No vivimos como nuestros padres, ellos conocieron una sociedad menos desarrollada donde cualquier pequeño avance era recibido con una fiesta. Pasaron de la fresquera al frigorífico, de la radio a la tele, del autobús de línea al utilitario, vivieron en un estado de esperanzado optimismo, viendo que podían dar estudios a sus hijos. España se fue haciendo cada vez más rica, con más comodidades y lógicamente nos hicimos menos esforzados, pensamos que teníamos derecho a todo, y nunca imaginamos que se podría rebajar el bienestar. Después de la borrachera crediticia, muchos pensaron que todos éramos ricos. Nos resistimos a creerlo pero ¡llegó la crisis!, y van para siete años. Muchos amigos no son nada ecuánimes, porque ante cualquier pequeño contratiempo o modificación en una prestación, lo viven y lo cuentan como si les hubiese pasado por encima un ciclón. Cierto es que los parados de larga duración, los desahuciados, etc., en la crisis lo están pasando muy mal.
Es verdad que hay sufrimiento, pero tampoco debemos olvidar que en su conjunto el Estado del Bienestar no ha desaparecido, a pesar que de forma cansina las izquierdas y los nacionalistas nos lo repiten todos los días un montón de veces, con sus quejidos amplificados por los medios de comunicación. Pero la pura verdad es que los elementos fundamentales en los que se apoya el Estado de Bienestar: la prestación legal del desempleo, las pensiones establecidas, la atención sanitaria y la educación se han conservado no han desaparecido, decir lo contrario es faltar a la verdad. Lo increíble es que con semejante crisis se sigan pagando las pensiones a 11,5 millones personas, por ello hay que reaccionar y recobrar el sentido común, debemos abandonar el estado de adolescentes mal criados.
Hoy el nuevo mantra de las izquierdas, es querer recoger mas derechos sociales en el texto constitucional que pretenden reformar. No son nada ingenuos, quieren usar “estos caramelos” para ocultar los “otros caramelos” insolidarios que piensan ofrecer a los nacionalistas & independentistas. Sabemos que la proclamación de un derecho no es suficiente, nadie garantiza un derecho con tan solo escribirlo en un texto sobre todo si tiene fuertes repercusiones económicas. Con la crisis las circunstancias objetivas cambian y si no hay dinero, nadie puede mantener en el tiempo el gastarse más de lo que ingresa. Al Estado le sucede igual que le ocurre a una familia, que si algún miembro determinante pierde el empleo, inmediatamente se ajustan los gastos para hacer frente a la bajada de ingresos, “nos apretamos el cinturón” con menos vacaciones o sin vacaciones, no salimos tanto a cenar fuera de casa, priorizamos la elección de unas cosas sobre otras, para optimizar los recursos reducidos.
En campaña electoral todo el mundo promete el “oro y el moro”, pero no nos dicen cuanto costaran las medidas ni como las vamos a pagar. Parece que existen suficientes incógnitas en el horizonte cercano, cómo para pensar que nuestro futuro es incierto, y sino aumentamos la competitividad nos será muy difícil mantener los actuales niveles del estado del bienestar. La crisis rompió la visión de que nuestro futuro necesariamente va a ir a mejor, el sentido de la realidad nos hace pensar que deberíamos reducir el Estado, distinguir lo que podemos hacer y consensuar prioridades. En campaña no tratan temas vitales: como fomentar la natalidad ayudando a las familias, los problemas con la emigración, el yijadismo, las pensiones o cómo parar los independentismos, como deberían.