Ya dije en su momento que ni siquiera un fenómeno similar al del canciller austriaco Sebastian Kurz supondría Pablo Casado, pero no ya por no tener posturas en inmigración similares a las de los ejecutivos austriaco y del Visegrado, sino por haber sido un acólito, como muchos otros, del establishment progre-socialdemócrata, de los artífices de la izquierdización del partido.
Pero en este ensayo, más que reafirmarme literalmente en lo mismo, voy a abordar determinadas cuestiones, con motivo del décimonoveno congreso extraordinario del Partido Popular (PP), en el que contra pronósticos justificados en base a quienes dominaban el aparato, que eran más bien los sorayos, Pablo Casado, alguien servil a ese mismo aparato, ha sido proclamado nuevo líder del PP.
El caso es que, a pesar de haber defendido a ultranza la indefendible gestión de Mariano Rajoy, su discurso siempre ha tenido una carga ideológica superior a la que se podía apreciar en su rival Soraya Sáenz de Santamaría. Pero esto no implica avalarle; de hecho, como el bloguero Elentir señala, una cosa es la disposición y las buenas palabras, y otra cosa son los hechos.
Ahora bien, buena parte de la derecha sociológica española no tiene esa perspectiva, dejando aparte el hecho de que algunos piensen que lo del liberal-conservadurismo va de ser del PP de Aguirre, que no dista poco de Margaret Thatcher y Mike Pence, creyendo que con la elección del ex vicesecretario de comunicación, la derecha española gozará de una gran ocasión.
Ciertamente, según pronostican ciertos sondeos, el PP obtendría un mayor porcentaje de votos con este señor que con la política pucelana perdedora de estos comicios internos. Despierta más simpatías que una socialista únicamente preocupada por el poder, rescató a medios de comunicación de extrema izquierda y fue agente clave de la deriva progre-socialdemócrata del partido.
Pero que haya una mejora electoral para el partido no tiene que significar una victoria para todos aquellos que, como quienes creemos, sin complejos, con total honestidad, en la defensa de la libertad, de la dignidad humana desde la fecundación hasta la muerte natural, de la propiedad, del libre mercado, de la tradición, de España y de los valores judeocristianos occidentales, siendo todos ellos temas que en Navarra Confidencial se traten.
De hecho, no me preocupa el PP (ojalá «desapareciera»), sino mis principios y mi país. Es más, en vistas de lo que hay y de que la transición de liderazgo solo se puede decir, en línea con esta misma redacción periodística, que «monta tanto, tanto monta«… Así pues, parecería ya masoquismo político-electoral extremo volver a votar a esta formación, cosa en la que no pienso incurrir.
Por lo tanto, lo que hay que decir es que habría una opción viable y veríficamente liberal-conservadora cuando no primara el oportunismo político/individual, sino determinados principios, defendidos sin ambigüedades ni contradicciones empíricas o intelectuales de ninguna clase. Quedar bien con figuras como Soraya Sáenz, Feijóo y Monago no es la solución.
Bajo ningún concepto son tolerables prácticas contrarias a la ética médica como el aborto y la eutanasia. La defensa de la libertad trasciende a las meras subidas fiscales -que obviamente, bienvenidas serían-, lo cual implica plantar cara a cualquier amenaza del marxismo cultural (una de ellas es la ideología de género) y manifestar un serio compromiso con el principio de subsidiariedad y la plena libertad de elección.
Tampoco es aceptable reivindicar para España un modelo político bastante estatista y dominado por «progres» como California y hacer guiños a figuras como Barack Obama, siendo así servil al establishment, igual que cuando arremete contra el Brexit, el trumpismo y la negativa del Visegrado a admitir inmigrantes musulmanes (el islamismo es una amenaza para la libertad).
Finalmente, ya concluyendo, la ocasión liberal-conservadora no existe por el momento, sino un PP con una fachada más atractiva. Luego, contando con los dedos, el único país con probabilidad y oportunidad para un sólido y claro liderazgo liberal-conservador -y euroescéptico- es el Reino Unido, contando con el católico conservador Jacob Rees-Mogg.