Quiero comenzar estas líneas haciendo una advertencia al lector que, por azares del destino, cayó en esta pequeña columna de opinión: no pretendo hablarles de cómo descubrí el hilo negro, ni escribirles acerca de conceptos novedosos para dar la mejor batalla cultural de sus vidas. Todo lo contrario, trataré de hacer de estos párrafos un recordatorio de algunas acciones básicas que podemos llevar a cabo para poner de nuestra parte y hacer más llevadero este menesteroso proceso de lucha cultural. Aclarado lo anterior, entonces ahora sí, comencemos.
No sé si también les suceda a ustedes o de plano es que yo soy única y diferente, pero paso mucho tiempo durante el día (casi todos los días) tratando de armar el rompecabezas que se ha vuelto este mundo posmoderno, globalizado e interconectado que nos ha tocado (sobre)vivir. La verdad es que mayormente es tiempo tirado a la basura porque pienso mucho y hago poco, pero desde el pasado 2 de junio, que en México «celebramos la fiesta de la democracia», que me cayó el balde de agua fría respecto de los tiempos todavía más revueltos que se vienen para mi nación ya de por sí rota, la idea de las comunidades intermedias y de trabajar en lo cercano se ha vuelto de lo más pertinente para crear el plan perfecto y así volver a tener una sociedad vertebrada.
Cuento todo este contexto porque la semana pasada me invitaron a la inauguración de un centro de apoyo para matrimonios (y noviazgos también) en mi adorada ciudad natal: Hermosillo, Sonora. Se sintió tan bonito acudir y ver a amigos de lucha que, después de diez años y mucho esfuerzo, crearon Conecta, un espacio liderado por matrimonios para matrimonios, para acompañar y guiar a parejas en todas sus etapas. Desde aquellos que quieren aprender a comunicarse mejor con su pareja, hasta saber resolver conflictos y obtener conocimientos y habilidades para construir y fortalecer su amor y, por ende, su relación.
La importancia de este tipo de iniciativas no puede ser subestimada. En un mundo donde las relaciones personales se ven constantemente amenazadas por el estrés, las obligaciones laborales, las finanzas y las distracciones digitales, espacios como Conecta ofrecen un refugio y un recurso invaluable. Allí, las parejas pueden encontrar no solo apoyo emocional, sino también herramientas prácticas que les permitan enfrentar los desafíos cotidianos con mayor resiliencia y empatía.
Al ver el entusiasmo y el compromiso de todos los involucrados, me di cuenta de que este tipo de esfuerzos son precisamente lo que necesitamos para revitalizar nuestra sociedad. Son estos pequeños pero significativos actos de amor y dedicación los que, en última instancia, pueden contribuir a un cambio más contundente. La fortaleza de una comunidad reside en la solidez de sus relaciones interpersonales, y es ahí donde todos podemos poner de nuestra parte para construir comunidades más unidas y fuertes.
Y acá quiero conectar a Conecta con mi conclusión tan simple y tan sencilla para salvar a México, y de paso a Occidente, y es que como dice aquel proverbio oriental: “Los tiempos difíciles forjan hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles”, y efectivamente, nos encontramos en esos tiempos difíciles, lo cual, aunque parezca increíble, nos obliga a ver el vaso medio lleno, pues significa que quienes tenemos conciencia de lo debilitado que está el tejido social tenemos una oportunidad única y una responsabilidad crucial de forjar hombres fuertes y para ello debemos enfocarnos en proteger y fortalecer lo más sagrado que tenemos: la familia, pues ésta es el núcleo fundamental de cualquier sociedad funcional. Es el espacio donde se transmiten valores y se construyen los cimientos de la convivencia humana. La fortaleza de una sociedad radica en la salud de sus familias (y matrimonios), y es desde el seno familiar que podemos empezar a reconstruir y revitalizar nuestro entorno social.
En resumidas cuentas, asistir a la inauguración de Conecta fue una experiencia inspiradora que me recordó la importancia de trabajar desde lo comunitario y lo cotidiano para hacer frente a los grandes desafíos culturales. Es en estas acciones diarias, aparentemente pequeñas, donde se forja el verdadero cambio. Y con ese espíritu, invito a todos a reflexionar sobre cómo podemos, desde nuestras propias trincheras, contribuir al tan anhelado Bien Común.