Sorprende escuchar algunas voces quejosas del “vacío de poder”, que incluso llegan a sostener en su desesperación que es preferible un mal Gobierno a ningún gobierno ¡Puro cuento! España es un país con una débil sociedad civil muy sometida subvencionada por las distintas administraciones. Para complicar más las cosas, somos una sociedad desestructurada, con muchas de nuestras raíces cuestionadas, acostumbrada a vivir bajo la omnipresencia de los poderes públicos, tanto la clase política como mucho sectores de la población necesitan vivir con respiración asistida desde una agigantada Administración.
La mayoría de nosotros desarrollamos nuestra vida al margen del “bloqueo” de la investidura. Algunos de los grandes empresarios son los que con más ahínco añoran un interlocutor oficial porque al moverse en una economía en exceso regulada, necesitan la cercanía del poder, la comodidad que todo poder fáctico disfraza como necesidad colectiva lo que es su interés particular por saber quién manda, quién es su interlocutor para ejercer su presión sobre él, léase sobre el BOE. A pesar de las imperfecciones vivimos bajo el imperio de las leyes, nadie debería tener miedo a desenvolverse en un Estado de Derecho que vive una parada política y parlamentaria con tiempos medidos, una situación no deseable pero en modo alguno catastrófica.
Otra cosa es que la sombra de un Estado protector es la que está al fondo del actual estado de ánimo de parte de la sociedad española, que vive como una situación de orfandad ante la presunta ausencia de Gobierno. Esto en sí es una falacia, habrá que repetirlo: España tiene Gobierno, sólo que tenemos un Gabinete en funciones, con sus competencias discrecionales limitadas, tenemos un Estado que funciona: que mantiene abiertos los servicios, paga las pensiones, los subsidios y las nóminas. Hay un presupuesto aprobado y unas administraciones que lo gestionan. Hay un marco de leyes supervisado por los tribunales que continúan garantizando la seguridad jurídica.
Detrás de esta situación provisional, lo que aflora es una situación estructural que por nuestro narcisismo e ignorancia muchos no llegamos a percibir por pensar sin fundamento que el mundo siempre avanza a mejor. No nos damos cuenta que cuando intentamos resolver un problema siempre se complican y aumentan las casuísticas que intentamos resolver con nuevas reglamentaciones cada vez mas prolijas, pensando que la solución mágica a todos los problemas consiste en trasladar su solución al derecho positivo. Se legisla demasiado y vivimos agobiados bajo el exceso normativo.
La hegemonía cultural de la socialdemocracia ha impuesto, bajo la coartada igualitaria, un marco mental que tiende a considerar desprotegido al ciudadano si no goza del amparo de un poder fuerte y con una gran capacidad reguladora. La derrota de las libertades ha sido la de acabar aceptando las bases de este dogma. Siempre se abandona la posibilidad de abordar los problemas desde el sentido común o desde el mundo de los valores. Se cree poco en las personas, no se confía en que puedan autogobernarse y orientar sus vidas sin la intrusión de los políticos. Tanto las izquierdas como las derechas piensan que todos los problemas se resuelven con una mayor regulación. Vivimos sometidos a un Estado-Leviatán que organiza en exceso la vida humana que ha montado sobre ella un excesivo entramado colectivista. Los mitos socialdemócratas son causantes del exceso normativo, piensan que regulando más y más se resuelven mejor las cosas. La política democrática, desde la Constitución de Americana supuso un esfuerzo por limitar la jurisdicción pública mediante la búsqueda de un equilibrio de poderes y con la necesidad de fuertes contrapesos que garanticen la libertad individual frente a una gran tentación intervencionista desde el poder.