El laberinto de los espejos rotos: ¿por qué ha perdido el feminismo su reflejo?

El feminismo, ese movimiento que ha pasado de quemar corsés a quemar tuits, ha sido sin duda uno de los fenómenos sociales más transformadores de los últimos años. Pero ¿realmente hemos avanzado tanto como creemos? Spoiler: no todo lo que brilla es oro.

Orígenes del feminismo

El feminismo, como movimiento social y político, no surgió de la noche a la mañana. Sus raíces se hunden en siglos de pensamiento crítico y lucha impulsados por mujeres que desafiaron las normas de su época para reclamar un lugar igualitario en la sociedad. Desde las primeras voces que cuestionaron la exclusión de la mujer en la esfera pública hasta las figuras que consolidaron las bases del feminismo moderno.

Entre esas pioneras destacan nombres como Emilia Pardo Bazán, Mary Wollstonecraft, Concepción Arenal o Simone de Beauvoir, mujeres que, desde contextos y ámbitos muy distintos, contribuyeron a la lucha por los derechos de la mujer. Sin embargo, lejos ha quedado el pensamiento de estas figuras y el feminismo actual se ha desviado hacia una dinámica tremendamente radical que aboga por la superioridad de la mujer frente al hombre.

¿Qué está pasando realmente?

En los últimos años, el feminismo ha experimentado una transformación radical. Lo que comenzó como un movimiento para luchar por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres ha involucionado hacia un terreno pantanoso y repulsivo. Abrir la puerta del coche, ceder el asiento en el transporte público o decirle a una mujer que está guapa son gestos que, históricamente, se han asociado con la cortesía y la educación. Sin embargo, en el contexto del nuevo feminismo, estas acciones son percibidas como ofensas, microagresiones o incluso como una forma de machismo encubierto. La crítica argumenta que estos actos refuerzan estereotipos de género, donde la mujer es vista como alguien que necesita ser cuidada o halagada por su apariencia física.

Pero aquí surge la pregunta: ¿realmente estos gestos buscan perpetuar la desigualdad, o son simplemente expresiones de amabilidad que han sido tremendamente malinterpretadas? Uno de los mayores riesgos del nuevo feminismo es la pérdida de los matices en el discurso. Al categorizar ciertas acciones como inherentemente ofensivas, se corre el riesgo de simplificar las intenciones detrás de ellas. No todos los hombres que abren una puerta lo hacen con la intención de subestimar a una mujer, y no todos los halagos sobre la apariencia física buscan objetivarla. La falta de diálogo y comprensión mutua puede llevar a una polarización innecesaria, donde cualquier interacción entre géneros se convierte en un campo minado de posibles malentendidos.

Desde luego que los referentes femeninos actuales (Ellen DeGeneres, Cynthia Nixon, Yolanda Díaz, Ursula Von der Leyen o Greta Thunberg entre muchas otras) han convertido al feminismo en una marca más, lista para ser comercializada gracias a las terroríficas políticas europeas, la odiada agenda 2030 y el lobby LGTBI; por supuesto, todo ello maridado con la penosa teoría woke.

¿Evolución o involución? Claramente lo segundo

Hace unas semanas, en el Congreso de los Diputados, un periodista le dijo a la vicepresidenta Yolanda Díaz, que “cada día estaba más guapa”. La respuesta de la señora Díaz fue: “¿Yo qué hago con esto? Yo soy vicepresidenta del Gobierno. Imagínese lo que vivimos las mujeres a diario. No se puede jugar con esta materia”. Aún recuerdo la última vez que me llamaron guapa cuando iba caminando por la calle. Eran dos hombres mayores, que con ternura, absoluto respeto y bastante miedo, me preguntaron si podían lanzarme un piropo. Yo no pude hacer otra cosa más que sonreír, aquellos ancianos me estremecieron, pero sentí una tremenda tristeza al ver el temor en sus ojos por si aquel halago me sentaba mal. Y es justo aquí donde reside la decadencia y el declive del feminismo de nuestros días, que piensa que un piropo o una galantería es una forma de abuso y agresión.

Mientras el feminismo actual se presenta a sí mismo como un movimiento progresista y necesario, no podemos ignorar que se ha convertido en una corriente extremista que, lejos de fomentar la igualdad, ha generado divisiones y resentimientos muy difíciles de resolver. Al convertir gestos de cortesía en supuestas ofensas y al imponer una visión única de cómo deben ser las relaciones entre géneros, este nuevo feminismo corre el riesgo de alienar (y ya lo hace) a quienes debería unir.

La verdadera igualdad no se construye a través de la imposición de dogmas, sino mediante el diálogo, el respeto mutuo y la aceptación de que las diferencias, cuando son tratadas con empatía, pueden ser una fuente de enriquecimiento y no de conflicto. Es hora de reflexionar si este “hembrismo” realmente nos acerca a un mundo más justo o si, por el contrario, nos ha alejado por completo de él.

Camila Escalante

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