El día que salí del armario

Durante el tiempo que él estuvo dirigiendo los destinos del Partido Popular en Navarra nos cruzamos varios emails sobre distintos temas de calado político, social… En algunas cosas coincidíamos mucho, aunque en otras discrepáramos muy por encima de nuestras posibilidades. Pero nos lo decíamos.

Todavía recuerdo una discusión sobre pochadas, esparragadas y campos de golf. Seguro que él también.

No puedo ocultar que muchos de nuestros mensajes tenían que ver con Caja Navarra.

Él insistía, como insisten políticos de todo el espectro parlamentario -alguno ahora lo negará-, en conocerme sin el yelmo. Por supuesto, yo me resistía. Como sigo resistiéndome. Los muñecos no comemos, no tomamos café, no hablamos con humanos. Somos muñecos.

Santiago dejó Navarra y fue elegido Diputado en Cortes. Pero no dejó su interés en conocer lo que había debajo del yelmo. Y seguía insistiendo. «Quiero conocerle, quiero conocerle, quiero conocerle». Recuerdo que incluso me ofreció una visita guiada al Congreso. Pero los muñecos tampoco vamos al Congreso. Llegó a enviarme su plan de viaje de varias semanas para ver si alguno de sus vuelos nacionales podría operarlo yo. Pero yo seguía resistiéndome.

Sin embargo, un lunes de julio, en medio de los Sanfermines, cuando la canícula abrasaba Madrid, sentí una debilidad en la Fuerza y a primera hora de la mañana acepté un encuentro con él. Aquel día mis rotaciones me obligaban a pasar más de 5 horas en la terminal de Madrid Barajas y acabar el día operando un último vuelo a Valencia. Le cambié varias veces, y con muy poco tiempo de preaviso de ubicación y hora, pero al final, al caer la tarde nos encontramos en una apartada cafetería de la T4 de Barajas.

Me sorprendió mucho que un Diputado del Congreso, secretario de la Mesa, acudiera a una cita con un muñeco desconocido, que le había cambiado varias veces la ubicación de la reunión en muy poco tiempo, y sobre todo me sorprendió que apareciera sin escolta ni vigilancia. Él tomó una CocaCola. Yo no tomé nada, porque los muñecos no tomamos nada. Y pasamos casi dos horas repasando la política navarra. A la hora en la que yo tenía que ir a firmas para operar mi vuelo a Valencia, nos despedimos con un abrazo y yo me dirigí al control de acceso especial para tripulaciones. Él salió de la terminal supongo que en busca de su coche oficial.

Por eso, aquella mañana de aquel lunes (¡otro lunes!) 10 de diciembre de 2012, cuando al aterrizar mi primer vuelo del día, leí en la prensa lo que había ocurrido con Santiago en aquella rendija de la Muralla que para muchos ya lleva su nombre, tuve claro que le habían tendido una trampa. Una burda y colosal trampa. Y tuve claro quien y quienes lo podían haber hecho.

Si Santiago pudo poner su vida en juego por saber qué piloto hay debajo de este yelmo… ¿no iba a jugársela por saber lo que a todos nos gustaría saber de Caja Navarra?

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