Esta forma de actuar no surge de la nada. Procede de una mentalidad positivista cada vez más generalizada y abarca desde la monstruosa burocracia europea hasta el último alguacil del último pueblo. Lo peor del positivismo es que no se queda en las grandes legislaciones sino que acaba impregnando la vida cotidiana. Al final el resultado es que no se puede realizar un servicio público sin consultar minuciosamente el ridículo reglamento a cada minuto.
En el fondo es miedo lo que se palpa. Miedo a la denuncia quisquillosa del ciudadano mezquino que a su vez se previene por parte del médico, del policía o del autobusero mediante una aplicación robótica y desalmada del reglamento. Todo esto mata la vida social y el sentido común. Nos está matando como sociedad humana. Nos está convirtiendo en un hormiguero.
Nunca fuimos así en Navarra. Antes éramos generosos en el servir y agradecidos al ser servidos. Antes éramos más cristianos. De hecho éramos un reino cristiano, de palabra y de obra. ¿O se pensaban que ésto va solamente de jurar los cargos ante un Cristo?
Un comentario
Cierto, nunca fuimos así; En Navarra, instituciones como la Casa de Misericordia, acogieron y cuidaron de nuestros mayores; nos enseñaron y aprendimos en el catecismo a honrar al padre y a la madre y el respeto y cuidado de nuestros mayores fue siempre nuestra conducta.
En otros tiempos cualquier pasajero hubiera abonado los 7 céntimos que faltaban, incluso el conductor, pero estos comportamientos ruines y miserables se han instalado en esta sociedad, gravemente enferma y con un futuro preocupante.
Recordaré siempre aquello que mi padre me contaba cuando yo era pequeño:
«Erase una vez un padre que en pleno invierno le dijo a su hijo, llévale esta manta vieja a tu abuelo que tendrá frío; el hijo tras cumplir cuanto su padre le había dicho volvió junto a él; el padre, al ver que traía media manta, le preguntó, ¿dónde vas con esa media manta? Y el hijo le contestó, voy a guardarla para cuando tu seas viejo».
Infanzón