Sin apenas haber leído artículos de prensa ni haber visto o escuchado noticias sobre el gran evento, me senté en su día a escribir unas líneas con las vivencias personales de lo que pude ver y lo que supuso para míla Jornada Mundial de la Juventudde Madrid, a la que acudí como voluntario. Las publico ahora, a continuación de este párrafo, ya que en algún medio de comunicación han preferido no sacarlas.
Me hubiera gustado seguir la cobertura que los medios de comunicación dieron a lo que pasaba en Madrid durante esos días, pero fue realmente difícil. No tengo Internet en el móvil y allí era difícil tener una conexión WiFi que me sirviera. Por otra parte, el trabajo que se asignó a mi equipo de voluntarios y el ajetreo que se respiraba en las calles, que prolongaba más de lo habitual los desplazamientos, hicieron imposible poder sentarse con tranquilidad a leer algún periódico o ver algún noticiario. Pienso que no estoy “contaminado” más que por mis propias impresiones personales.
He podido vivir una ciudad de Madrid en la que sus vecinos nos han acogido con gran amabilidad, a pesar de la incomodidad que les suponía el follón que estaban viviendo en sus calles y barrios. Una ciudad en ebullición, en la que uno se encontraba como lo más natural a grupos de peregrinos cantando en el Metro, a otros sentados en una esquina con la sonrisa puesta, algún grupo rezando el Rosario privadamente pero por la calle, y riadas de gente que iban a los diversos actos o a las diferentes movidas que había en el Retiro -y que parecía reventar de vitalidad-.
En ese parque precisamente desarrolló mi equipo de voluntarios su tarea, de martes a sábado por la mañana; nos tocó la atención de la gran “Fiesta del Perdón”, los 200 confesonarios instalados a lo largo del Paseo de Coches del Retiro. Son muchos los sucedidos que cada uno de nosotros guarda de esos momentos, y que seguramente quedarán fijos en nuestra memoria. Casi siete horas al día –que se pasaban como si fueran minutos- acogiendo peregrinos, repartiendo folletos y explicando cosas sobre la Confesión, derrochando la sonrisa que se nos contagiaba del ambiente que estábamos viviendo.
Ahí hemos presenciado cómo personas de todos los pelajes, edades y condiciones llegaban y fulminaban sus agobios y preocupaciones. Hemos visto muchas personas llorando de alegría y de paz, o sellando su desahogo con un abrazo al sacerdote con el que habían estado. He escuchado a un sacerdote decirme lleno de entusiasmo que en sus 36 años de cura nunca había atendido unas confesiones como ésas. Hemos palpado lo que debe ser la felicidad.
En la ciudad que he vivido no había sitio para personas indignadas. Sencillamente, estaban fuera de lugar. Debió haber algunos problemas en Sol –entre otras vías de información, me lo contó una señora mayor muy simpática que vino al Retiro y antes de confesarse con el cura se confesó conmigo “es que me enfado mucho, ¿sabes?, ayer estuve en Sol y…”-, pero yo no les he visto. No se les notaba, no han existido para la mayor parte de los peregrinos que han paseado por Madrid su alegría y sus canciones.
Muchos momentos me quedan para el recuerdo. Si tuviera que seleccionar unos pocos, sin duda serían la reacción de los peregrinos en Cuatro Vientos cuando azotaron la lluvia y el vendaval; en mi zona, entre otros gritos, se escuchó corear un alegre “por-el-Papa / lo-que-sea” en pleno aguacero. También, el silencio de un millón y medio de personas, que ponía los pelos de punta, durante el rato de adoración a la Eucaristía. Y también la alegría de las monjas y frailes que cantaron laudes antes de la Misa del domingo, que se manifestaba en una de las sonrisas más bonitas que he visto en mi vida.
Hubo puntos oscuros, es cierto, ya que a pesar de la buena organización en general, la logística en Cuatro Vientos dejó bastante que desear. En algunos momentos, quizá debido al cansancio, me dio pena que esos detalles pudieran empañar mi recuerdo de lo vivido, pero por suerte no ha sido así. Lo que hemos experimentado en otros órdenes los supera con creces.
Me queda la impresión de haber palpado vida, vida en acción. Lo que se respiraba por las calles, en los actos programados, en la Vigilia, en la Misa del domingo, era vida. Pura vida. Vida joven. A cualquier espectador ajeno a los actos no le quedará duda de que la Iglesia está viva y es joven, y sigue yendo de la mano del sucesor de Pedro, como no puede ser de otra forma.
Es obligado decir un rendido “gracias a todos”, madrileños, voluntarios, peregrinos, miembros de las fuerzas de seguridad, SAMUR, organizadores, autoridades y por supuesto al Papa, y más por supuesto a Dios. Un “gracias a todos” que, aunque sea un tópico, debe completarse con el consabido “por hacer esto posible”.
2 respuestas
A pesar de los fascistas,antidemocraticos,totalitarios,de los indignados anti JMJ,Dios quiso que fuese un exito y el mensaje llego a todo el que lo queria .
Agradezco al autor su sentida y sincera crónica de lo que para el, y muchos asistentes fue la JMJ. Comprendo que quedará guardada en su recuerdo indeleblemente. Me gustaría aportar que estas «catarsis» colectivas se producen frecuentemente en todo tipo de grandes aglomeraciones humanas. Elementos como: líderes carismáticos, sentimiento de solidaridad, horas de espera, mensajes ilusionantes, sentido de grupo frente al egoismo individual, entrega de uno mismo generosa…
Por último señalo que un Conciero de Bruce Sprinteeng, una final de la Copa o una jota navarra el dia 7 de julio en la Plaza del Consejo provocan similar o igual catarata de emociones. Salu2