Vivimos en un mundo cada vez más cableado. Con ele. Y eso quiere decir que tenemos una sociedad cada vez más vulnerable. Las cadenas electrónicas que nos atan a la vida fácil del urbanita moderno tienen cientos de eslabones realmente débiles que, una vez rotos, pudieran dejarnos más perdidos que un huérfano de pecho. No es bueno vivir tan de espaldas a la naturaleza. No es bueno hacer que los niños crean que la leche sale del tetrabrik y punto. No es bueno confundir una farola con un olmo ni pedir peras al semáforo. No por mucho digitalizar amanece más temprano. El día sigue teniendo 24 horas de las cuales conviene dormir unas ocho: por muchos años que vivas no hay tiempo para ver todas las películas, leer todos los libros, o escuchar todas las músicas que guardas en tu nuevo disco duro. La naturaleza se nos escapa conforme la vamos catalogando en parques o zonas protegidas y convirtiendola en un puro recurso turístico o de ocio. Pero la naturaleza es algo más y cuando se vaya la luz nos acordaremos de ella. No estaría de más que la educación de las nuevas generaciones incluyera no ya digamos tácticas de supervivencia en la naturaleza pero si al menos algunas nociones acerca de cómo ha sido posible la vida humana a lo largo de siglos sin móviles, sin coches, sin luz eléctrica, sin informática. Las últimas modas de la ingeniería militar trabajan en la fabricación de bombas electromagnéticas capaces de inutilizar todos los aparatos electrónicos y de comunicaciones lo cual, combinado con ataques a internet convertiría a cualquiera de nuestras modernas ciudades en un caos peor que prehistórico. Pero aunque no fuera real este riesgo hipotético que suena a ciencia ficción sería cosa conveniente vivir con los pies en el suelo, sin depender en exceso de cosas que nos facilitan la vida… y que nos reblandecen el cerebro.

Jerónimo Erro