valores, principalmente, el desprestigio de la unidad familiar. El pasado 13 de diciembre, entrevistado por Federico Jiménez Losantos, Feijoo decía no tener claro que la ley de violencia de género fuera tan mala. Su política lingüística en Galicia impide estudiar todo el currículum en español (se declara abiertamente a favor de reducir el español a un 25% en la escuela pública), y no ha hecho nada por paliar las leyes de igualdad o de memoria histórica (el año pasado apoyó una iniciativa del BNG para organizar un homenaje a las víctimas gallegas del franquismo).
Su relación con VOX es pésima, bajo apariencia de gélidamente correcta. En la entrevista citada se manifestaba “muy respetuoso con el Señor Abascal”. ¿Es cierto eso? Vale la pena transcribir sus palabras textuales hablando de respeto:
Creo que él…, al menos desde que he llegado… Antes no; antes no, porque me consideraba un nacionalista peligroso. (…)Tuve que decirle “Oye, es muy curioso que me llames nacionalista peligroso a mí porque soy el único responsables [sic] del PP que en una comunidad con nacionalistas le [sic] hemos ganado a los nacionalistas. Es una pena que cuando tú estabas en Euskadi no le [sic] ganases a los nacionalistas”.
Feijoo sabe perfectamente que ni Santiago Abascal hijo, ni Santiago Abascal padre, ni Carlos Iturgaiz ni Jaime Mayor Oreja ni María San Gil ni Gregorio Ordóñez ni Miguel Ángel Blanco ni tantos otros jugaron con las mismas cartas con que él ha sido cómodamente presidente de Galicia. Esa miserable comparación es digna de un nacionalista con piel de cordero. Por eso no va a la manifestación del 21 de enero; por eso no fue a defender la lengua española a Barcelona; por eso alaba al PNV; por eso quiere que gobierne la lista más votada; por eso calla y calla y calla tantas veces ante los escándalos continuos de este gobierno frentepopulista. ¿Y es este perfil ideológico al que la base social de la derecha quiere entregar el timón de España?
Se suele decir que el PP menosprecia a sus votantes. Tal vez hay algo de eso, pero es su base social la que tiene que reaccionar. A fuerza de complejos hay una buena parte del electorado del PP que sigue acatando los telediarios del gobierno, porque es lo de toda la vida, y asume que hay que viajar al centro permanentemente y hablar bajito, tan bajito que no se oiga. Rajoy, Casado, Soraya, Feijoo o Juanma Moreno son vistos como políticos serios y educados porque no son comunistas desorejados. La realidad es que son aquiescentes a la ideología progre, a cambio de mejorar un poquito las cuentas, pero un poco nada más. La maquinaria de propaganda autoerigida progresista queda incólume con el PP.
Hace unos años, en época de Rajoy, asistí a una conferencia de María San Gil en Pamplona y le pregunté por qué seguía afiliada en el PP, si su partido había tragado con la negociación de Zapatero con la ETA, si había pasado página a los atentados del 11 de marzo de 2004, si el poder judicial seguía en poder del gobierno. Ella se justificó apelando al PP de Gregorio Ordóñez y Mayor Oreja. Yo le dije que ese PP ya no existía. Sinceramente, hay fidelidades que, fuera del matrimonio, no se pueden entender.
Los populares quieren hacerse con el voto de izquierda a cambio de halagarla. El resultado lo vimos con Rajoy tras su mayoría absoluta echada al desagüe. No se engañen. El PP no se diferencia de VOX porque éste quiera poner sobre la mesa el debate sobre el aborto, porque quiera tener más autonomía respecto de Europa, porque no trague con la agenda 2030 o porque quiera frenar la emigración ilegal. El PP no quiere parecerse a VOX porque piensa que en España la ideología liberal conservadora y la referencia del humanismo cristiano no venden. No hay más. Si el PSOE adoptara alguno de esos discursos por conveniencia electoral, al PP le faltaría tiempo para apegarse a ellos, al igual que acude a las manifestaciones del 8 de mayo a ver si dejan ya de insultarles. El problema de España no es el PSOE.
3 respuestas
Feijo Añade una o en cada paso a la izquierda; Feijo, Feijoo, Feijooo, oooooooo
El papel del PP es recoger los votos de la gente de bien e inutilizarlos, hacer que no valgan para nada, tirarlos a la papelera.
Es complicado pues tiene que engañar una y otra vez a sus votantes, tiene que prometer cosas y después buscar excusas y cambiar el discurso. Pero tiene ocho años para repetir el proceso, la gente se olvida y además un cambio de líder ayuda a ello.
Y mientras tanto la izquierda avanza por el pasillo que le abre el PP.
El problema es el PP. Y también UPN.
La derecha en general y particularmente la española, cree que lo esencial para llegar a gobernar es dar la batalla sobre aspectos económicos. Todavía no se han enterado de que, en política, lo esencial es la batalla ideológica y cultural. Ahí tenemos el ejemplo de Chile, el país que más ha progresado económicamente entre todos los de hispano américa, no ha podido frenar la llegada de la extrema izquierda al poder. Al mismo tiempo, muchos países que, al estar gobernados por la izquierda, padecen una absoluta ruina económica y social, vuelven a votar ruina una y otra vez. ¿Qué demuestra todo eso? Pues que la batalla económica no basta o que, aunque sea importante, no es el frente más determinante, y que tampoco la batalla económica se puede ganar si se abandonan el resto de frentes. Para que una ideología fracasada sea abandonada, hace falta además que la gente entienda por qué fracasó.