La extensión de las revueltas populares desde el Túnez de la “revolución de los jazmines” a otros países del entorno, Egipto, Yemen, Argelia, Jordania, Libia…, ha sorprendido, y no poco, a los observadores occidentales. La importancia en su génesis de las llamadas “redes sociales” ha azuzado la esperanza en algunos de ellos, de que estas revueltas, genéricamente desarrolladas en contra de unos regímenes corruptos apoyados por Occidente, buscaran una “vía árabe” aperturista a la democracia. E, incluso los más optimistas, han llegado a declarar que acaso se trate, por fin, de la irrupción de la “revolución francesa”, aunque con más de dos siglos de retraso, en el mundo musulmán. Recordemos que toda oportunidad de elecciones libres ha sido aprovechada por los movimientos islamistas –moderados o radicales- para tratar de conquistar el poder; no en vano, son las fuerzas sociales mejor organizadas y más operativas, mediante obras caritativas, religiosas y formativas entre los más desfavorecidos, es decir, las grandes masas árabes.
Por el contrario, las fuerzas liberales a la europea, o laicas de otros signos, apenas tienen implantación más allá de unas pequeñas minorías intelectualizadas. Así, el desarrollo de las elecciones legislativas turcas, argelinas, marroquíes, jordanas, libanesas, etc., a lo largo de los últimos años, si algo nos ha demostrado rotundamente es que el principal sujeto sociopolítico del mundo musulmán es el islamismo; en sus diversas manifestaciones y tácticas: radical o moderado. Así, en el caso de Egipto, la comisión recién creada por tratar una posible transferencia pacífica del poder está liderada por los ¡Hermanos Musulmanes!, eso sí, acompañados de una coalición de pequeños y minúsculos grupos “a la europea”. Ciertamente, cada país disfruta de su propia idiosincrasia. El modernizado Túnez tiene poco que ver con Egipto; no digamos ya con un semimedieval Yemen. Pero todos disfrutan de algo decisivo en común: un sustrato cultural fundamentalmente musulmán, omnicomprensivo por tanto, en el que Estado, Sociedad y Religión son inseparables, y un profundo desprecio a Occidente. Entonces, ¿cómo van a reflejarse en Occidente en su intento de renovación política y social? ¿No existen otros modelos más próximos que imitar? Estamos pensando en la Turquía islamista “moderada” de Erdogan y en el Irán posjomeinista.
El avispero de Líbano
La extensión de las revueltas, en realidad, son el bosque que impide ver el árbol, más bien diríamos, el cedro: nos referimos a lo acaecido estos días en Líbano. Su agonía parece no tener fin: una interminable guerra civil iniciada 1975 de “todos contra todos”, la consiguiente ocupación siria, una popular revuelta antisiria iniciada en 2000, diversos asesinatos de opositores durante años, la guerra de Hizbulá contra Israel de 2006, convulsiones políticas constantes… En las últimas elecciones legislativas, celebradas el 7 de junio de 2009, gracias en buena medida a los votos de la numerosa comunidad libanesa emigrante, la antisiria Alianza 14 de marzo ganó las elecciones. Por el contrario, la encabezada por Hizbulá –la Coalición 8 de marzo- fue derrotada ampliamente. Hizbullá, el partido-milicia más potente de Líbano -de incuestionable pasado terrorista y así calificado por diversos organismos internacionales- no por ello se dio por vencido. Continuó con su estrategia gradual: consolidación de sus espacios de poder e influencia, especialmente en el sur del país, valle de la Bekaa, llanuras de Baalbek-Hermel y sur de Beirut. Revalorizada por haber derrotado al ejército judío, únicamente tenía que esperar –o forzar- la ocasión más propicia. Y ésta ha llegado con el próximo pronunciamiento del Tribunal Especial para el Líbano (TEL) con sede en Holanda y apoyado por la ONU, que investiga, entre otros perpetrados entre 2005 y 2006, el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri el 14 de febrero de 2005; inadmisibles actos terroristas en los que se adivinaba la sombra de los servicios secretos sirios y del denominado Servicio Especial de Hizbulá. Gracias a un caprichoso viraje –otro más- del druso Walid Jumblat, que lo ha justificado para “evitar una nueva confrontación sectaria”, la coalición antisiria encabezada por Saad Hariri acaba de perder la jefatura del gobierno que ganó democráticamente; siendo otro multimillonario sunita, Nayib Mikati, quien encabeza el nuevo gobierno, eso sí, con unos apoyos muy distintos a los anteriores.
Si bien asegura que pretende representar a todos los libaneses, el apoyo incondicional y nada disimulado de Hizbulá no engaña a nadie. Ahora Hizbullá tiene casi todo: una milicia más potente que el propio ejército regular libanés, unos territorios en los que ejerce un control absoluto, un imperio mediático de enorme influencia en el mundo musulmán, unos aliados interiores y exteriores fieles, el prestigio de haber derrotado en 2006 al Tsahal judío… y, ahora, el propio gobierno. Su líder, Hassan Nasralá, hábil político y táctico militar, no tiene prisa. Su estrategia seguirá desarrollándose de manera gradualista: tanto en el interior como de puertas afuera. Así, ahora no le interesa una nueva guerra con Israel: es el momento de ganar la “respetabilidad” internacional. Pero es incuestionable que desactivará al TEL, amarrará todavía más a sus aliados internos, y consolidará su poder, fundiendo el Estado que ya es ese movimiento con el propio Estado residual libanés. No eludirá las elecciones democráticas en su día, como mera táctica, pero con toda seguridad que ejercitará un control y/o restricción absolutos del voto de los residentes en el extranjero, lo que merced a la emigración de numerosos libaneses, especialmente cristianos, y la presión demográfica chií, le garantizará un éxito electoral seguro con todas las formalidades pseudodemocráticas que lo justificará ante la comunidad internacional. De esta manera Irán se consolida en la zona transplantando definitivamente su modelo a Líbano, Siria refuerza su papel frente a Israel y, lo que es más importante, se propone a todo el mundo musulmán este modelo sociopolítico basado en la sharia chií, con expresiones moderadas y limitadas de pluralismo político y religioso, en unos tiempos de convulsiones y crisis de los demás modelos árabes. Pase lo que pase un hecho es seguro: la presencia cristiana en Líbano se reducirá drásticamente en las próximas décadas; perdiendo Oriente Medio una importante riqueza humana y cultural –bimilenaria y anterior a la implantación del Islam- en aras de un proyecto islamista de pretensiones totalitarias.
¿Liberalización o islamización? Con la mirada atrás y la perspectiva de los próximos quinquenios, la respuesta se impone.