La ocupación de los okupas y la comprensión y medias tintas que con ellos demuestran los miembros del gobierno del kanbio, revelan una camaradería preocupante entre unos y otros. Unos invaden democráticamente, -o sea, por la jeta,- para servir al barrio, el palacio de un marqués. Otros, sumando escaños por los pelos, ocupan el palacio de Navarra, para servirnos a todos, dicen. Para velar unos y otros por el bien general, la inclusión, la frágil memoria y la perspectiva correcta de los problemas.
Unos y otros se exceden en sus atribuciones. Unos, abducidos por un sentimiento snob y supremacista se apropian de un viejo palacio aunque en vez de reconstruir la estética nobiliaria perdida lo hacen para traer al casco viejo pamplonés la decadencia sórdida y comunista de las calles de La Habana. Los otros, provistos de esa patente de corso que otorga la mitad mas uno de los votos del Parlamento están empeñados no en gobernar lo que tenemos sino en cambiar las cosas para que al final tengamos lo que no queremos. Actúan estos como un auténtico gobierno de ocupación, porque responden a consignas venidas de fuera de Navarra, porque no dejan de ser un gobierno provisional, porque no les preocupa tanto gobernar como domesticar a los gobernados.
El caso del palacio del marqués de Rozalejo, las dudas, titubeos y malos rollos que amenazan la convivencia dentro del cuatripartito están dejando al descubierto una cosa: la mala conciencia del invasor.