También los austeros polígonos industriales son parte de nuestra navarridad multicolor. Desastrados como el despacho de un solterón, faltos de un toque femenino, malamente decorados -en general- con apenas unos arbolillos sedientos, son sin embargo el motor de la economía real. Bajo sus techos prefabricados late el trabajo trabajo, el de los trabajadores por antonomasia, como si todos los demás trabajos, el campo, los servicios, el doméstico, no fueran tan trabajosos como el que de lunes a viernes se desarrolla en sus calles alfabéticas. ¿Cuántos son? ¿Dónde están? ¿Están bien situados? La higiénica intención de situarlos en las afueras y repartidos de forma armoniosa por todo el territorio ha encontrado al parecer obstáculos insalvables porque hoy son los polígonos demasiado urbanos y están excesivamente concentrados en la comarca de Pamplona cosa que alimenta el círculo vicioso de la macrocefalia foral. ¿Cuál será el futuro de los polígonos? La mano de hierro legislativa procura por el momento la creación de gettos especializados (de la carne, del transporte, del automóvil…) pero es muy posible que cuando se afloje el ordenancismo radical de la administración la mezcla espontánea que ya se está produciendo entre polígonos industriales y comerciales vaya acabando con la imagen desértica de los polígonos de fin de semana. La vida misma podría entrar paulatinamente en los polígonos mezclando la industria con el comercio, el ocio, la hostelería y tal vez, quien sabe si en la próxima crisis, la vivienda. A lo mejor acabamos tirando el chupinazo desde La Morea.
Jerónimo Erro