La Unión Europea (UE) está viviendo, sin duda, una de las legislaturas en las que mayor es la desafección hacia la misma. Partidos de derecha identitaria están en auge, la socialdemocracia conservadora del Visegrado tiene mayorías absolutas y los británicos votaron por salir de la UE.
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El exacerbado intervencionismo burocrático (despilfarro económico y exceso de regulaciones, aparte de un afán centralizador) y la gestión de la crisis de los llamados “refugiados” (la eurocracia impone cuotas para admitir a estos inmigrantes musulmanes, que quieren respetar la cultura occidental) figuran entre las causas principales, desde mi punto de vista.
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Hay a su vez Estados-nación en los que debería continuar el desmembramiento del ente intervencionista en cuestión, por la considerable resistencia ejecutiva y social a ciertas políticas: Polonia y Hungría. Aparte de oponerse a aceptar a los “refugiados” -como Chequia y Eslovaquia-, se resisten a la sumisión al yugo del totalitarismo de género y defienden al no nacido.
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Pues bien, desde el 6 de abril del año en el que estamos, dos días antes del quinto aniversario del fallecimiento de Margaret Thatcher, parece que se está dando lugar a nuevas razones para sentir rechazo hacia la UE, para añadir un nuevo país a la lista de naciones donde el abandono del organismo en cuestión no es solo necesario, sino de “vital urgencia”.
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Y así es. Hablamos del Reino de España, en relación con el golpe de Estado perpetrado en Cataluña por un bloque político secesionista, y de izquierdas. Sí, ese mismo a cuyo máximo responsable, el ex presidente regional Carles Puigdemont, prófugo desde el pasado mes de octubre, se arrestó policialmente el Domingo de Ramos en Alemania. El motivo exacto es que hace unos diez días, un tribunal teutón, de Schweslig-Holstein, decidió dejar en libertad al político golpista previamente mencionado, no considerando que hubiera violencia o amenaza de violencia tampoco rebelión, cuando el Código Penal alemán sanciona ese mismo delito, aunque definido como “alta traición”.
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Es decir, que ejercer la máxima responsabilidad de un entramado que optó por desobedecer sentencias judiciales y desafiar el Estado de Derecho (disposiciones constitucionales inclusive) para convocar referendos ilegales sobre la continuidad de Cataluña en España y declarar unilateralmente la independencia de Cataluña no se puede considerar como rebelión.
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Pero es que si ya no fue suficiente con esa decisión judicial que supuso un menosprecio al Estado de Derecho español cuando el Estado alemán está dominado por eurófilos que también buscan la armonización absoluta de cualquier norma, la Comisaria de Justicia de la UE valoró positivamente la decisión de la Justicia germana, sin desautorización de ningún eurócrata.
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En cualquier caso hablamos de un par de entidades que luego están de acuerdo en atentar contra la soberanía de países cuyos gobiernos se resisten al marxismo cultural y prefieren defender los valores cristianos de Europa: la Hungría de Viktor Orbán y la Polonia de Mateusz Morawiecki.
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Todo apuntaría a una gran contradicción. Pero depende de la perspectiva, no ya porque atentar contra la Nación Española y cualquier atisbo de españolidad sea un elemento clave de la izquierda, de esa ideología que predomina en el pensamiento eurocrático, sino porque el “proyecto europeo” necesita diluir las identidades nacionales, entre las que está la española.
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Ahora bien, no hay que olvidarse de las partes de culpa a localizarse en territorio español. Antes de nada, recordar cuán incompetente y traidor es el gobierno que tenemos, cuyo único interés es mantenerse en el poder, ya que ideológicamente se ha echado en brazos del marxismo y no hace nada para frenar la amenaza del nacionalismo periférico salvo hacer concesiones.
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Pero es que nadie del “mainstream” político español, dejando aparte la hispanofobia izquierdista, apuesta por una campaña en defensa de los intereses de España en el mundo (un “España Primero”) y de un país respetable, al contrario que ocurre con la causa del nihilismo europeísta (por cierto, Ciudadanos defiende unos Estados Unidos de Europa).
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Lo que se propone viene a ser la estrategia que define la actual gestión política en los Estados Unidos de América y el tándem nacionalista-conservador centroeuropeo previamente mencionado. Aunque Trump erre entrando en guerras comerciales y Orbán y Kaczynski sean nacionalistas y muy estatistas, entienden que hay que defender el interés nacional.
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Eso sí, no es necesario emular los errores de los políticos previamente mencionados así como tampoco confiar en ninguna clase de alt-right. Basta con defender la soberanía de España y de los españoles, comunicar bien la verdad y defender el interés del país. No hay que renunciar a la libertad comercial ni confiar utilitariamente en ese estatismo que es causa de muchos males.
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Una vez dicho todo esto, para concluir, lo que está claro es que, pase lo que pase, es hora de ir despertando y reaccionando frente al nihilismo europeísta. Por cierto, en cualquier caso, como tenemos claro en Navarra Confidencial, “España Primero”, sin renunciar a la libertad.