Este fin de semana ya pasado, el 67% de los poco más de la mitad de irlandeses con derecho a voto apostó, a través de un referéndum, por la derogación de la octava enmienda de la constitución irlandesa.
Dicho postulado estipulaba que el niño no nacido tenía tanto derecho a la vida como su madre, habiendo de apostar por ello las disposiciones legales. Esto es, que se restringía “dar vía libre” para atentar contra la dignidad humana de estos bebés hasta estos pasados días.
Aunque reconocerlo sea muy doloroso, no resulta tan sorprendente el resultado en cuestión teniendo en cuenta que el que ha sido uno de los países con mayor profesión católica en Europa, ha experimentado cierto declive. La profesión de la fe católica y su práctica han caído estrepitosamente en los últimos años.
De hecho, la Iglesia del mismo país que también por referéndum dejó de ser un lugar donde se respetaba la institución del matrimonio ha desempeñado un papel bastante laxo, algo que en España se da también, aparte de Alemania y Malta, y la mentalidad progre-comunista del Papa Francisco.
En cualquier caso, lo que las últimas noticias vienen a evidenciar es que, sin excepciones ya, en Europa Occidental el no nacido no está a salvo. Existe una crisis de valores, una tendencia suicida en términos culturales y morales (nihilismo secularista), fomentada por esos enemigos de la libertad de la causa del marxismo cultural.
A su vez, se demuestra cómo una degeneración moral y de valores puede conducir al Estado, ya sea por vías parlamentarias o de consulta popular (en base a la “dictadura de la mayoría”), a vulnerar y despojarse de uno de los roles que justifican su existencia: la garantía del derecho a vivir desde la fecundación hasta la muerte natural.
Pero no voy a centrar este ensayo en disertaciones sobre lo ineficaz que pueda resultar este ente coercitivo, que puede ser muy problemático, sino en advertir sobre determinadas realidades, aparte de incidir en la necesidad de mantener la esperanza todos aquellos que defendemos el derecho a la vida, como los de Navarra Confidencial.
Obviamente, muchos activistas pro-vida irlandeses se habrán sentido decepcionados estos días, lo cual es comprensible. Pero ni estos ni todos los que participamos en una causa que transciende lo fronterizo como la defensa de la vida hemos de claudicar, sino seguir luchando hasta el final, independientemente de donde estemos.
Hemos de seguir desafiando la ausencia de preocupaciones que tienen lugar en países como España, contrarrestando el avance de la cultura de la muerte en Occidente, reivindicando la objeción de conciencia y desafiando cualquier mecanismo de censura administrativa, legal o de presión de lobbies apoyados por globalistas y por Soros.
Ahora bien, no podemos negar que es en Europa Central donde mayor esperanza para el bebé no nacido y todos los que nos solidarizamos en ellos. Precisamente, me refiero y referiré, por orden alfabético ascendente, a los siguientes países: Hungría, Liechtenstein y Polonia.
Hungría tiene el ejemplo de un gobernante leal a sus compromisos
Los españoles pro-vida, traicionados por el Partido Popular también en esta materia, ponemos como ejemplo, con razón, al Primer Ministro de Hungría, Viktor Orbán, al que absurda e injustificadamente equiparan con el “popular” Monago ciertos acólitos suyos, para intentar supuestamente mantener voto conservador extremeño para este abortista.
Quien, a pesar de ciertos errores, revalidó su mayoría absoluta el pasado mes de abril, emprendió una reforma constitucional que garantiza el derecho a vivir de las criaturas que aún están en el vientre materno, y la tasa de abortos se desploma gracias a los meritorios esfuerzos de la Administración Orbán, a pesar de haber una “ley del aborto”.
La ciudadanía de Liechtenstein apostó por un “sí a la vida”
El pequeño país alpino, cuya población católica supera considerablemente los dos tercios, y es uno de los países europeos donde la libertad y la autodeterminación están bastante bien garantizadas, también tiene el honor de ser un buen territorios para los no nacidos.
En el año 2011, una considerable proporción mayoritaria de ciudadanos se opuso a legalizar esta práctica homicida de autoría médica. De hecho, el Príncipe Alois anunció que, de haberse dado el resultado contrario, hubiera ejercido su derecho a vetar dicha elección.
Hete aquí otra razón por la que Polonia es la esperanza de Europa
La nación que fue firme contra los totalitarismos, que se mantiene orgullosa de su fe católica y de su tradición, que defiende fervientemente la dignidad humana y la libertad, sigue siendo plenamente consciente de lo atroz que sería desproteger a los bebés no nacidos.
El apoyo a iniciativas pro-vida crece con diferencia, hay una gran solidaridad ante casos que pueden no afectar a su país, la causa pro libertatem lo considera tan importante como una baja fiscalidad, y hay cierta probabilidad de que, finalmente, el Parlamento dé el aprobado definitivo a la reforma pro-vida que elimina el “supuesto terapéutico”.
Y, una vez enunciado todo esto, ante la triste realidad de nuestro continente, lo que hemos de hacer es seguir el ejemplo de todos esos países previamente mencionados, para que la cultura de la vida vuelva a “imperar” en el resto de Europa. El suicidio cultural es un lastre para la continuidad de la realidad humana y moral de nuestro continente.
Igual que el capitalismo ha logrado acabar con la esclavitud y el trabajo infantil, el desafío al marxismo cultural y a ciertos esquemas de corrección política progre-relativista harán lograr que el no nacido vuelva a estar a salvo en Europa Occidental.