El peor Xabier Arzallus se dejó ver, según los mejores historiadores de ETA, a mediados de los años noventa, cuando no tuvo ya escrúpulos en cultivar públicamente conceptos esencialistas sobre el pueblo vasco, con arrebatos excluyentes, distintos, en general, de los mantenidos en los últimos años, antes y después del pacto de Ajuriaenea.
El asesinato de Miguel Angel Blanco, en julio de 1997, y la formidable reacción popular dentro y fuera de Euskadi, con movilizaciones hasta entonces desconocidas, asustó al hijo de carlistas de Azpeitia, convertido en sabiniano furibundo y temió entonces la sublevación de los constitucionalistas, y hasta la invasión no sólo de Ermua sino de todo Euskadi “por una oleada de ratas procedente de Hispania”, al decir de un diputado peneuvista tolosarra.
Y buscó deprisa la compañía de la “izquierda abertzale” y de ETA para recomponer la comunidad nacionalista y el liderazgo de la misma. Y nació en seguida el Pacto de Estella-Lizarra. Y poco después el Plan Ibarretxe, con la misma significación. Hasta llegar al delirio y al fracaso tanto de Ibarretxe y de Arzallus, que fueron desmontados de sus mandatos y de sus presidencias por los severos “burukides”, que vieron, por el contrario, que aquello se les iba de las manos, en provecho de “hermanos descarriados” de ETA, y en perjuicio de la Comunidad próspera de Euskadi.
Pero Arzallus, y su derrotado delfín Egibar, al igual que el desnortado lehendakari, siguieron alentando la unión de todos los nacionalistas independentistas en todos los niveles. El Cuatripartito que desgobierna en Navarra ha sido uno de sus últimos triunfos. Bien puede celebrar, en cualquier y en cualquier lugar a Ibarretxe y Arzallus como sus mejores padrinos
Y todo esto nos recuerda a muchas navarras ya muchos navarros, entre otras cosas, la muerte del líder peneuvista.