Recordando lo obvio

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Sabemos que existen pecados de época, pero nunca está demás recordar lo obvio: objetivamente existe el bien y existe el mal. El primero es mejor que el segundo; también conocemos que la ley no siempre es justa, pero siempre es mejor que la ausencia de ley; la democracia facilita la convivencia al aceptar la libre circulación de las ideas, aunque algunas sean peregrinas o irracionales; sabemos que la libertad de cada uno tiene como límite los derechos y las libertades de los demás; el ejercicio de la violencia debe estar sujeto a la Ley y por ello aceptamos el monopolio del uso de la fuerza por el Estado, para evitar que impere la ley de la selva, para proteger el orden frente al desorden.

En España desde hace muchos años padecemos un constante deterioro de las convicciones morales, tanto religiosas como laicas. El resultado es que avanzamos hacia una sociedad cada vez más embrutecida y desnortada. Hoy se empieza a contestar desde sectores izquierdistas el porque permanecen los etarras en la cárcel, o algunos calificaron a Otegui como preso político y añaden que nadie debería ir a prisión por sus ideas políticas. Es verdad que por ideas nadie va a la cárcel, pero Otegui no ha estado en la cárcel por sus ideas, sino por formar parte de una estructura criminal organizada. También hoy hay quién equipara a los yihadistas del Estado Islámico con los soldados de la OTAN o con la guardia civil, porque “todos matan”. Nada dicen que el trabajo de un soldado o el de un guardia consiste precisamente en que ellos defiende a la comunidad, siempre el monopolio legal de la violencia es coercitivo, sí, pero es imprescindible para protegerse contra la violencia sin ley. Por eso existen los ejércitos y los policías para proteger nuestra libertad.

Por el contrario el Estado Islámico, o cualquier grupo del mismo carácter, no les importa matar para imponer su poder al margen de toda ley que no sea la suya y por encima de la libertad personal y de la voluntad colectiva. Siempre se admitió que la violencia se justifica como lucha contra un orden injusto y opresor. Pero carece totalmente de sentido en nuestra sociedad actual, donde nada impide a nadie expresar en total libertad sus ideas. Ciertas ocurrencias nihilistas que hoy afloran en Podemos o en la CUP apenas encuentran oposición en el resto. España padece desde hace muchos años un pertinaz trabajo de zapa de toda convicción moral; un ejercicio de demolición que no ha afectado sólo a la moral tradicional de origen religioso, sino también a la ética civil de inspiración laica. El resultado es que una parte de la sociedad está cada vez más desarmada intelectual y moralmente. Me produce tristeza que sea preciso explicar estas cosas. Y sin embargo, el estado de infantilización de parte de nuestra opinión pública exige explicar lo obvio.

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